El cineasta que acaba de ganar el Premio del Jurado en Cannes por ‘Sirat’ inició su singular y premiada carrera hace casi 20 años apoyado en las entonces novedosas ayudas de la Xunta de Galicia y próximo de lo que se llamó Novo Cinema Galego
El español Oliver Laxe gana el Premio del Jurado de Cannes en una edición que entrega la Palma de Oro a Jafar Panahi
Aquel chico de melenas tendría unos 23 o 24 años. Se sentaba al fondo de un aula en la Facultade de Historia de Santiago de Compostela, donde varios ponentes discutían sobre cine y nación (gallega). “Sus preguntas eran incisivas e interesantes y, al acabar, fui directo a por él”, explica a elDiario.es uno de los conferenciantes, “era Oliver Laxe, de origen francés. Había venido desde Londres a propósito para aquellas jornadas”. Entonces solo había rodado un cortometraje, E as chimeneas decidiron escapar, pero el azaroso encuentro en Santiago le sirvió para tomar impulso. Al día siguiente, relata Manuel González, el participante en la mesa que lo abordó y en ese 2006 director de la Axencia Audiovisual Galega del Gobierno bipartito, tomaron juntos un café. “Lo convencí de que se presentase a las ayudas al talento joven que habíamos convocado. Era renuente, no le gustaba la burocracia”, dice. Nacía así París #1, un mediometraje, la primera de sus tres películas gallegas y también la primera con cierta repercusión entre los especialistas del autor de Sirat, deslumbrante Premio del Jurado en Cannes.
París #1 tardó en materializarse. Lo recuerda bien González. “El proceso fue largo. No había estructura de producción y el plazo para recibir la ayuda se agotaba”, dice. Laxe rodaba en celuloide cuando ya no se estilaba hacerlo y cuando todavía no se había vuelto a estilar –ahora existe cierto revival. Además, el cineasta quería grabar los incendios y justo ese verano no hubo demasiados en los montes gallegos. Años después recuperaría esa obsesión en su aclamada O que arde, pero París #1, estrenada en 2008, fue el retrato espontáneo y hermoso, en blanco y negro, del país del que procedía Oliver Laxe. Que, sin embargo, había nacido precisamente en la capital francesa, hijo de emigrantes, en 1982. “Es una película fascinante, distinta y desinhibida, fresca”, considera González, por la que desfilan helicópteros de las brigadas forestales, una subasta en las fiestas patronales o la Pedra de Abalar de Muxía. Las fronteras entre ficción y documental ya se tambaleaban, como en el resto de su cine.
“La publicidad no era lo suyo”
La profesora y productora Beli Martínez conoció a Laxe aún antes. Los dos compartieron estudios de publicidad en Pontevedra, antes de que el cineasta se marchase a Catalunya a estudiar Comunicación Audiovisual. Tenían 18 años. “No era su sitio claramente, estaba desubicado. La publicidad no era lo suyo. ¡Ni lo mío!”, cuenta divertida, “él se relacionaba sobre todo con gente de Belas Artes”. De hecho, hace memoria y visualiza, era la época del VHS, unas videoinstalaciones de Laxe dentro de un pequeño festival en la ciudad. “Una estaba inspirada en Johnny cogió su fusil [Dalton Trumbo, 1971], una película que recuerdo nos prestáramos en aquella época. Otra era un monitor en el interior de una lavadora”, indica a este periódico, “siempre se echaba a la aventura, esa era su intuición. Lo sigue siendo”. Perdieron el contacto, pero lo recuperaron siete años más tarde en el Filminho, desaparecido festival de A Guarda (Pontevedra), localidad natal de Martínez, que ganó Laxe con París #1. “Era una película distinta a lo que se hacía en Galicia. Siempre fue en contra de todo y, a base insistir, acaba por conseguir lo que quiere”, dice. La obstinación como motor creativo.
Las ayudas al talento de la Axencia Audiovisual Galega de la Xunta, que por primera vez subvencionaban proyectos autorales y no empresas de producción, contribuyeron al siguiente paso de Laxe. Todos vós sodes capitáns, su debut en formato largometraje, llevaba título en gallego y estaba rodada en Marruecos. La etiqueta Novo Cinema Galego ya había comenzado a circular y él se convirtió en uno de sus más relevantes exponentes. Fue su primer éxito en el Festival de Cannes que ahora lo ha vuelto a premiar con el Premio del Jurado de la Sección Oficial: en 2010 obtuvo el premio Fipresci. Mimosas (2016), su segundo largo, alcanzaría el Gran Premio de la Semana de la Crítica y O que arde (2019), su película realizada en Galicia y en gallego, el Premio del Jurado de la sección Un Certain Regard. Todas, incluida la última, cuenta con parte de financiación gallega. Pero antes rodó, en dos días y con una cámara prestada, un mediometraje que no mucha gente conoce: O salvaxe leva o seu tempo (2017). Su historia la sabe, de primera mano, Manolo González.
Su película desconocida en San Sadurniño
“El propio Oliver ha dicho alguna vez que es su obra más biográfica y personal”, asegura. Trata sobre la relación entre su pareja de entonces, Nadia Acimi –que se encargó y sigue encargándose del vestuario en todos sus trabajos–, y los caballos. Y la hizo en San Sadurniño (A Coruña), en el singular Chanfainalab, fundado y dirigido por González y donde cineastas invitados crean sus cortos en un fin de semana. “Venía con Nadia desde Marruecos, conduciendo un camión con todas sus pertenencias. Se iban a instalar en Galicia. Por el camino, su compañera recibió una mala noticia personal. Estaba de muy mal humor”, recuerda González, “yo le dije: ‘no te preocupes, estáis cansados, no hagas la película, otro año será’. Pero él respondió: ‘No, voy a hacer algo que haga feliz a Nadia”. Ni cámara propia tenía, pero, con un aparato cedido por la organización, improvisó una videocarta de casi media hora, protagonizada por la propia Nadia y caballos del lugar.
O salvaxe leva o seu tempo se puede ver en la página web Fálame de San Sadurniño. También hay declaraciones de Laxe sobre el proyecto: “Hacía años que no operaba una cámara y la sensación era extraña. La verdad es que no teníamos muchas intenciones ni buscábamos nada, simplemente retratar el momento que estábamos viviendo. Estoy muy contento con esta película, creo que es una de las más vivas de todas las que he hecho”. Dos años después, O que arde, su tercer largometraje, hablaría en gallego en una de las principales secciones de Cannes, lo recibiría una larguísima ovación y además regresaría con galardón.
Xan Gómez Viñas, miembro de la cooperativa Numax, con sede en Santiago de Compostela, estaba allí. La firma se encargaba de la distribución y comunicación de la película. Todavía recuerda los aplausos. “Fue bastante increíble, muy emocionante”, narra, “Oliver es muy generoso y en Cannes intentó dar una idea de comunidad del cine gallego. En el pase principal de Un Certain Regard estaban los actores y sus familias, los técnicos, la gente de producción, amigos, también otros cineastas como Ángel Santos o Pela del Álamo…”. O que arde retrataba dos personajes, encarnados por actores sin experiencia –Laxe prefiere esta expresión a la más habitual de “no profesionales”: si están en una película profesional, argumenta, son profesionales– en un mundo, la montaña gallega, del que su población se extinguía. “Su éxito no es fácil de explicar”, dice Gómez Viñas, “tal vez se deba a que ofrece una mirada del rural que no se siente externa. Y contó con dos prodigios actorales, Amador Arias y Benedicta García, que transmiten verdad”.
Autobuses a Lugo para ver ‘O que arde’
Lo cierto es que O que arde rompió esquemas. La película, encatada y crítica, lejos de convencionalismos y academicismos, entroncaba con las modernidades contemporáneas del cine mundial y, a la vez, atañía a un público transversal. A las salas de Lugo que la proyectaban llegaban autobuses repletos de vecinos de Os Ancares –donde se rodó– u O Courel para verla. Personas que hacía años que no entraban en un cine lo hicieron de nuevo para ver O que arde. Los especialistas lo califican, sin duda, del filme más determinante de la historia del cine gallego. “Le dio dignidad al interior de Galicia, pero de una manera rica y con matices”, entiende Beli Martínez, quien todavía hoy se asombra de la tenacidad artística de Laxe. “Autoconfianza, fe y entusiasmo”, resume. Los mismos elementos que en esta ocasión –Sirat (2025)– lo han empujado a adentrarse en el desierto. Su primera proyección pública en la Península fue, por cierto, el domingo 25 de mayo en Navia de Suarna, la localidad montañesa de origen de su familia y donde reside buena parte del tiempo. Al día siguiente de recibir el Premio del Jurado en Cannes.
El cineasta Oliver Laxe (segundo por la izquierda) en una foto de grupo del Chanfainalab de 2017, en San Sadurniño (A Coruña)