La prisión tiene capacidad para 40.000 personas y se construyó para albergar a presuntos miembros de pandillas. Trump ha pagado a El Salvador para enviar allí a 238 migrantes venezolanos
Trump dice ante Bukele que “estudia” deportar ciudadanos estadounidenses a El Salvador: “Si podemos, será bueno”
“No detengas el coche”, dijo el lugareño en el asiento de atrás. “Reduce la velocidad y lo verás”. Los soldados miraban nuestro vehículo mientras pasábamos junto al desvío y al puesto de control. Entre los árboles, a pocos kilómetros de la carretera, el edificio blanco del Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot). Sin autorización del Gobierno, era lo más cerca que se podía estar de la prisión que ocupa el centro de las relaciones entre Estados Unidos y El Salvador.
La prisión más grande de América, según el presidente salvadoreño Nayib Bukele, tiene capacidad para 40.000 personas y alberga sobre todo a miembros de la MS-13 y de Barrio 18, las dos pandillas que atormentaron a El Salvador durante décadas. También es el lugar al que la Administración Trump ha pagado por enviar a 238 migrantes venezolanos y un agujero negro informativo: de allí no sale nada salvo lo que el Gobierno de El Salvador quiere que se sepa.
“Es como Guantánamo pero con esteroides”, explica Juan Pappier, subdirector de la ONG Human Rights Watch para las Américas. “Estas personas están fuera de Estados Unidos en un país donde no existe la separación de poderes”, sostiene. “Están en un espacio donde básicamente no impera la ley”. El periódico The Guardian pidió una visita a la prisión pero no recibió respuesta.
Diecisiete miembros de la pandilla venezolana Tren de Aragua y miembros de la pandilla MS-13 fueron deportados a El Salvador por Estados Unidos en San Salvador, El Salvador, el 31 de marzo de 2025.
Bukele declaró hace tres años un estado de excepción, aún vigente, que dejó en suspenso los derechos constitucionales y dio rienda suelta a los poderes del Estado para enfrentarse a las bandas con encarcelamientos masivos sin garantías procesales. Desde entonces han detenido al 1,4% de la población del país, unas 85.000 personas que, en su mayoría, están en prisión preventiva. Las organizaciones por la defensa de los derechos humanos tienen documentadas casi 400 muertes bajo custodia. Sostienen que el gobierno ha detenido a muchas personas sin relación con las bandas.
En El Salvador una gran mayoría de la población aprueba el Gobierno de Bukele. Su campaña de detenciones masivas terminó con el control territorial que ejercían las bandas, redujo el número de homicidios, y dio a muchos salvadoreños una especie de libertad que no conocían desde hacía años. Pero los salvadoreños también saben que viven al capricho de un presidente con un poder casi absoluto. En Tecoluca, el distrito rural donde está el Cecot, la mayoría no quiere hablar dando su nombre. “Si los criticas, te acusan de delincuente”, dijo un hombre. “Lo único que puedes decir es ‘amén, amén’; si no, te pueden sacar de tu casa”.
Según el concejal y activista local César Cañas, la prisión se construyó sin consultar a la población y los lugareños se enteraron cuando empezaron a llegar los camiones de construcción en 2022. Cañas se acercó caminando a la zona del puesto de control levantado por los militares en la carretera de acceso y descubrió que habían obligado a los agricultores a vender sus tierras bajo la amenaza de expropiación. “El presidente se vio forzado a dar su versión cuando Radio YSUCA hizo públicos nuestros descubrimientos”, dijo Cañas. “Tuiteó que estaban construyendo una megacárcel para albergar a 40.000 terroristas, más que la población de todo el distrito”.
La construcción de la cárcel de 23 hectáreas terminó en menos de un año y los primeros presos llegaron en febrero de 2023. Los lugareños dicen que siguen sin saber casi nada de lo que pasa dentro de la prisión. El secretismo en torno a Cecot no es una rareza.
El secretismo
Desde que comenzó el estado de excepción de El Salvador, el Gobierno ha dado muy poca información sobre sus prisiones. Lo que es raro es que del Cecot no se ha filtrado nada. Tanto es así, que solo se sabe de un preso que haya salido con vida de allí: el salvadoreño Kilmar Ábrego García, injustamente deportado de Estados Unidos y trasladado del Cecot a otra cárcel donde sigue sin contacto con el mundo exterior.
El férreo control de la información relacionada con el Cecot ha permitido a las autoridades modelar su imagen para convertirlo en la cara pública del estado de excepción con visitas coreografiadas de personas influyentes, miembros del Partido Republicano de EEUU, y algunos medios elegidos. En esas visitas se pueden ver grandes celdas con literas metálicas de tres niveles y camas sin sábanas ni colchones.
Un segundo grupo de 2,000 detenidos fue trasladado al megacentro penitenciario Centro de Internamiento de Terroristas (CECOT) el 15 de marzo de 2023 en Tecoluca, El Salvador.
Son hasta 80 presos por celda, compartiendo una palangana de agua para lavarse y unos aseos muy básicos. Les dan 30 minutos al día fuera de sus celdas para hacer ejercicio en la zona central. Aunque nunca ven la luz del sol, las luces del interior no se apagan en ningún momento, salvo en las celdas de aislamiento, totalmente a oscuras. No se permiten visitas. De acuerdo con los datos del Gobierno, ahora mismo hay 15.000 personas encerradas en el Cecot.
Según Noah Bullock, director de la ONG por los Derechos Humanos Cristosal, “el Cecot no ha sido pensado para la rehabilitación” sino para “ el exilio permanente, el castigo permanente”. “Es deliberadamente cruel y eso es lo que se está comunicando, que por fin tenemos un líder lo suficientemente fuerte para tratar a estas personas como deben ser tratadas, como menos que humanos”, dijo.
La propaganda no tiene nada que ver con la realidad del estado de excepción de El Salvador ni de su sistema carcelario, donde hay personas que posiblemente no tengan nada que ver con las bandas atrapadas en prisiones como Izalco, con condiciones incluso más terribles. Pero la imagen es, en parte, lo que hace útil a Cecot para la Administración Trump, según Bullock. Cuando la secretaria de Seguridad Nacional de Trump, Kristi Noem, dio su discurso en la prisión, lo hizo frente a miembros de la MS-13 y no frente a una celda con los venezolanos que acababan de deportar.
“Los venezolanos no llevan el nombre de la banda tatuado en el pecho, y cuando les afeitaron la cabeza y les hicieron encorvarse, parecían tristes, generaron cierta simpatía”, dijo Bullock. “Si te pones delante de miembros de la MS-13, esa duda se te va”.
Según un artículo del periódico The Wall Street Journal, Bukele está pensando en duplicar el tamaño del Cecot. Trump ha dicho que le encantaría comenzar a enviar a la cárcel de El Salvador a ciudadanos estadounidenses que hayan cometido delitos violentos, además de a los migrantes deportados.
En Tecoluca, la perspectiva de la expansión de la cárcel alarma a los lugareños. En la comunidad El Milagro se quejaban de estar afectados por el bloqueo de la señal de móvil en el área de la cárcel y por las aguas residuales que llegan del Cecot. El río se ha vuelto marrón desde que la prisión empezó a verter sus residuos más arriba.
“Cecot es la megaprisión internacional, para mí es vergonzoso que Tecoluca esté asociada a ella”, dijo un joven hurgando con un palo en los sedimentos nauseabundos de la orilla. “No se nos escucha, la gente ya no tiene voz”, añadió. Y en voz baja: “Habría preferido una megauniversidad”.