Las dos orillas o confundirse de enemigo

Decir hoy España y Europa desde la izquierda es defender una idea de la sociedad en la que queremos vivir y la sociedad que queremos mejorar. Y en esa lucha no vale de nada liderar una orilla vacía

Julio Anguita vuelve a estar de actualidad, y siempre es positivo que celebremos a uno de los líderes más carismáticos de la izquierda y referente de ese espacio casi alienígena a la izquierda del PSOE. La estación de tren de Córdoba llevará su nombre, algo que la vez es un homenaje y una broma cósmica teniendo en cuenta el nuevo simbolismo del tren para la derecha, que lo usa como ejemplo y resumen del caos que nos ha traído Pedro Sánchez. En el homenaje que le brindaba este mes su partido, Izquierda Unida, causó baja repentina Irene Montero, líder indiscutible de Podemos, herederos de lo mejor y de lo peor de corpus político y estratégico de Anguita. 

Anguita es el hacedor de la teoría de las dos orillas, aquella que dejaba al PSOE y al PP en la misma orilla y a la verdadera izquierda, entonces personificada en IU, en la orilla contraria. Aquel discurso estuvo muy vinculado en su origen al rechazo de la entrada de España en la Unión Europea y la oposición a que se suscribiera el Tratado de Maastricht. Pureza y euroescepticismo que hoy reviven en esa orilla enfrentada a todos, también y sobre todo a los posibles aliados, una orilla en la que gobierna en solitario Podemos. La propia Montero recordó las dos orillas situando a Podemos en la de la paz y a todos los demás, con especial mención a Sumar, en la de la guerra, o el rearme o la defensa, según a quien preguntes. Vale la pena recordar que ese discurso de las dos orillas no se basó tanto en un rechazo a la OTAN como en un rechazo a Europa. Los llamados rojipardos han recogido esa bandera, porque la culpa de que las nuevas generaciones españolas no tengan vivienda digna es del complejo de atraso español, de Merkel y del europeísmo castrante. En ese relato simplista defender Europa, con todas sus contradicciones y períodos negros, es propio de boomers rentistas y belicosos.

Muchos años después de formularla y usarla en campañas electorales, Anguita reconoció que su teoría de las dos orillas podía conducir a equivocarnos de enemigo. Europa ha sido sueño y pesadilla, pero en este momento es un refugio de bienestar, democracia y resistencia, y situarla en la misma orilla que la ultraderecha y el populismo es el ejemplo perfecto de equivocarse de enemigo. David Hume decía que “de todas las clases de hombres, la más perniciosa es la de los forjadores de utopías cuando tienen en su mano el poder, y la más ridícula, cuando no lo tienen”. Podemos tuvo una vez la utopía al alcance de la mano y eligió pragmatismo para formar parte de un gobierno de coalición para mejorar la vida de la gente, una decisión que superó el discurso de las dos orillas y el mito del bipartidismo. En este momento de populismo, corrupción, racismo y culto explícito al dinero, nadie puede pretender quedarse solo en el inmenso espacio de la izquierda, señalar con el dedo a los tibios de la otra orilla y trabajar por destruir el espacio común europeo. Decir hoy España y Europa desde la izquierda es defender una idea de la sociedad en la que queremos vivir y la sociedad que queremos mejorar. Y en esa lucha no vale de nada liderar una orilla vacía.