Sentirse liberada gracias a una cirugía de reconstrucción genital tras una ablación: «Estoy en paz con mi cuerpo»

El Hospital Clínic es el único centro público en Catalunya que realiza este tipo de intervenciones y el primero en ofrecer además un acompañamiento físico y psicológico durante todo el proceso

La mutilación genital femenina existe

Jenba es el nombre ficticio que ha elegido una joven de veinte años que, de niña, fue víctima de la mutilación genital femenina en Gambia. Años más tarde, en septiembre de 2024, tomó la decisión de someterse a una cirugía de reconstrucción genital, pero sus padres no lo saben; la única persona en quien ha confiado durante todo el proceso ha sido su hermana. “Ellos jamás entenderían por qué decidí operarme, la mutilación es una práctica normalizada en mi país”, admite.

Ella se sometió a la intervención en el Hospital Clínic de Barcelona, el único centro público en Catalunya que realiza reconstrucciones genitales a mujeres que han sufrido una ablación y el primero que ofrece un acompañamiento físico y psicológico antes, durante y después de todo el proceso. En 2024, el hospital llevó a cabo ocho cirugías de este tipo y, para 2025, espera operar a cinco pacientes más.

Senegal, Gambia y Guinea Conakry son los países de origen de las más de 60 pacientes que han sido intervenidas en la última década en el Clínic. Se estima que en Catalunya residen más de 20.000 mujeres procedentes de países donde se practica la mutilación y que, por tanto, están en riesgo de haberla sufrido. “El número de personas que deberíamos estar atendiendo tendría que ser mucho más elevado”, reconoce la doctora Mariona Rius, ginecóloga y responsable de reconstrucción genital en el Hospital Clínic de Barcelona.

La intervención, según explica la facultativa, es relativamente sencilla, suele durar entre 30 y 40 minutos y, en la mayoría de los casos, solo requiere una estancia hospitalaria máxima de 24 horas. “Como en cualquier cirugía sencilla, en el quirófano estoy yo como ginecóloga, junto a la ayudante, la enfermera y el anestesista. La operación se realiza bajo anestesia general”, apunta.

Aunque no se trate de una operación especialmente compleja desde el punto de vista técnico, la doctora advierte que “el clítoris es una glándula mucho más compleja de lo que solemos imaginar”. En la mayoría de intervenciones que realiza, se encuentra con que lo que ha sido extirpado corresponde principalmente al capuchón y a la parte más superficial del órgano, lo que se considera una mutilación genital femenina de tipo dos.

Según la Organización Mundial de la Salud, esta tipología implica la resección parcial o total del glande del clítoris y los labios menores, con o sin escisión de los labios mayores. Aunque se reconocen cuatro tipos de mutilación, la doctora Rius afirma que la tipo dos es la que se observa con mayor frecuencia en las pacientes que llegan al hospital.

Además, explica que sobre esa zona suele desarrollarse una cicatriz hipertrófica, es decir, un costurón grueso con una notable acumulación de tejido cicatricial. “La intervención consiste en eliminar ese tejido y exteriorizar la pequeña parte de clítoris que aún pueda quedar, algo que varía mucho según cada paciente”, detalla.

Una vez eliminada la costura inicial, la zona vuelve a cicatrizar, esta vez con una piel mucho más fina. A partir de ahí, continúa la reconstrucción: “Con la piel sobrante de alrededor, creamos unos nuevos labios menores. Liberamos la tensión del tejido circundante y cosemos esa piel de manera que adopte la forma de unos labios menores”, puntualiza la doctora.

En cuanto al proceso de esta nueva cicatrización después de la operación, Rius subraya que, contrariamente a lo que se suele pensar, no se trata de una intervención especialmente dolorosa. Durante la primera semana, las pacientes pueden experimentar algunas molestias, y es fundamental que en casa sigan unos cuidados específicos con una crema. No basta con mantener una buena higiene para evitar infecciones: debe aplicarse un tratamiento concreto que la doctora supervisa semanalmente.

En función de la evolución de cada caso, se decide si es posible espaciar los controles. “Normalmente, la inflamación disminuye en unas dos semanas, tres como máximo. Realizamos un seguimiento con una revisión al mes y otra a los tres meses. Pero insistimos: no es una cirugía especialmente dolorosa”, concluye.

Una de las principales complejidades de la intervención, subraya la doctora, es que no se trata de una técnica estandarizada. “No hay un primer paso, segundo y tercero que puedas seguir siempre igual. En cada paciente hay que valorar qué se puede hacer con lo que hay”, señala.

“Hasta que no estoy operando, no puedo saber si podré hacer una reconstrucción más completa o más limitada, por ejemplo, en la creación de los nuevos labios”, añade. “Es una cirugía muy personalizada”, afirma la especialista, que insiste en la importancia de conocer bien la anatomía de la zona y las características específicas de cada paciente.

Las mujeres que se someten a esta intervención suelen tener entre 18 y 35 años. “Muchas de ellas vienen porque experimentan una disminución de la sensibilidad, anorgasmia, pérdida de libido o dificultades en sus relaciones sexuales, lo que repercute directamente en su bienestar emocional y en su calidad de vida”, explica la doctora. Otras llegan a consulta porque sienten que les han arrebatado una parte de su cuerpo, un elemento fundamental de su identidad, y necesitan la cirugía para reconstruir también su autoestima. “Es una cuestión de autopercepción, de imagen corporal”, añade. Y este era el caso de Jenba.

El dolor que se hereda

“¿Por qué tengo la vagina diferente a la de mis amigas?”, se preguntaba Jenba una y otra vez, meses antes de someterse a la cirugía de reconstrucción. Con el tiempo, empezó a investigar y descubrió que, cuando era muy pequeña —demasiado para entender lo que ocurría—, había sufrido una mutilación genital femenina de tipo dos.

“No entendía nada”, confiesa. “Mi vagina era muy diferente a las que veía por Internet y no era consciente de que, con apenas tres años de vida, había sufrido una mutilación”, añade. “Investigando, descubrí lo importante que es tener clítoris y decidí ponerme en contacto con la ginecóloga del centro de atención primaria (CAP) de mi pueblo”.

Cuando Jenba manifestó su interés por la cirugía de reconstrucción genital femenina, fue derivada al Hospital Clínic de Barcelona. “En estos casos es fundamental la coordinación entre la atención primaria, que son la unidad de atención a la salud sexual y reproductiva (ASSIR), y el Hospital Clínic, para garantizar que estas pacientes conozcan y accedan a la consulta y reciban la atención adecuada”, afirma Rius.

La doctora subraya que la mutilación genital femenina es una práctica con graves consecuencias para la salud, tanto física como psicológica. Puede provocar hemorragias intensas, problemas urinarios, infecciones y hasta infertilidad, entre otras complicaciones. Al mismo tiempo, tiene un impacto significativo en la salud emocional de las mujeres y en la calidad de sus relaciones afectivas y sexuales. “También deja secuelas en el ámbito emocional. Hay estudios que muestran un aumento de casos de estrés postraumático, ansiedad y depresión en estas pacientes”, añade.


Intervención de reconstrucción genital femenina en el Hospital Clínic de Barcelona

Aissatou Diallo, fundadora de la Asociación Humanitaria Contra la Ablación de la Mujer Africana, centra su trabajo en acompañar a las mujeres que han sufrido una ablación y explica que es muy difícil erradicar esta práctica. “Ningún país de los que la están practicando va a levantar la mano y va a decir: Hemos acabado con esto”, subraya. “La mutilación no va a desaparecer si no se aborda con seriedad. Si no se hace formación real y comprometida entre estas comunidades. Al final, es una tradición profundamente incrustada en la cultura”.

Tanto es así que, en muchos casos, llega un momento en que las mismas mujeres, al crecer, sienten vergüenza de no haber sido sometidas a la ablación si su familia no lo ha hecho, especialmente cuando ven que el resto de sus amigas sí lo ha vivido, tal como explica esta experta.

Diallo apunta que se trata de una práctica impuesta por el entorno, especialmente por las abuelas, cuando las niñas son pequeñas. “Si tienes la suerte de vivir en la ciudad, te la harán en un hospital; pero si estás en un entorno rural, puede ocurrir en medio del bosque o en la misma casa, sin ningún instrumento desinfectado”, relata.

Este carácter no regulado y la falta de condiciones sanitarias mínimas es uno de los retos que afronta la doctora Rius en quirófano. “A menudo se lleva a cabo con instrumentos sin ningún tipo de higiene ni esterilización, lo que provoca cicatrices y adherencias muy distintas en cada caso. Por eso, hasta que no vemos con precisión qué ha pasado, no podemos explicar con claridad qué tipo de intervención vamos a hacer”, concluye.

Jenba recuerda perfectamente la primera visita que tuvo con la doctora Rius, en la que le contó todo el procedimiento. “Después de la primera visita sentí que yo quería hacerme esta operación, quería estar en paz con mi cuerpo”, admite.

“Cuando llegan aquí, realizo una primera visita para valorar qué expectativas tienen respecto a la cirugía y qué síntomas esperan aliviar con ella, porque es fundamental entender qué desean conseguir”, explica la doctora. “Si lo que esperan es que todo vuelva a ser como antes de la ablación, eso no será posible, ya que parte del tejido fue eliminado, y aunque intentamos reconstruirlo lo mejor posible, hay límites”.

La doctora Rius subraya que muchas pacientes expresan malestar relacionado con la función sexual o con su autoestima y que, si bien este malestar puede estar vinculado a la ablación, en muchos casos también influyen factores como la falta de educación sexual. Ahí es donde entra en juego la doctora Sonia Anglès, ginecóloga experta en sexología, que realiza una visita complementaria con cada una de las pacientes para abordar también la parte emocional y educativa.

“Tras explicarme en qué consistía la operación, me sentía preparada y segura para entrar en quirófano. Llevaba muchos meses deseándolo e informándome por mi cuenta”, confiesa Jenba. Reconoce, además, que su carácter impulsivo la llevó a decir que sí sin pensarlo demasiado. Lo único que le generaba temor era la reacción de sus padres, por eso decidió no contarles nada. La única persona en la que confió durante todo el proceso fue su hermana, quien la acompañó al hospital el día de la intervención.

Más allá de la cicatriz

La fundadora de la Asociación Humanitaria Contra la Ablación de la Mujer Africana explica que antes de una reconstrucción, primero se debe estar preparada psicológica y emocionalmente: “No es algo que se pueda hacer sin más”.

“Hay personas que sí quieren reconstruirse, otras que se recuperan trabajando otros aspectos personales. Cada cuerpo y cada historia son diferentes”, admite. “Algunas mujeres sienten que necesitan la reconstrucción para volver a sentirse completas o para reconectar con su feminidad”, añade.

En su caso, Diallo no sintió la necesidad de someterse a la cirugía. Participó en una formación junto a otras mujeres y, al escuchar sus testimonios, comprendió que ella no lo necesitaba. Por eso decidió no operarse: se sentía bien consigo misma. Asegura que puede disfrutar de su cuerpo y sentir placer, algo que muchas personas desconocen. “Existe la creencia de que con la mutilación el placer desaparece por completo, pero no es así”, sostiene. “Puede que sea en menor medida, pero sigue existiendo”.

La doctora recalca que es muy importante realizar un acompañamiento físico y psicológico durante todo el proceso de la reconstrucción y especialmente una vez que la paciente se ha sometido a la operación. “Es fundamental hacer un seguimiento en los días y meses posteriores a la intervención, observar cómo evoluciona la herida, entre otras cosas”, explica la doctora.

Para eso y para gestionar las expectativas, sobre todo en todo aquello relacionado con la vida sexual. Tal como apunta Rius, es frecuente que las pacientes tarden en recuperar la actividad íntima, así que Rius destaca la importancia de acompañarlas hasta que eso suceda, “para ver cómo están física y emocionalmente”. Así, si en cualquier momento se detecta alguna dificultad emocional, psicológica o relacionada con el conocimiento de la sexualidad femenina, se las deriva a su compañera especialista en ginecología y sexología.

En este sentido, Hodette, el nombre ficticio de una mujer que se sometió a una operación de reconstrucción genital en un hospital diferente al Clínic, también sin que sus padres lo supieran, admite: “Para mí, no fue una buena decisión someterme a la operación. Yo me sentía bien antes de la cirugía. La hice para probar y poder comparar lo que se siente, pero en el centro donde me la realicé, nadie me brindó acompañamiento durante todo el proceso”.

Relata que no tuvo seguimiento psicológico ni físico, y que la herida se infectó debido a la falta de visitas postoperatorias. No la llamaron después de la operación para hacer ningún chequeo.

Por el contrario, Jenba destaca lo importante que fue para ella el acompañamiento que tuvo durante todo el proceso, tanto por parte de la doctora como en el aspecto psicológico. Señala que lo más duro fue claramente la recuperación. “Mis padres no sabían que me había sometido a una operación y estaba en mi casa. Por suerte, al no ser una cirugía muy dura, a los pocos días estaba haciendo vida normal, eso sí, curándome muy bien la herida”.

Hodette reclama que “en lugar de tratar de reconstruir algo que ya ha sido destruido, lo que realmente debería hacerse es evitar que se destruya en primer lugar”. “Si realmente hubiera un interés internacional por erradicarla [la ablación], se acabaría. Pero ese interés no está presente. Sólo hay un interés, y es económico”, añade.

Jenba considera que, debido a lo complicado que será erradicar la mutilación genital femenina, la cirugía ha sido una forma de mejorar su relación con su cuerpo y su autoestima. “Me siento en paz con mi cuerpo”, añade. Como ella misma expresa, “me habían quitado algo que era mío, algo sobre lo que solo yo debería tener el control y decidir”.