Marco d’Eramo, sociólogo: «Ciudades como Barcelona no están en contra del turista, sino del turista pobre»

El autor de ‘El selfie del mundo’ coincide en que el turismo es una industria que ha llegado al límite pero, a su vez, alerta de que todas las estrategias para limitarlo pasan por perjudicar a las clases trabajadoras

José Antonio Donaire: “Que una ciudad quiera tener solo turismo de calidad no sólo es injusto, sino que es imposible”

Marco d’Eramo (Roma, 1947) ha dedicado buena parte de su carrera como sociólogo a estudiar el turismo. Tras años de análisis ha llegado a dos conclusiones: que es una industria que se nos ha ido de las manos que necesita regulación. Y que no quiere dejar de viajar. Esta contradicción es compartida por la mayoría de personas que sufren las consecuencias negativas del turismo de masas, pero que, a su vez, se van de vacaciones cada verano.

D’Eramo apunta que es imposible asistir al debate sin entender que se trata de una “cuestión de clase” porque, asegura, todas las maneras efectivas para reducir el número de turistas perjudicarán a la clase obrera, a su libertad y a sus derechos conquistados. “El turismo es mucho más que el PIB que aporta”, sostiene. Esa es la tesis que defendió tanto en su libro El selfie del mundo (Anagrama, 2020) como en las jornadas sobre turismo organizadas por el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) el pasado martes. 

En su libro dijo que “el turismo es la expresión material de nuestra idea de libertad, aunque es una idea que consume el mundo”. Pero ¿es el turismo libertad o realmente es una especie de esclavitud ligada a la idea del éxito social?

El turismo es una industria y los turistas son sus trabajadores. Por tanto, hasta cierto punto, son esclavos, sí. En un mundo capitalista, cada actividad es, a la vez, libertad y esclavitud. No puede ser de otra manera. El problema es que culpamos al turismo por cosas que son responsabilidad del capitalismo. El turismo es como el hermano pequeño, canijo y débil, mientras que el capitalismo es el hermano mayor y fuerte que te vencerá siempre que le critiques.

Por eso, nos focalizamos en el turismo. Por eso y porque apuntar a los turistas es el deporte más fácil del mundo porque son divertidos, están fuera de lugar, no tienen ni idea de nada… Pero, realmente, es muy injusto porque todos somos turistas.

¿Cómo podemos sobrellevar la contradicción de ser turistas y estar en contra de los turistas?

Es una contradicción muy débil porque todos pensamos que no somos turistas, sino viajeros. Ahora bien, el resto del mundo sí es turista. De hecho, una de las características del turista es que no le gusta ver a otros como él. Eso estuvo claro durante el Covid, cuando los pocos visitantes que había estaban contentísimos porque no había otros visitantes. Sin caer en la cuenta de que ellos mismos lo eran.

Nos oponemos al turismo de masas, pero que haya millones de visitantes es fruto de una democratización que permitió que viajar no fuera exclusivo solo de las clases más altas. ¿Qué me dice de esta contradicción?

Bueno, hasta cierto punto, el descontento hacia el turismo es una cuestión de clase. Viajar fue algo solo de nobles hasta principios del siglo XIX, que fue cuando se empezó a popularizar con los primeros burgueses. En aquella época, Stendhal ya dijo que en Florencia había demasiados turistas… Y solo había unos 300.

Luego, sobre 1850, apareció la primera agencia de viajes, que se abrió a la pequeña burguesía. Y entonces nace la expresión “manadas de turistas”, equiparando a los nuevos viajeros a ovejas o vacas. Quien la gestó fue el filósofo y aristócrata francés Jean de Gobineau, también conocido por desarrollar la teoría sobre la superioridad racial aria.

Así que sí, la cuestión del turismo es una cuestión de clases. Como decía el sociólogo Pierre Bourdieu, cuando la lucha de clases no toma la forma de una revolución, busca conquistas más simbólicas que se materializan en que las clases bajas intentan imitar las prácticas de las altas. Y eso hace que el prestigio de esa práctica baje. Pasó con los coches, con la educación universitaria y pasa ahora con el turismo.

Me hace gracia que ciudades como Barcelona, Florencia o Venecia, que lo hicieron todo para atraer al turismo, que organizaron Juegos Olímpicos y han hecho grandes campañas de promoción, ahora se quejen

¿Qué cambió en las condiciones materiales de la clase obrera para que pudieran permitirse viajar?

Que llegó algo completamente nuevo en la historia de la humanidad: vacaciones remuneradas y el sistema de pensiones. Es por eso que la gran mayoría de los turistas que vemos hoy en día son trabajadores azules [en referencia al color del mono que usan los obreros en las fábricas] y eso lleva a un gran odio de clase. “Oh, Dios mío, qué vergüenza dan los turistas. Mira toda esta gente inculta ante la Gioconda”.

Y eso es importante, porque incluso en ciudades como Venecia o Barcelona no se está en contra del turista, porque se vive de él. En realidad se está en contra del turista pobre.

La estrategia de la alcaldía de Barcelona pasa por poner algunos límites al turismo y apelar al visitante de calidad. ¿Es una solución factible?

Para nada, porque el problema de esta gente es que no son suficientemente ricos. Y los que sí lo son, son demasiado pocos y con ellos no vas a sacar nunca bastante dinero. Es la teoría McDonald’s, que dice que los restaurantes de lujo no te van a hacer rico. Eso solo se consigue con las cadenas de comida rápida.

Además, me hace mucha gracia que ciudades como Barcelona, Florencia o Venecia, que lo hicieron todo para atraer al turismo, que organizaron Juegos Olímpicos, tienen grandes programas de Erasmus y han hecho grandes campañas de promoción, ahora se quejen.


Marco d’Eramo, durante la entrevista con elDiario.es

Son ciudades que se pasaron de frenada. ¿Es posible rectificar, llegados a este punto?

Es complicado porque el problema con el turismo es que da dinero a gente que no vive en el lugar, mientras que los locales lo único que obtienen son problemas. Pero es como pasa en cualquier empresa: ninguno de los trabajadores de una fábrica nota si aumentan los beneficios.

Por eso va a ser muy difícil parar, porque siempre ha sido una rueda que no ha dejado de girar, buscando maneras de ganar más y más dinero. Al coste que sea. Una de las más efectivas se encontró durante la revolución neoliberal de los 70. Se empezó a hablar de patrimonio, a mirar al pasado como fuente de ingresos y a conservar lugares. Y aunque eso pueda parecer contrario al turismo, no lo es. Porque si conservas una ciudad, ya no puedes vivir en ella. A este paso, en 2.000 años tendremos que vivir en la luna y considerar toda la Tierra como patrimonio.

Por eso, cuando la UNESCO convierte una ciudad en Patrimonio, la mata. Una ciudad no es solo piedra y acero, sino que es vida y es cambio. Es donde trabajas, donde follas, comes, donde escuchas música. Y, si se convierte en patrimonio, no puedes hacer nada de eso porque se convierte en algo que solo puede ser visitado. No tiene otra función.

El turismo es una industria sucedánea y sólo recurres a ella cuando pierdes actividades fundamentales

Hay ciudades que sí tienen diversas funciones.

Sí, porque el turismo es una industria sucedánea y solo recurres a ella cuando pierdes actividades fundamentales. Las dos ciudades con más turismo del mundo son Londres y París, pero tienen muchas otras cosas y dejan a los turistas solo en las zonas del Soho, West End, Cartier Latin o Marais. Y ya.

Luego tienes el ejemplo contrario. El turismo de masas empezó en Venecia en el siglo XVII. Hasta entonces tenía el monopolio del comercio y, al perderlo, el gobierno decidió invertir en el carnaval que, para finales de ese siglo, duraba seis meses. Ya en esa época se encuentran postales turísticas que destacaban que podías ver arte, tener experiencias religiosas, comer bien y tener un montón de sexo. Así que todo el mundo fue para allá.

Vuelvo a la pregunta de antes: ¿Qué se puede hacer?

Gobernar. Nos pasamos el día quejándonos de los turistas, pero eso es un error, porque deberíamos quejarnos del turismo, que es una industria. Así que deberíamos hacer lo mismo que con las demás, y que las políticas no se basen solo en acciones para promoverlo, sino para regular la contaminación o el uso de recursos.

¿Y para reducir el número de visitantes?

Es que solo hay tres maneras de hacer eso y todas son terribles. La primera es tener otra pandemia, o un régimen dictatorial global, que imponga restricciones de movilidad. Eso sería súper efectivo. Luego podemos hacer que viajar sea muy muy caro. Si un vuelo entre Barcelona y Nueva York costara 100.000 euros, nadie vería nunca más la Sagrada Familia. Y la tercera sería reducir el tiempo libre. Cancelar las pensiones y las vacaciones pagadas.

La única forma efectiva de limitar el turismo perjudica la conquista de derechos de la clase trabajadora y limita nuestra libertad, democracia y bienestar social

¿Y no hay nada que no deje sin viajar a la clase trabajadora?

Bueno, es que la única forma efectiva de limitar el turismo perjudica la conquista de derechos de la clase trabajadora y limita nuestra libertad, democracia y bienestar social. Porque la posibilidad de viajar es inherente a todo eso. El turismo es mucho más importante que el PIB que aporta. Es un dilema realmente dramático porque no podemos vivir con turismo ni sin él.

La única manera que se me ocurre es que tengamos todavía más tiempo libre pagado. Si tuviéramos dos meses de vacaciones, se reduciría la contaminación en avión, pasaríamos más días en los sitios y, como no iríamos a toda prisa, nos acabaríamos integrando más y visitaríamos sitios más allá del top 10. Y también comeríamos mejor.

¿A qué se refiere?

A que la comida también funciona según esos parámetros. No vas a València sin probar la paella, lo mismo que con el pulpo en Galicia. Creo que la gastronomía es la síntesis de todas las formas de turismo. Primero, porque no puedes viajar sin comer y después porque, a menudo, es el único contacto que tenemos con la realidad local.

El sociólogo John Reagan escribió un libro maravilloso llamado La mirada turística, que describía cómo nuestra interacción con el lugar se basa en una perspectiva concreta que nos lleva a no querer ver, oír ni oler ciertas cosas. Por eso nos movemos en coche e interactuamos con poca gente, para que no nos desmonten la idea que nos hemos hecho del lugar. Y, en ese sentido, los camareros suelen ser las únicas personas locales con las que hablamos. Así que creo que la gastronomía es de los pocos aspectos en los que el turista busca autenticidad y tradición.

Viendo las paellas y los pulpos a feira que se sirven en ciertos locales pensados para el turismo, discrepo.

Claro que se cambian recetas para adaptarlas al paladar de los visitantes. Estos siempre buscan “autenticidad”, pero es un concepto muy tramposo y muy nostálgico. Cuando estaba en el Amazonas, toda la gente en el pueblo iba con tejanos y camisetas hasta que, de repente, se empezaron a cambiar de ropa por outfits que podríamos llamar “auténticos” y “tradicionales”. Cuando pregunté por qué, me dijeron: “los barcos de turistas están al llegar”.