En previsión de…

En términos de vida cotidiana tomemos el apagón como un gran simulacro y repasemos las que fueron nuestras debilidades particulares y próximas para intentar resolverlas de cara a un futuro cada vez más incierto

Saber para prever, a fin de poder

Auguste Comte

Quién iba a decirnos cuando el 22 de marzo los edificios oficiales se apagaban para participar en la llamada “Hora del Planeta” que apenas un mes después íbamos a inaugurar el desgraciado maratón del planeta, así, sin quererlo. Digo esto porque apagar las luces voluntariamente no es exactamente lo mismo que quedarte sin la posibilidad que tenerlas. No podemos minimizar la gravedad de lo sucedido el lunes 28 de abril de 2025 porque nadie en vida recuerda que algo así haya sucedido nunca, en todo el territorio peninsular simultáneamente. Nunca pues habíamos vivido una experiencia de este tipo. 

No voy a entrar en macro consideraciones y mucho menos en atribución de culpas, algo político y a la vez tan judeocristiano. A mí como ciudadana me interesa lo que se ha aprendido de la experiencia, lo que podemos mejorar aunque no volvamos a utilizarlo nunca; la seriedad que exige el análisis y la prevención frente a la frivolidad de los que convirtieron lo sucedido en un mero ejercicio hedonista de terraza y caña, como unas vacaciones insospechadas, lo que si bien ahorró problemas, por la calma, sí denota una infantilización social nada desdeñable. Olvidémonos un momento de las nucleares, las renovables, la generación síncrona, las cajas negras, el mix y el relato político. No digo que no sean importantes, lo son, digo que hay otros muchos aspectos que considerar. 

En primer lugar el habernos reído pública y masivamente del kit de emergencia propugnado por la UE un pelín antes. Les aseguro que, quienes no lo hicimos, el día del apagón teníamos muchas cosas que otros no. No les castigo con esto. El “te lo dije” no es una fórmula enriquecedora para el futuro. Lo que sucedió puede volver a suceder. No porque Redeia, a pesar del batacazo en bolsa que ya la señala, u otras empresas no sean capaces de remediar esto, sino porque hay que entender que otro tipo de conflicto empezaría seguro con un bloqueo de este tipo. No les engaño si les cuento que empresarios, generales, periodistas y técnicos hubo que en los primeros momentos pensaron en lo peor, en el inicio de algo más grave. Si una guerra se inicia vendrá precedida por cosas así, no lo duden. Así que por una cosa o por otra sí que nos conviene revisar lo que pasó en la vida cotidiana –dejando para análisis con más datos lo acaecido en la red– por ver cómo prepararnos mejor. 

La información, por ejemplo. En parte el pánico no cundió cuando la población supo que se trataba de una caída generalizada que se estaba remediando. Esa tarea la hicieron los periodistas, los de toda la vida, ni influencers ni redes sociales, y lo hicieron a través de los medios convencionales. No podemos prescindir de ellos. La radio volvió a reivindicar su papel en los momentos de mayor confusión. Yo, que deambulaba por los pasillos de la radio ese día, fui testigo de la zozobra con la que los encargados de los suministros intentaban mantenerlos cubiertos, dado que el gasóleo se acaba y mantener la antena, la seguridad y los sistemas de comunicación para que los periodistas trabajaran consume mucha energía, ¿para cuánto tiempo? Muy pocas gasolineras pudieron mantenerse operativas durante el apagón. El suministro de gasóleo, ¿cuánto puede durar? ¿A quién se atiende primero? ¿Cómo se comunica la oferta con la demanda de los centros neurálgicos sin comunicaciones? Cuestiones a estudiar.

Las radios nos salvaron. Las comunicaciones oficiales quedaron inactivas. El sistema ESalert no se pudo utilizar por caída de los postes de la red. Fíjense que en 2023 todos los móviles de Madrid vibraron con un SMS por unas tormentas y que, sin embargo, en el gran apagón no recibimos nada. Esta vulnerabilidad de las comunicaciones debe ser revisada porque añade un plus de angustia y de dificultad. Apenas algunas antenas de telefonía conservaron unas horas su operatividad ‐las de Movistar las peores, otra cosa a hacernos mirar– y se vieron además saturadas y consumidas en muy poco tiempo. Y si no se puede informar de este modo, ¿alguien ha pensado en la vuelta a los antiguos coches con megafonía para patrullar las calles dando mensajes e indicaciones a la población?

Pocos supermercados tenían generadores y solo algunas grandes cadenas hoteleras. Los pagos electrónicos se vinieron abajo –no vuelvo a debatir sobre acabar con el dinero físico– y algunos bancos tardaron días en recobrar su operatividad. Hubo alguna especulación, por eso es preciso regular las consecuencias de llevar a cabo subidas de precio en casos de emergencia. Declarar la emergencia ayuda a posteriori a todas las acciones legales. 

Los ascensores y las gentes atrapadas. Hubo técnicos que recorrieron en un coche de policía sus zonas de actuación entrando edificio por edificio a comprobar si había personas colgadas en los elevadores. ¿Qué otra forma había de saberlo si no se podía llamar a los call centers? Existen ascensores que tiene mini baterías que les permiten en caso de apagón descender hasta un piso y abrir las puertas: ¿nos interesaría que todos pudieran operar así? Los pequeños comerciantes se hicieron fuertes en establecimientos a oscuras cuyos cierres no podían echar: “Si pudiera cerrar me iría, pero no voy a dejar todo lo que tengo para que lo roben”, comentaban muchos. ¿Sería posible tener generadores móviles que los servicios de emergencia usaran para ir ayudando a bajar las persianas uno tras otro y evitar las tentaciones de pillaje? ¿Puede aumentarse la batería de las alarmas y comunicaciones de seguridad? El suministro de agua en muchos edificios precisa de electricidad para elevarla a las plantas más altas. ¿Cómo funcionó? ¿Puede mejorarse? Porque sin luz, sin comunicaciones y además si agua las cosas se complican mucho.

No puedo dejar de reseñar que comprobamos que las generaciones que algún día fuimos analógicas nos desenvolvimos con más fluidez que los nativos digitales. Los que hemos mirado un mapa alguna vez o aún recordamos dónde están los puntos cardinales y por dónde podemos volver a casa. No se rían, en las grandes ciudades se dieron casos de personas que no sabían por dónde tirar en superficie para regresar al hogar. Los que no vivimos al día, los que solemos comprar cosas por si acaso y luego tenemos comida de más, los de la EGB que gestionamos mejor según parece. No estaría de más que los nacidos digitales aprendieran destrezas básicas de orientación, mapas y supervivencia analógica por si acaso. El mundo se vuelve muy distópico, demasiado. 

Todo apunta a que esta vez no fue un ciberataque, lo que no empece para que otro día pudiera serlo. En términos de vida cotidiana tomémoslo como un gran simulacro y repasemos las que fueron nuestras debilidades particulares y próximas –¿hay que tener un plan de reencuentro familiar?, ¿qué echamos a faltar?– para intentar resolverlas de cara a un futuro cada vez más incierto. Lo común, lo macro, lo político debe investigarse y solventarse en el plano público. Lo de cada uno puede mejorarse en el plano individual. 

En previsión de… ya saben.