La prisión franquista de ‘mujeres de vida extraviada’ que Santos Yubero fotografió en La Calzada de Oropesa

En esta localidad toledana, las celdas y aposentos de un convento se convirtieron durante la dictadura, en los años 40 del siglo XX, en centro de «reforma» para quienes el régimen tildó de «escoria de la sociedad»

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La Calzada de Oropesa es una de las últimas localidades castellanomanchegas en sus límites con Extremadura. Considerada como cruce de caminos desde tiempos inmemoriales, llegado el siglo XVII, la villa inició un cierto periodo de esplendor, del que se conserva hoy uno de sus inmuebles patrimoniales más conocidos: el convento del Cristo de las Misericordias, donde mora una comunidad de Agustinas Recoletas.


Convento del Cristo de las Misericordias, en La Calzada de Oropesa (Toledo)

Uno de los capítulos más llamativos en la historia de este cenobio se escribió en los primeros años 40, cuando sus celdas y aposentos albergaron a centenares de prostitutas –’extraviadas’ o ‘mujeres caídas’ en el argot oficial de la época– recogidas de las calles madrileñas por las autoridades franquistas. Fue una de las cárceles especiales que para ellas habilitó la Dictadura.


Presas formadas con la torre de la iglesia parroquial al fondo en La Calzada de Oropesa (Toledo)

Con el empeño de desarrollar un ambicioso plan sanitario contra las enfermedades venéreas, en junio de 1935 el gobierno de la República aprobó un decreto que en su artículo primero suprimía la reglamentación sobre la prostitución, considerando que la misma, desde ese momento, no se reconocía en España como ‘medio lícito’ de vida.

Tres años antes, las autoridades republicanas habían suprimido las cuotas mensuales que los dueños y dueñas de prostíbulos aportaban a las arcas públicas para sufragar los gastos de la lucha antivenérea, considerando que dicha forma de allegar fondos para estas campañas sanitarias era un baldón para la dignidad del Estado, amén de una práctica “bochornosa y denigrante” para la República, por lo que desde ese momento los gastos de esa lucha se nutrirían de fondos recogidos en los Presupuestos Generales.

Ruinas morales del laicismo republicano

Finalizada la guerra civil, en junio de 1941, las autoridades franquistas derogaron el decreto citado antes, fijando nuevas directrices para estas prácticas profilácticas. Al no incluirse en el nuevo texto ninguna referencia a la regulación del ejercicio de la prostitución, la misma, de facto, volvía a ser ‘tolerada’ desde un punto de vista legal.

Esta laxitud no fue óbice para que en noviembre de 1941 se crease el Patronato de Protección a la Mujer Caída, el cual, recogiendo el sentido de organismos anteriores orientados a luchar contra la ‘trata de blancas’, pretendía “enfrentarse a toda clase de ruinas morales y materiales producidas por el laicismo republicano, primero, y el desenfreno y la destrucción marxista, después”.

La Presidencia de honor del mismo fue ostentada por Carmen Polo de Franco, figurando entre sus vocales natos el obispo de Madrid-Alcalá, representantes de la Sección Femenina de Falange y de Acción Católica o el capitán general de la Primera Región Militar. Se fijó la fecha del 26 de abril, día del Buen Pastor, como festividad del Patronato.


La reeducación religiosa fue piedra angular en los “tratamientos” aplicados estas reclusas

A la par que se creaba ese organismo, se aprobó la puesta en funcionamiento de prisiones especiales para la ‘regeneración y reforma de mujeres extraviadas’. Entre ese año, 1941, y los 60 se habilitaron seis centros de estas características en España, uno de los primeros fue el abierto en la localidad toledana de La Calzada de Oropesa. Según datos oficiales, unas doscientas mil mujeres ejercían entonces la prostitución en nuestro país, muchas de ellas empujadas a ello por la miseria o el desamparo en que se encontraban tras finalizar la guerra.

El artífice de la creación de estas prisiones fue el ministro de Justicia, Esteban de Bilbao Eguía. Licenciado en Derecho, era uno de los más destacados carlistas de la época, tanto que tras su paso por el Ministerio fue presidente de las Cortes (1943-1965) y durante unos días, en octubre de 1949, desempeñó la Jefatura del Estado durante una visita de Franco a Portugal. En marzo de 1942, acompañó al arzobispo Pla y Deniel en su entrada como primado de España en Toledo, siendo fotografiados ambos ‘brazo en alto’.

Escoria que inundaba las calles madrileñas

Como ocurre en la mayoría de decretos y leyes, el preámbulo de los mismos suele recoger el sustento ideológico de la norma regulada. En el caso de la creación de estas prisiones, se decía que las mismas se organizaban ante la ineficacia que tenían los arrestos temporales de aquellas mujeres que ejercían la prostitución, problema de inmoralidad que en esos momentos (recordamos, noviembre de 1941) se padecía “como consecuencia de la época de descristianización que imperó en España en los últimos años hasta el advenimiento del Glorioso Movimiento Nacional”.

Curiosamente, y en contra de lo que ocurría con determinados presos políticos, las mujeres recluidas en estas prisiones no podían acogerse al sistema de redención de penas, “si bien el arrepentimiento y la laboriosidad” serían tenidos en cuenta para anticipar su puesta en libertad. Al dar cuenta de la aprobación de dicho decreto en la Memoria anual del Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo, se calificaba a estas mujeres como “escoria de la sociedad, que inundaba desde las primeras horas de la tarde las calles madrileñas, con escándalo y agravio para la honestidad pública”.

La prisión especial para mujeres de Calzada de Oropesa se ubicó en el convento de las Agustinas Recoletas, fundado en el siglo XVII y que por entonces se encontraba casi deshabitado. Hasta allí fueron trasladadas quinientas mujeres ‘recogidas’ en las calles de Madrid, una mayoría de ellas enfermas.

La vigilancia interior correspondía a funcionarias del Cuerpo de Prisiones, bajo la dirección de Natividad Brunete, y auxiliadas por las propias religiosas agustinas, mientras que la exterior era competencia de fuerzas militares. Dicha vigilancia no impidió que, a las pocas horas de llegar allí, medio centenar de estas mujeres saltaran los muros del convento intentando huir, siendo perseguidas y capturadas en los campos cercanos.


José María Sánchez de Muniaín y Martín Santos Yubero, autores del reportaje publicado en Redención


Titulares del reportaje de Redención dedicado a esta prisión para “mujeres caídas” durante el franquismo

El 4 de diciembre de 1941, el semanario Redención, órgano del Patronato Central para la Redención de Penas por el Trabajo, publicó un extenso reportaje sobre las ‘extraviadas’ de La Calzada de Oropesa.

El autor era José María Sánchez de Muniaín, director de la publicación y miembro destacado de la Asociación Nacional Católica de Propagandistas. Ese sesgo religioso estaba muy presente en cada uno de los paternalistas párrafos de su texto, escrito tras la visita a la prisión de una misión sacerdotal a cargo del jesuita Martínez Colón.


El jesuita Martínez Colón realizó varias misiones pastorales para las reclusas de Calzada

“Ya desde los primeros días de la misión –decía Sánchez de Muniaín en uno de sus pasajes- muchas renunciaban, por carta, a los paquetes que les enviaban sus amantes, rompiendo a la vez con ellos toda correspondencia. Esto de renunciar a los paquetes de comida y obsequios para quedar solamente ateniéndose al rancho de la prisión es uno de esos pequeños heroísmos que requieren poner en tensión todas las fibras del alma al servicio de un ideal”.

En este contexto, llama la atención el periodista sobre la actitud de una joven reclusa que, tras confesar con el sacerdote, llamó a la directora del centro diciéndole: “Lléveme a una celda de castigo durante quince días. Quiero estar sola conmigo. Necesito tiempo para pensar más despacio en toda mi vida pasada y futura. Además, la penitencia que me ha echado el confesor es demasiado pequeña y yo quiero también aumentarla”.


Reclusas en el patio de la prisión especial de La Calzada de Oropesa, en Toledo, durante la dictadura franquista

Entre rejas, “estando ya la casa sosegada”

Aunque la prostitución es una práctica tan antigua como la propia humanidad, el autor del reportaje no dudaba en cargar las tintas de la culpabilidad de la misma en los “rojos descreídos” faltos de toda conciencia, en “los matrimonios celebrados ante el comisario político, rotos por la fuga a Francia [alusión a quienes marcharon al exilio tras la derrota republicana]” o en la “deshonra subsiguiente a tantas uniones ocasionales de aquella triste época de desenfreno”.

De forma sorprendente, se calificaba como “bravas” a las cincuenta mujeres que intentaron escapar, si bien poco después, “sin necesidad de imponer medidas de violencia”, fue suprimida la fuerza exterior y en las “grandes naves abovedadas del viejo convento castellano ha podido resonar en los espaciosos aposentos interiores del alma la voz celestial del verdadero Amado, ”estando ya la casa sosegada“, alusión esta última a los conocidos versos de San Juan de la Cruz en su Noche oscura del alma.

Desde las páginas de L’Osservatore Romano, órgano del Vaticano, se valoraba también esta forma de “recoger del arroyo a la mujer desmoralizada para reeducarla en centros de disciplina religiosa y moral” frente al “criterio anterior de abandonar a la mujer a su propia suerte”. Y en las de El Alcázar se iba un poco más allá, aplaudiendo esta obra “social y cristiana” con la que poner coto a la progresiva lacra social de la prostitución, evitando así “los excesos y las consecuencias de aquellas ciudades de la antigüedad que, malditas por sus corrupciones desenfrenadas, recibieron el castigo de Dios”; entiéndase, las disolutas Sodoma y Gomorra.

Aunque las fotografías que ilustraban ese reportaje fueron publicadas sin firma, su autoría correspondía al madrileño Martín Santos Yubero, uno de los grandes fotógrafos de prensa del siglo XX, quien durante la Dictadura de Primo de Rivera, la República, la guerra civil y el franquismo colaboró en publicaciones tan destacadas como Ahora, Estampa, Crónica, el ABC republicano o el diario YA, donde se jubiló en 1974. Su extenso archivo, entre el que se encuentran las fotos que ilustran esta entrega de la serie ‘2025: año de memoria y libertad’, está conservado en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, y puede consultarse en haciendo click en este enlace.

Y en Toledo, reformatorio para “jóvenes descarriadas”

Apenas transcurridos tres meses desde la publicación de este reportaje, en marzo de 1942, el Ministerio de Justicia, a la vista de que las mujeres ingresadas en La Calzada presentaban “un lamentable estado de depauperación física y contagiadas de graves enfermedades”, decretó elevar transitoriamente en cincuenta céntimos la cifra de dos pesetas asignadas hasta entonces por plaza y día para raciones alimenticias.

En esos momentos, además de esta prisión especial de mujeres, había abiertas otras en Gerona y Tarragona, a las que en breve se sumarían dos más: la Casa Prisión ‘Oblatas’ de Santander y el Reformatorio de Mujeres de Alcalá de Henares. Coincidiendo con este aumento en las asignaciones para el mantenimiento de las reclusas, el doctor Ángel Sopeña elevó a la Dirección General de Deportes y al Patronato para la Redención de Penas un detallado informe sobre el estado de salud de las internas en la población toledana, resaltando que habían recuperado rápidamente la salud, desaparecido las enfermedades contagiosas y que entre ellas no se había registrado ningún caso de aborto, llegando todos los embarazos a término en buenas condiciones.

La prisión especial para mujeres de La Calzada cerró sus puertas durante 1943, año en el que las prisiones españolas acogían a 1.524 mujeres de ‘vida extraviada’.


Esteban de Bilbao, ministro de Justicia, y Pla y Deniel, arzobispo primado, durante la entrada de este último en Toledo

Tres años después, en marzo de 1946, el entonces ministro de Justicia, Raimundo Fernández Cuesta, inauguró junto al cardenal Pla y Deniel en la ciudad de Toledo un reformatorio para “jóvenes descarriadas” que abrió sus puertas en unas estancias anejas al convento de Santo Domingo el Real.

Un edificio que fue promovido por la Junta Provincial de Protección a la Mujer, invirtiéndose medio millón de pesetas en sus obras. El centro estaba a cargo de las religiosas Adoratrices del Santísimo Redentor.