Internos del centro penitenciario de La Torrecica participan en la recuperación y limpieza de las sendas que quedaron intransitables tras la DANA de octubre. Forma parte de salidas programadas con objetivos terapéuticos que preparan a las personas reclusas para la libertad y su inserción social
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Hay una ceguera que impide mirar a lo lejos, pero permite mirar justo delante. Y eso hace que la persona que la padece pueda dar pasos, andar sendas y cruzar caminos. La imposibilidad de mirar al horizonte tiene un nombre: ‘ceguera de prisión’, y no disuade a quien la padece de andar caminos ni forjar sendas. Pero provoca malestar, dolor de cabeza y pérdida de la sensación de profundidad.
Le pasó la primera semana de mayo a un varón que se montó en un autobús en el Centro Penitenciario de La Torrecica (Albacete) para participar en su primera salida terapéutica a Letur y cuando llegó apenas pudo ver la belleza y dimensión del enclave. Esto no impidió, justo delante de él, que cumpliera su compromiso con la recuperación de Letur, el pueblo de Albacete más dañado por la DANA en octubre de 2024. Colaboró en labores voluntarias de mejora en las sendas y desbroce de caminos.
Fue el que menos pudo disfrutar del paisaje, pero no fue el único que visitó Letur. Un total de 14 reclusos participaron en la recuperación de sendas como parte del programa de salidas terapéuticas organizadas por el centro de internamiento en colaboración con Cáritas. Lo explica José García Aroca, subdirector de equipos de observación y tratamiento del centro penitenciario de Albacete, La Torrecica, que relativiza la importancia del tema. “Salidas programadas hacemos muchas” y todas tienen que tener un objetivo terapéutico. “Forman parte del tratamiento penitenciario para facilitar los procesos de reeducación y reinserción que seguimos para preparar a los internos para la libertad”, explica el responsable del área.
Uno de aquellos 14 presos es Cristian, que comparte su experiencia y que no tiene problema en decir su nombre real. Reconoce su emoción: “Es un impacto cuando la gente te cuenta lo que le sucedió, porque realmente hay mucho trabajo hecho, y aunque no se ve todo, cuando te cuentan su vivencia ves que la gente aún está un poco dolida”.
Recuerda la jornada con la implicación de aquel día: “Limpiamos y ayudamos a las sendas, que son una buena fuente de ingresos para el pueblo, y colaboramos tanto internos como profesionales del centro”. Además, cuenta que, dependiendo de la situación, suelen hacer salidas periódicas pero que en este caso le “sorprendió mucho la formalidad; la gente iba muy concienciada de que teníamos que ayudar y creo que los profesionales [del centro] estuvieron contentos con nosotros y nosotros también”.
De hecho, las salidas terapéuticas son, tal y como cuenta Ana López, coordinadora de programas de Cáritas Albacete, sólo una parte de un programa más amplio que lleva por nombre ‘Abrir Ventanas’ y que es una suerte de muleta para apoyar a las personas en prisión en su camino a la libertad. “Fueron los propios reclusos quienes nos transmitían su interés por colaborar, incluso aportando algo de dinero, pero el sistema de peculio de la prisión lo impide, aunque muchos querían”.
Por ello, aprovechando el programa que desde hace muchos años Cáritas viene desarrollando en La Torrecica y el Plan Extraordinario que la entidad social vinculada a la Iglesia está implementando para la recuperación de Letur y que cubrirá al menos tres años de intervención, decidieron facilitar la unión entre los dos programas. “Como nosotros tenemos relación permanente con servicios sociales de prisión, lo vieron súper interesante y planificamos una visita, igual que el resto de voluntarios que colaboran, y añadimos un planteamiento terapéutico”, argumenta López.
Y, ¿qué supuso esta salida para Cristian? “Nos afectó cuando te cuentan la manera en cómo el agua se llevó algunas casas donde falleció gente”, y recuerda el caso de la vecina que apareció a catorce kilómetros: “Te pones en la parte de ellos y ves que es algo que no se olvidará nunca”.
Dimensionar la realidad es muy importante, y quizá sea un poco más difícil para personas privadas de libertad durante largos periodos de tiempo. Así lo detalla José García que cuenta que, aunque ya sabían de lo ocurrido por los medios de comunicación, “al estar allí pudimos comparar con daños tan graves y la tragedia que supuso para el pueblo”. Esto provocó un sentimiento de empatía de los internos hacia los vecinos de la localidad de quienes supieron, a través de los testimonios de lo que vivieron. “Que te dé testimonio alguien del propio pueblo de los daños y pérdidas tan terribles te hace más consciente”, sentencia el responsable de la prisión.
No es tan importante, comenta José, abrir una senda, sino ver cómo se relacionan los internos, cómo empatizan y cómo rememoran. “Muchos de ellos recuerdan otras catástrofes y con estas actividades los desconectas un poco del centro penitenciario y los vas preparando porque en algún momento tendrán que salir y ese acercamiento a la realidad los va sensibilizando y reconectando en un proceso de reinserción”.
Con estas actividades los desconectas un poco del centro penitenciario y los vas preparando porque en algún momento tendrán que salir y ese acercamiento a la realidad los va sensibilizando y reconectando en un proceso de reinserción
En este caso, la actividad se planificó a demanda del ayuntamiento de Letur que pidió ayuda a Cáritas, entidad que viene organizando visitas con otros grupos de voluntarios, jóvenes, vecinos o particulares que se ponen al servicio de los forestales para mejorar las sendas. “Y este ha sido un grupo más”, dice Ana López, de Cáritas, “y para alguna persona fue la primera vez que salía de prisión”.
Reclusos de La Torrecica durante la actividad voluntaria terapéutica en Letur (Albacete)
Uno de los objetivos de esta jornada es normalizar la imagen que las personas tienen de los presos: “Hay una visión demasiado estereotipada, muy negativa, dan miedo, porque normalmente lo que sale en los medios de comunicación son los casos más graves y extremos y la inmensa mayoría de la gente que está en prisión está por problemas de pobreza muy grave, que terminan cometiendo delitos, pero no son personas con problemas de psicopatologías ni asesinos en potencia, sino que son personas muy normales que por meteduras de pata y errores terminan en prisión”.
Cristian, por su parte, reconoce que estas salidas son muy importantes porque, en su opinión, ayudan a construir un camino “más sociable”. Pasos que están dando los ocho internos de régimen ordinario, y los seis de tercer grado que participaron en esta actividad. De los catorce, dos eran mujeres. También es importante, explica el subdirector de equipos de observación y tratamiento de La Torrecica, que las personas que participan en estas actividades son internos implicados en su tratamiento y en su proceso de reinserción.
La gente en prisión tiene la misma sensibilidad y el anhelo de solidaridad que la gente que está fuera, y están buscando espacios para poderlo demostrar
Ana, que ha trabajado en prisiones antes de ser coordinadora de programas en Cáritas, argumenta: “No vamos a justificar a nadie, ya han sido condenados, no necesitan una condena social añadida”. Uno de los objetivos era la normalización y fueron, trabajaron, “saludaron, se relacionaron con los vecinos, y aunque no llevaban en la frente que eran personas presas, yo estoy segura de que el pueblo entero lo sabía, porque nosotros lo habíamos avisado, no lo hemos escondido”.
Recuerda la fantástica acogida de la gente del sitio donde comieron, el forestal, los vecinos, trabajadores del ayuntamiento que les recibieron muy bien. “Íbamos todos identificados como voluntarios de Cáritas, y la gente es muy agradecida: la gente superbien”.
Precisamente, Cristian recuerda que su contacto con los vecinos fue muy constructivo: “La gente muy, muy agradecida, dándonos mucho las gracias”, y ha destacado el compromiso de Cáritas y del guardia forestal de la Asociación El Regaliz, que les acompañó: “Estuvo impoluto con nosotros, con detalles y explicándonos el pueblo y un muchacho que nos lo enseñó todo perfecto”.
Otro de los mitos, fruto del desconocimiento y al que no colabora el aislamiento, es el individualismo o el egoísmo: “La gente en prisión tiene la misma sensibilidad y el anhelo de solidaridad que la gente que está fuera, y están buscando espacios para poderlo demostrar”, indica Ana López. Pide hacer memoria y reconocer el trabajo que se hizo en prisión durante la pandemia de COVID-19. “Ya se nos ha olvidado, pero fueron las personas privadas de libertad quienes voluntariamente cosieron montañas de mascarillas, incluso a turnos, que luego fueron a proteger muchas personas a las residencias de mayores”, un ejemplo que Ana espera que no se olvide.
José García comenta que “los internos son capaces de sensibilizarse y ser conscientes de que ha habido un daño y de que pueden colaborar con la situación” y su forma de contribuir ha sido con la recuperación de sendas. Ana López hace un esfuerzo por explicar que la solidaridad está en todos los ámbitos, “incluso en los lugares más desconocidos o en los que menos te puedes esperar”, y la solidaridad es algo muy reconfortante para el que recibe, pero también para el que ejerce el acto solidario. Cristian se queda con la gratitud de la gente y con que había ganas de colaborar, “vi un pueblo agradecido por intentar ayudarles en lo que fuera”.
Reclusos de La Torrecica (Albacete) durante la actividad voluntaria en Letur
Trabajadores, presos, vecinos y voluntarios se llevaron muchas anécdotas. Por su parte, Cristian destaca ver cómo los profesionales del centro también cogieron una azada: “se implicaron al máximo y fue gracioso verlos con la herramienta”. Además, se da la circunstancia de que una profesional del centro es de Letur, donde viven sus padres. “Pudimos conocerlos -recuerda el interno-, y ella misma nos dijo: Yo contaba con acompañaros, pero no contaba con venir a coger una azada”. Se le acumulan las vivencias, y se alegra al recordar la frase del subdirector, “Cristian: yo estoy reventaó”, lo dice riéndose.
Pero quizá otra enseñanza es la experiencia de un trabajo común en la que todos ayudaron a mejorar la misma senda para poder andar cada uno el camino de su propia autonomía. Todos, menos uno al que el infortunio le visitó la noche de antes en forma de subida de ácido úrico y no podía andar, y como tampoco quería perderse la experiencia, subió la montaña con muchas dificultades. Trabajó como pudo y con denodado esmero y lo peor le llegó en la bajada, que tuvo que valerse de un rastrillo a modo de muleta. Porque no sólo hay que trazar la senda y mantenerla transitable, también es necesario encontrar el apoyo necesario para llegar al destino: la libertad.