La verdadera intención de Trump es tener un Papa en Roma que se le someta; que sea sumiso y obediente. Tanto él como su vicepresidente católico quieren, como en las pugnas europeas del pasado, que el Papa se someta al Emperador, al «César» del momento
A Donald Trump no le gustaba un cuadro con su efigie que llevaba cinco años colgado en las paredes del Capitolio del Estado de Colorado. “Su autora debe haber perdido el talento con la edad”, escribió en las redes sociales, con su habitual delicadeza. El mes pasado consiguió por fin que lo retiraran.
Que el actual presidente de los Estados Unidos da una gran importancia a su iconografía lo corrobora el hecho de que su comité de acción política (‘Save America Leadership‘) diese 650.000 dólares a la Institución Smithsonian de Washington, en febrero de 2022, para los futuros retratos del presidente y de Melania Trump. Era la primera vez que esta prestigiosa institución recibía dinero directamente de una organización política. Según las reglas de la institución, los expresidentes pueden escoger al artista que debe retratarlos, a ellos y a sus consortes. Por lo general, eligen discretos pintores académicos, que hoy en día no son fáciles de encontrar. Sólo los Obama rompieron la tradición, escogiendo a un artista afroamericano de Nueva York, Kehinde Wiley, y sus obras han alegrado la galería de mortecinos retratos presidenciales de la Smithsonian.
Será curioso ver qué artista recibirá el encargo del actual inquilino de la Casa Blanca y cuáles serán los resultados. Una indicación podría venir de su segundo retrato presidencial oficial. En él, una luz fría ilumina en claroscuro la cabeza de Trump ligeramente inclinada hacia abajo, con la frente fruncida, una ceja levantada inquisitivamente, los labios apretados, y un ojo semicerrado (el derecho), con un guiño no se sabe si de complicidad, cálculo, o amenaza. El retrato está inspirado, indiscutiblemente, en la fotografía que la policía de Georgia tomó de Trump, después de ser acusado de intentar revocar el resultado electoral de 2020. Es la imagen severa y amenazante de un monarca que ha convertido su adversidad en triunfo y venganza. La foto, de Daniel Torok, ha dado en el clavo.
Otra cosa bien distinta es el grotesco retrato papal de Trump. Cuando vimos la imagen en la que aparecía disfrazado con sotana blanca, cruz dorada y mitra papal (y bendiciendo «urbi et orbe»), muchos pensamos que era fruto de la IA, y de algún acérrimo enemigo de Trump. Acertamos en lo primero y nos equivocamos de lleno en lo segundo. Trump la había publicado en su red social y la cuenta oficial de la Casa Blanca la compartió en X.
La difusión de la imagen provocó polvareda (era su intención). Uno de los primeros en criticarla fue Matteo Renzi, político voluble pero ágil: “Es una imagen que ofende a los creyentes, insulta a las instituciones y demuestra que el líder de la derecha mundial se divierte haciendo el payaso”. Timothy Dolan, el cardenal arzobispo de Nueva York, también mostró su malestar. Lo hizo en dos lenguas, en la plaza de San Pedro, en puertas del cónclave: “It wasn’t good” (“no estuvo bien”), y “brutta figura” (“muy mala impresión”).
Trump, que en su momento proclamó que era presidente por gracia divina (“Fui salvado por Dios para hacer grande de nuevo a Estados Unidos”), había dicho unos días antes que le gustaría ser Papa (“Nadie lo haría mejor que yo”). Tampoco esto debió ser del agrado del cardenal neoyorquino, a pesar de ser proclive a Trump.
Pero la verdadera intención de Trump no es ser sumo pontífice. Lo es tener un Papa en Roma que se le someta; que sea sumiso y obediente. Tanto él como su vicepresidente católico han sido tildados de “cesaropapistas”, porque quieren, como en las pugnas europeas del pasado, que el Papa se someta al Emperador, al “César” del momento. Será interesante ver cómo el nuevo papa León XIV, de nacionalidad estadounidense y peruana, responde a tal pretensión.
Aunque también es posible que el verdadero anhelo de DDonaldTrump sea ser admirado como un rey taumaturgo. Quiere que la gente crea que tiene el poder de hacer milagros, del mismo modo que las poblaciones del medioevo creían en la eficacia del “toque real”, la imposición de manos sobre los enfermos que los monarcas practicaban solemnemente, en días convenidos, cuando cientos o miles de enfermos acudían ante los soberanos esperando la curación.
Aquellas ceremonias, en las que el rey solemnizaba su pretendido poder para curar milagrosamente, alcanzaron una enorme popularidad en muchos países europeos. Incluido el nuestro: “Cuando Francisco I, prisionero después de Pavía, llegó a fines de junio de 1525 a suelo español, a Barcelona primero, después a Valencia, vio acudir a él –según escribió algunos días más tarde el presidente de Selves al Parlamento de París– ”tantos y en gran número de enfermos de escrófulas… con gran esperanza de curación, que en Francia no suele verse tal gentío reunido“», escribió Marc Bloch, el gran historiador y resistente francés (fusilado por los nazis en junio de 1944), en un libro clásico que lleva por título ‘Los Reyes Taumaturgos. Estudio sobre el carácter sobrenatural atribuido al poder real, particularmente en Francia e Inglaterra’.
Lo que interesaba principalmente a Bloch eran las razones de la formidable popularidad del fenómeno del “toque real”. ¿Por qué causas aquellas acciones supuestamente milagrosas, ideadas e implementadas por las élites en el poder (el rey, la corte, los religiosos), llegaron a convencer e involucrar a tantísima gente, tan profundamente y durante tanto tiempo? Decía Bloch que, obviamente, la respuesta no se hallaba en hechos milagrosos comprobables. Había que buscarla en los sufrimientos y esperanzas de la gente, en su sus creencias y mentalidades, en su predisposición a esperar milagros.
El meollo del asunto se hallaba en la relación entre las teorías y prácticas de los poderes del momento y las certidumbres y culturas de la gente común. Está relación constituye también una clave que permite interpretar la fuerza y debilidad del trumpismo, y también sus extravagancias y su peligrosidad. Bloch, que vio en la fe en los reyes taumatúrgicos “el resultado de un error colectivo”, añadió que se trataba de un error “más inofensivo que la mayoría de los que llenan la historia de la humanidad”. No podrá decirse lo mismo, por desgracia, de los efectos de las ambiciones taumatúrgicas de Trump.