Si el crecimiento infinito de la deuda no parece una opción viable, la izquierda, en España y el resto de la Unión, tendría que ofrecer fórmulas para controlarla. De lo contrario, el asunto se deja en manos del club de la motosierra. Y ya conocemos las soluciones de esta gente
Donald Trump utiliza, por supuesto, argumentos tramposos y en parte absurdos. Está en su naturaleza. Dice que la deuda pública estadounidense es insostenible y propone recortar el presupuesto un 22%, salvo en el gasto militar, que sube un 13%. Y a la vez anuncia nuevas bajadas de impuestos, que, según sus teorías, se compensarán con el cobro de aranceles. El truco consiste en que un impuesto sobre el consumo permita a los más ricos seguir viviendo en condiciones fiscales paradisíacas.
Dudo mucho que los planes de Trump funcionen. Y, sin embargo, quizá tenga razón cuando habla de una deuda insostenible. ¿Lo es? No lo sabemos. Los límites sólo se descubren cuando llega la quiebra. Es decir, cuando llega el horror.
Las críticas al excesivo endeudamiento público, que este año rozará de forma global el 100% del Producto Interior Bruto planetario y alarma a instituciones como el Fondo Monetario Internacional, tienden a proceder de la derecha y, en especial, de la derecha más extrema y neoliberal. La cura que proponen los Trump, los Milei y demás miembros del club de la motosierra pasa indefectiblemente por reducir el gasto social con palabras y argumentos muy manidos y torticeros: que si la paguita, que si no quieren trabajar, etcétera.
Y la izquierda (que ahora, de alguna forma, abarca desde la antigua derecha hasta el comunismo) actúa de forma refleja: si estos recortan, nosotros no. Nunca resulta popular el recorte, y menos cuando, como en Estados Unidos y la Unión Europea, aumenta el gasto militar.
Pero seguimos sin saber cuál es el límite. Ni siquiera sabemos con absoluta certeza que exista ese límite. La deuda pública japonesa anda ya por el 300% y el país sigue funcionando, aunque se trate de un caso un poco especial porque mucha de ella se nomina en yenes y está en manos de los inversores locales. Algunos economistas sostienen que, en esas condiciones, la deuda puede crecer de forma casi infinita.
Ciertamente, la deuda resulta útil como instrumento de ahorro para países y ciudadanos: los títulos de deuda pública se consideran una inversión segura. Bill Clinton percibió su necesidad cuando, en los prósperos 90, encadenó superávits presupuestarios y se planteó la posibilidad de recomprar deuda estadounidense hasta reducirla de forma drástica: tanto la Reserva Federal como las grandes entidades financieras de Wall Street le advirtieron que no lo hiciera, porque el ahorro se desviaría hacia inversiones más y más especulativas.
La crisis de 2008 y la pandemia han llevado la deuda hasta niveles comparables a los de 1945, cuando el gasto militar debido a la Segunda Guerra Mundial rompió todas las costuras presupuestarias. En Estados Unidos, la partida presupuestaria destinada al pago de intereses ya es similar a la partida de Defensa: un billón de dólares. En España, los intereses de la deuda rondan los 40.000 millones anuales y la cifra viene subiendo a un ritmo de casi el 10% anual.
Si nos ceñimos a la Unión Europea, hablamos de un grupo de países en crisis demográfica, con más y más gente anciana que vive (afortunadamente) más y más años. Hablamos de unos sistemas de pensiones que dependen más y más de los impuestos, porque las cotizaciones no cubren la totalidad del importe. Hablamos de unas economías maduras con un crecimiento moderado.
¿Es esto sostenible? Quizá la izquierda debería plantearse la cuestión de la deuda, en España y en el resto de la Unión. Y si el crecimiento infinito no parece una opción viable, porque los intereses se comen el presupuesto, tendría que ofrecer fórmulas para controlar la deuda. De lo contrario, el asunto se deja en manos del club de la motosierra. Y ya conocemos las soluciones de esta gente.