Cero puntos pero leyendas: artistas que fracasaron en Eurovisión y hoy son iconos

Fueron silenciados por jurados, ignorados por el televoto, abucheados por la crítica; pero el tiempo y el publico les dio la razón

La canción de Eurovisión que ganó sin mostrarse la actuación en directo en su propio país

Eurovisión es, por definición, un festival competitivo. Se vota. Se gana. Se pierde. Y cuando se pierde con cero puntos, el golpe puede parecer definitivo. Pero no siempre es así. A lo largo de la historia del certamen, varios artistas se han ido a casa sin sumar ni un voto. 

Humillante en directo, demoledor en titulares. Y, sin embargo, algunos de ellos han conseguido algo aún más valioso que un trofeo: convertirse en figuras de culto, en artistas respetados, o incluso en ídolos nacionales. Estas son algunas de esas historias. Cero puntos, sí. Pero también carisma, talento… y redención.

Remedios Amaya (España, 1983): el cero que no frenó su carrera en el flamenco

En 1983, España decidió romper con la norma y enviar a Remedios Amaya, joven cantaora gitana que representaba una España marginal, auténtica y racial. Subió al escenario descalza —como era tradición en su cultura— y cantó ¿Quién maneja mi barca?, una quejío flamenco experimental que desconcertó a Europa. Resultado: cero puntos. Una de las derrotas más duras de la historia española en el festival.

Pero el tiempo ha sido justo con ella. Remedios Amaya triunfó más tarde con su disco Me voy contigo (1997), producido por Vicente Amigo, y es hoy una figura imprescindible del flamenco contemporáneo. Su actuación eurovisiva, antaño ridiculizada, se ha reivindicado como una apuesta valiente por la diversidad cultural en pleno siglo XX.

Jahn Teigen (Noruega, 1978): icono de la música noruega

Nadie hizo tanto con tan poco como Jahn Teigen. Representó a Noruega en 1978 con Mil etter mil y se llevó un rotundo cero en el marcador. Pero su actitud despreocupada, su sonrisa estoica y su peculiar puesta en escena —con caídas falsas y expresividad teatral— le convirtieron en una celebridad inmediata en su país.

No solo no desapareció: lanzó más de 40 discos y volvió a representar a Noruega en dos ocasiones más. El “cero” fue el inicio de su carrera, no el final. En los años siguientes, Teigen se convirtió en un icono nacional, una especie de mezcla entre artista pop, payaso poético y símbolo noruego de resiliencia.

Jemini (Reino Unido, 2003): el “nul points” más recordado del Reino Unido

Cuando Jemini, un dúo británico de Liverpool, subió al escenario en 2003 con Cry Baby, nada hacía prever lo que ocurriría: una de las actuaciones más desafinadas en la historia de Eurovisión. Los problemas de sonido —ellos insistieron en que no podían escucharse en los monitores— dieron lugar a una actuación desastrosa. ¿El resultado? Cero puntos. La prensa británica fue despiadada.

Y sin embargo, Jemini acabó ocupando un lugar especial en el folclore eurovisivo. No como ejemplo de virtuosismo, sino como sinónimo de crash televisivo inolvidable. La actuación fue tan mala que se volvió icónica. A día de hoy, Cry Baby es parte de toda recopilación de “momentos legendarios” del festival. Y su historia es contada con cierta ternura: los artistas no lo hicieron bien, pero tampoco huyeron.

Corinne Hermès (Francia, 1983): una victoria sin continuidad

Aunque Corinne Hermès ganó Eurovisión en 1983 representando a Luxemburgo con Si la vie est cadeau, su carrera sufrió un desvanecimiento inesperado. No por falta de talento, sino por exceso de expectativas. En su caso, no hubo cero puntos, pero sí una caída rápida del radar musical, a pesar de haber alcanzado la cima.

Este caso demuestra que incluso ganar no garantiza permanencia, mientras que otros, con resultados mucho peores, logran sobrevivir gracias a su autenticidad o carisma.

Nathalie Pâque (Francia, 1989): la representante infantil que cambió las normas

Con solo 11 años, Nathalie Pâque representó a Francia en 1989 con J’ai volé la vie. No quedó última, pero su participación generó una polémica tan intensa que llevó a cambiar las reglas: a partir del año siguiente, se prohibió que menores de 16 años compitieran.

Aunque no fue un fracaso en puntos, su candidatura es recordada como una injusticia simbólica: una niña que cumplió su papel, pero fue utilizada como carne de escándalo. A día de hoy, su actuación se ve con ternura, y ella continúa vinculada a la música en Francia y Bélgica.

El legado cultural de los derrotados más allá de los puntos

No todos los ceros son iguales. Algunos son injustos, otros inevitables, otros provocados. Pero en Eurovisión, el marcador es solo una parte del juego. El tiempo demuestra que la huella cultural no se mide solo en puntos, sino en recuerdo, impacto y significado. Hoy, muchos de estos artistas han sido homenajeados, reeditados, versionados o incluso convertidos en memes. En un certamen tan volátil como Eurovisión, perder de forma memorable puede ser más poderoso que ganar sin dejar huella.