Las elecciones del domingo abren una crisis en la izquierda, fortalecen a la derecha y catapultan a Chega en un país que se creía inmune a los partidos ultras
CRÓNICA – Los conservadores vencen sin mayoría en Portugal, con la ultraderecha disparada
Portugal es ahora un país en el que la gente ya no cree ni a los periodistas, ni a los científicos, ni a los políticos tradicionales. Un país en el que la ultraderecha pisa los talones al Partido Socialista, fundador de la democracia lusa, como segunda fuerza.
Las elecciones de este domingo han hecho saltar las alarmas. La primera de esas advertencias es que no se debe subestimar la capacidad de Chega para aprovecharse electoralmente del descontento de una clase media en apuros. En Portugal, la asfixia de quienes han visto caer vertiginosamente su poder adquisitivo, con el precio de los alimentos disparándose y la crisis inmobiliaria agravándose, se expresa en un voto de protesta que ha llevado a la ultraderecha a donde nunca había llegado en 50 años de elecciones libres.
Ir al supermercado cuesta prácticamente lo mismo que en España, ir a la gasolinera cuesta mucho más en Portugal que al otro lado de la frontera, comprar una bombona de gas cuesta el doble en Lisboa que en Madrid. El país está acostumbrado a mirar a España con admiración y ahora, es posible que muchos portugueses lo hagan con envidia. Aquí, el salario mínimo no llega a 900 euros e incluso los que ganan más que eso, no consiguen tener la vida desahogada que les prometieron, elección tras elección.
Los jóvenes se acumulan en las casas de sus padres, sin posibilidad de soñar con un lugar donde vivir. Las nuevas viviendas solo se construyen para las clases altas o los inversores extranjeros, y los centros históricos de las ciudades se han convertido en parques temáticos para los turistas, mientras los portugueses se sienten apartados. El campo vive olvidado y abandonado, sin servicios públicos ni transporte. Hay quienes han tenido que permanecer en ambulancias porque no había ningún hospital cercano abierto para recibirlos.
Cualquiera que se atreva a arriesgarse a lanzar una empresa entra en una espiral burocrática, la misma a la que se somete a tantos inmigrantes que acaban desistiendo de un largo proceso en el que siempre falta un papel más. Pero la ultraderecha quiere hacer creer que Portugal es un país “puertas abiertas”, en el que cualquiera puede entrar sin mayores dificultades.
Los que “no hacen nada” (la forma en que la extrema derecha se refiere a los beneficiarios de prestaciones sociales) creen que hay alguien más que hace mucho menos y recibe mucho más del Estado. Las cifras lo desmienten, pero Chega ha conseguido transmitir la idea de que hay miles de personas que viven de las ayudas sin contribuir al Estado.
No hay razones únicas para el crecimiento de la ultraderecha, pero no se puede entender la ultraderecha sin entender un país que, en la mitología colectiva, alcanzó su apogeo en algún momento entre finales de los 90 y principios de los 2000 –para un portugués, en algún momento entre la Expo-98 (en Lisboa) y la final de la Eurocopa de fútbol de 2004 que Portugal perdió contra los griegos– y desde entonces ha ido perdiendo su ambición de estar en línea con la media europea.
Además, hay una desconexión con los políticos tradicionales por parte de un sector de la población cada vez más alejado de la política y enganchado a las frases hechas que ve en vídeos cortos en las redes sociales. No es casualidad que el líder de la ultraderecha portuguesa proceda de un popular programa de tertulia deportiva de la televisión por cable en el que los aficionados de los tres principales clubes se pasan horas gritándose mientras discuten sobre el arbitraje y los bastidores del fútbol en lugar de hablar del juego. El líder de Chega, André Ventura, aficionado del Benfica, era imbatible en ese terreno.
Recuerdo muchas noches de elecciones. En 2019, cuando André Ventura entró solo en el Parlamento, nos preguntábamos qué había pasado para que eso ocurriera. En 2022, cuando Chega alcanzó los 12 diputados, nos preguntamos si la ultraderecha había llegado a su techo. Y no fue así. En 2024, pensamos que sería difícil que siguiera creciendo, pero alcanzó los 50 diputados. Ahora serán al menos 58, con la posibilidad de que, contando los votos de los emigrantes –que en Portugal eligen a cuatro diputados– sean más de 60 legisladores, superando al Partido Socialista, que se quedó en 58.
Durante años creímos que, en Portugal, éramos inmunes a la ultraderecha. Los traumas de la dictadura lo justificaban. La formación ultra que existía tenía unas cifras irrisorias en las urnas y fue rápidamente sustituida por un partido unipersonal –Chega– dirigido por un hombre bien hablado, con una maquinaria bien engrasada pero sin cuadros y con disputas internas frecuentes. Nada de esto ha sacudido la marca de André Ventura. Ni siquiera los casos de supuesta prostitución de menores entre miembros del partido o el caso del diputado electo por la circunscripción de las islas Azores que aprovechaba sus viajes a la Asamblea de la República en Lisboa para robar maletas en los aeropuertos.
La izquierda, en mínimos
Estas elecciones han supuesto un fortalecimiento de la derecha y el resultado más bajo de la historia para la izquierda. No hay escenarios estables de gobernabilidad, pero a partir de ahora, la derecha puede llevar a cabo una revisión constitucional por sí sola, sin necesidad de los socialistas. Esto no había ocurrido nunca.
El primer ministro de centroderecha, Luís Montenegro, se beneficiará de nueve diputados más (tendrá 89), después de haber abierto la puerta a las elecciones con la votación de una moción de confianza. Los portugueses pensaron que el hecho de que la empresa personal del jefe del Gobierno siguiera recibiendo pagos corporativos mientras Montenegro estaba en el Ejecutivo no era motivo suficiente para sancionarle. Pero Montenegro está lejos de la mayoría y espera contar con la buena voluntad de los socialistas para seguir ejerciendo el poder ejecutivo.
La izquierda se encuentra ahora en una profunda crisis: los socialistas se han quedado sin líder, los comunistas pierden otro diputado y el Bloque de Izquierda se queda solo con su líder en la Asamblea de la República. Hará falta tiempo para empezar de nuevo, aunque el horizonte de inestabilidad podría empujar al país de nuevo a unas elecciones anticipadas dentro de poco más de un año.
Hace poco más de 50 años, el 25 de abril de 1975, los portugueses votaron por primera vez en democracia. Aquel día se celebró una participación histórica que nunca se ha repetido: el 92%. Antes de aquellas elecciones, en una de las pocas entrevistas que concedió el hombre fuerte de la Revolución de los Claveles, el capitán Salgueiro Maia, declaró al diario Expresso que “no hay límites a las posibilidades de elección, si el pueblo quiere ir al infierno, iremos al infierno”. Se desconoce adónde va Portugal, pero el país nunca se ha adentrado en un terreno tan incierto desde que votó por primera vez hace medio siglo.