El templo navarro de San Bartolomé muestra la extraordinaria solidez de las construcciones medievales, frente al olvido del patrimonio por propietarios y administraciones en regiones condenadas por la despoblación y el envejecimiento
Leguin, con más de mil años de historia, la cara más visible del desprecio de Navarra hacia sus castillos
“Estamos en el valle de Lónguida, en el Prepirineo navarro, este es el despoblado de Larrángoz y esta es la iglesia de San Bartolomé”. Con estas palabras presenta Mikel Zuza, historiador, investigador y bibliotecario pamplonés, un templo románico que le impresiona a tal punto que lleva investigando su origen desde hace años. Más allá de llegar a conocer a ciencia cierta cuál es la identidad del caballero inmortalizado en piedra en la portada (una escultura confeccionada con primorosa delicadeza con la que la emprendieron a pedradas en los setenta), Zuza reclama la atención del Gobierno de Navarra hacia un edificio medieval que ya se ha ganado el cielo de la conservación: abandonado, vandalizado y expoliado hace décadas, San Bartolomé resiste gracias a la fortaleza de su perfecta bóveda de piedra, ofreciendo una muestra clara (una más) de que los arquitectos del románico construían para la eternidad.