Manipuladores y mentirosos han existido siempre, pero lo que preocupa hoy de la existencia de agitadores y desinformadores profesionales sin contención alguna es que cuenten con el apoyo del PP y de algunos periodistas echados en brazos de la frivolidad que han olvidado aspectos tan básicos como confirmar una información antes de difundirla, contrastar fuentes o medir la racionalidad de los enfoques
Los que informamos, opinamos, analizamos y tenemos como obligación laboral estar pegados a los debates que se libran en la esfera pública hemos dedicado ríos de tinta y cientos de minutos de radio y televisión a debatir sobre la degradación de la política. Del deterioro del periodismo, mucho menos porque lo de mirar la viga en el ojo propio apenas se estila. No se trata de fustigarnos, pero sí de preguntarnos cómo y por qué hemos llegado hasta aquí, a este envilecimiento en el que hasta quienes un día fueron buenos profesionales y tenían claros los límites éticos de una profesión imprescindible para vertebrar la democracia y garantizar el derecho a una información veraz se han echado hoy en brazos de lo grosero y lo indefendible.
No es libertad de expresión irrumpir en una rueda de prensa en el Congreso de los Diputados con formas chabacanas y maleducadas, ni quebrar las normas de la más elemental educación y la cohabitación parlamentaria. Tampoco señalar a los profesionales de la información en las redes sociales, ni perseguir a los periodistas por la calle, ni difamar a sus familias, ni publicar teléfonos o direcciones particulares, ni interpelar de manera procaz a los políticos.
Manipuladores, mentirosos e ignorantes han existido siempre, pero hoy lo que más preocupa de la existencia de agitadores y desinformadores profesionales sin contención alguna es que cuenten con el apoyo del PP -el de Vox se daba por descontado- y también el de algunos periodistas echados en brazos de la frivolidad que han olvidado aspectos tan básicos como confirmar una información antes de difundirla, contrastar fuentes o medir la racionalidad de los enfoques.
Esta semana, como saben, ha habido un nuevo plante de periodistas en el Parlamento porque un personaje de esta fauna agresiva y provocadora decidió, un día más, reventar una rueda de prensa, saltarse el turno de palabra e interrumpir a los compañeros. Los redactores parlamentarios – con alguna bochornosa excepción- abandonaron la sala de prensa después de los gritos e interrupciones del agitador ultra como medida de presión para que los grupos parlamentarios que aceleren de una vez la reforma del reglamento que sancionará este tipo de comportamientos y que por lo que sea lleva guardada en un cajón demasiado tiempo.
El texto ha sido impulsado por PSOE, Sumar, ERC, Junts, Bildu, PNV, BNG y Coalición Canaria y Podemos ha anunciado su adhesión. Sin embargo, PP y Vox no están de acuerdo. Hay algo en eso de que los medios de comunicación puedan desarrollar su trabajo “en función de criterios deontológicos y de respeto” que no les gusta. Tampoco que haya un Consejo Consultivo de Comunicación Parlamentaria que regule el procedimiento para la concesión de credenciales y establezca requisitos en base a la necesidad de respetar el derecho a la información veraz y el buen funcionamiento de la Cámara.
Decir no a esta propuesta es dar un espaldarazo a quienes graban impunemente imágenes manipuladas de informadores políticos para situarlos en el centro de la diana. Es también estar del lado de una fauna de populistas y desinformadores profesionales que se han propuesto acabar con los espacios públicos de diálogo y con la convivencia democrática al tiempo que se pasean por las Cortes en actitud desafiante y retadora. Ellos sabrán los motivos de la conchabanza, pero todo apunta en unos casos a que comparten idéntica estrategia destructiva y en otros, a que con su silencio se garantizan quedar al margen del acoso y la amenaza.
Claro que en un país donde una comunicadora de supuesto prestigio declara, sin sonrojarse y sin consecuencia alguna, que ella se sienta cada mañana ante la cámara “para hacer de contrapeso de los medios que apoyan a Sánchez” y donde una presidenta regional felicita a los jueces, fiscales y periodistas que “están dando lo mejor de sí mismos contra Sánchez” ya no sorprende nada. Tampoco que quienes defendemos la importancia de un periodismo honesto y riguroso no seamos capaces de ponernos de acuerdo siquiera en la necesidad de abrir un debate serio y en profundidad sobre los límites éticos del periodismo y del derecho a la información.