elDiario.es vuelve a La Torre, el barrio de València donde murieron 14 personas. Todo parece normal, pero persiste el polvo de barro, los solares y bajos abandonados, ascensores que no van o garajes precintados. Estuvieron hasta marzo sin supermercados donde comprar comida. La herida más profunda es la psicológica: «Donde tú ves un simple árbol, yo veo el árbol donde alguien se agarró para no morir»
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La Torre es un barrio desgajado de València, una pedanía que fue huerta y alquerías, encajonada hoy entre autovías y tan capital de la Comunitat Valenciana como la plaza del Ayuntamiento. Vecindario de nietos de agricultores y de clases obreras (7.000 habitantes) y construido en zona inundable, el pasado 29 de octubre vio cómo una lengua de barro arrasó bajos, calles y garajes, dejando catorce muertos, siete de ellos en el mismo aparcamiento subterráneo. Siete meses del primer viaje de elDiario.es a este lugar todo aparenta estar bien, como pasa en toda la zona cero. Hay niños, hay vida, pasan autobuses y coches, hay colegio, hay trajín de gente caminando sin barro en los zapatos. Hay supermercado, lo que en La Torre es un hito porque estuvieron hasta el 13 de marzo sin posibilidad de comprar comida allí: los vecinos que se hicieron con un coche iban a otros pueblos o cruzaban al barrio de San Marcelino. Otros se tuvieron que conformar con el reparto de comidas que hizo el ayuntamiento hasta que abrió Consum. “El centro de la vida aquí es el súper, donde hablas y te encuentras”, ironiza Ana en su camino a casa con una amiga. La Torre está unida por varios puentes al centro, entre ellos el conocido como Pont de la Solidaritat, por el que cada día cruzaban miles de voluntarios a ayudar a la zona cero después de las inundaciones.
Los vecinos homenajean a los voluntarios que llegaron de València a La Torre rebautizando el puente como Pont de la Solidaritat en diciembre de 2024
Todo es normal en apariencia, y limpio, pero un paseo más detenido revela que este barrio está todavía “roto”, como tantos otros que están algo más allá, en L’Horta Sud. Las noticias sobre la DANA las ocupa la política, la situación de Mazón, el juzgado de Catarroja, la reconstrucción y las millonarias ayudas. Pero, ¿cómo es vivir en una zona por la que pasó la riada? ¿Qué se ha arreglado y qué no cuando se cumplen siete meses?
Una de las heridas más profundas es la psicológica. Pesadillas, insomnio, terapia y tranquilizantes es el menú recurrente en un lugar en el que todas las preguntas y conversaciones en la calle van sobre lo mismo y en el que se hizo un esfuerzo sobrehumano para salir del barro que pasa ahora su factura. José es un vecino que estaba en un bajo y salvó la vida de milagro: “Ese árbol que ves, y que para ti es un árbol, para mí es donde había una persona intentando no ahogarse. Esa pequeña línea marrón en esta fachada que para ti no es nada, para mí es el lugar donde llegó el agua”. Las cicatrices de la riada son evidentes a ratos, y mancha todavía paredes, esquinas y persianas y se materializa en bajos demacrados que conviven con los reformados. Y la arenilla de barro, un polvo indeleble que se empeña en posarse en cualquier sitio y recordar con sus partículas de mal augurio lo que pasó el 29 de octubre.
José, vecino de la Torre, muestra uno de los restos que perviven siete meses después de la riada
José toma pastillas y pidió ayuda psicológica desde el primer momento: “Como al principio eran voluntarios, teníamos que contar y revivir todo cada semana, ahora tenemos por fin una terapia de seguimiento”. En el ayuntamiento pedáneo hay un servicio que agradecen los vecinos, cuya asociación ha florecido tras la desgracia. Quieren participar en cómo se reparten esos “millones de los que oímos hablar” –más de 1.000 de la Generalitat, 16.000 entre las ayudas del Gobierno y el dinero del Consorcio de seguros más ayudas del Ayuntamiento de València–. Ellos, como los Comités Locales de Emergencia y Reconstrucción que se han formado espontáneamente en los municipios de la DANA, pelean para que se reconstruya con parámetros de una zona inundable y, si es necesario, se eleven lugares críticos como centros de mayores o colegios usando plantas altas, que se pongan materiales absorbentes, que se revisen los planes urbanísticos. Que se les escuche y atienda, que se reconstruya con ellos. Pero también hay opiniones distintas. Otros vecinos se sienten satisfechos con que haya cambiado el panorama Dos de ellos conversan en un banco esperando el autobús en la vía principal de la pedanía: “Para lo que hemos pasado aquí, estamos bien, al menos estamos vivos y ya la gente hace su vida normal”, opina uno de ellos, que considera que se ha hecho “lo que sea podía ante esta barbaridad”.
Vecinos y voluntarios de la pedanía de La Torre limpian las calles tras la riada
Vicky es una de las asistentes más jóvenes a la asamblea vecinal de los jueves, que se celebra en un edificio que está también sin ascensores: “A los vecinos que eran de aquí se les ha realojado a kilómetros, que no entiendo por qué. Y los que estamos, tenemos miedo. Nuestra casa huele a humedad, aunque ya nos hayamos acostumbrado. Da miedo vivir en un sitio en el que no se han hecho estudios”. Muchos de esos edificios pasaron semanas con sus pilares sumergidos en agua y barro. De hecho, algunos de esos aparcamientos están todavía cerrados y los vecinos tienen que dejar el coche en las calles, llenas de vehículos. El Ayuntamiento de La Torre asegura a elDiario.es que, quien lo pida, tiene un arquitecto a su disposición para revisar su casa.
Cambiar de casa no es una opción. La emergencia habitacional en la que está Valencia –cuyos precios han aumentado un 14% en el último año según Tinsa y crece al ritmo de Madrid–, agravada tras la DANA, hace casi imposible mudarse. Es lo que le pasa a Andrés Eduardo. A este joven colombiano le pilló la riada en casa con su mujer y sus dos hijas. El piso en el que estaba alquilado, un tercero, quedó indemne. “Pero la dueña lo necesitaba porque es de Paiporta, su casa se quedó sin ascensor y su marido tiene una discapacidad, así que tuvimos que marcharnos”.
Andrés Eduardo, en busca de piso y trabajo, en el piso donde ha sido realojado temporalmente junto a su familia
Al salir a buscar, se encontró con una enorme bofetada. Los pisos están a 800 euros en un barrio en el que hace unos años se encontraban viviendas por 300. De momento está realojado en una vivienda social en la que le dejan estar seis meses, en una de las enormes torres del proyecto urbanístico que se planteó en la pedanía, Sociópolis, y que quedó paralizado tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. “Me han ofrecido pagar a un comisionista que me diría dónde ocupar un piso, o minipisos ilegales que hacen dividiendo casas en muchas habitaciones. Si fuera yo solo, me iría ahí, pero con dos niñas pequeñas no me voy a meter en un lugar así”, cuenta desde su casa temporal, desde la que se ve la Albufera, el mar y el nuevo campo de fútbol rehecho tras la DANA con la inversión del Villarreal y la Fundación de Juan Roig.
El nuevo campo de fútbol De la Torre
“Yo me pregunto si se ha hecho con material absorbente para una riada”, dice un vecino de La Torre. El alcalde pedáneo, Rafael Arnal, nombrado por la alcaldesa de València, no sabe decirlo, pero explica que “hay que dar las gracias, no exigencias”, y relata que ahora habrá una inversión municipal para vestuarios o las luces presupuestada en dos millones. “Faltan cosas en La Torre, claro, pero son las mínimas. Se ha trabajado mucho y rápido, de hecho vienen a este campo a jugar personas de otros municipios afectados que están aún sin instalaciones. Por ejemplo, la biblioteca se inaugurará en siete días. Todos queremos que funcione y la alcaldesa se ha implicado al 100%”.
Junto al césped donde están entrenando niños y jóvenes se ven solares y antiguas campas que acogieron centenares de coches retirados de las calles: “Nos robaron los coches”, lamenta Elvira, presidenta de la asociación de vecinos. Es una queja que trasladaron hace semanas las asociaciones de víctimas al presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, en su visita a València. Las grúas vaciaron muchos estos solares en distintos municipios, como se reclamaba por el impacto físico y emocional, pero no siempre con el permiso de los propietarios. Algunos tenían el coche apalabrado con desguaces, otros aún estaban en trámites para cobrar el seguro y vieron desaparecer su coche de un día para otro. “Además, no han limpiado los solares y están con los líquidos de los coches, cristales y trozos de carrocerías”, dice Elvira. “El problema es que son solares particulares”, justifica el alcalde, que admite que es un tema pendiente en el que tienen aún que encontrar una solución.
Edificio abandonado y con restos de barrio en el barrio
Para llegar a la tienda de fotografía de Carol y Pedro hay que caminar por la espina dorsal de La Torre, una carretera que llevaba antiguamente a Madrid, y atravesar un barrio desordenado, deshabitado a ratos, en el que conviven torres modernas con edificios abandonados y bajos llenos aún de lodo. Entrar en el estudio Herráiz es un oasis. Todo es nuevo y limpio, hay vestidos de bebé y embarazada, su negocio fotográfico principal. “Aquí perdimos unos 120.000 euros, incluidos todos los equipos y cámaras”, cuenta el fotógrafo, que señala donde llegó el agua: más de dos metros de altura. “De las ayudas no tenemos ninguna queja, hemos cobrado, pero hay todavía un abandono que no entendemos”, relata Carol, que admite sentir “culpa” porque ellos no lo han pasado tan mal como otros. “Hemos rechazado, de hecho, una ayuda que nos ofrecieron de una asociación, creemos que hay gente que lo necesita más”.
Pedro y Carol, en su negocio de fotografía De la Torre, recién reformado
Su local convive con bajos arrumbados y la calle polvorienta, herencia de la riada. “Debería haber más limpieza”, lamentan, “porque si yo hago mi parte pero el resto no, esto no cambia. Yo he revisado y reformado el local, pero si el vecino no lo hace o las calles no están limpias…”. Como casi todos los vecinos, arreglaron ellos el desastre con ayuda de los voluntarios y de un grupo solidario de fotógrafos: “Estamos agotados, han sido muchos días y horas de gestiones, de resolver, de limpiar, de empezar de cero”, y ahora comienzan a aflorar problemas psicólogicos que han afrontado a pelo, con medicación o con terapia. También se les han quedado algunos tics tras el 29O: “Carol me insiste en que deje las cámaras en alto, a veces lo hago. La verdad es que si nos hubieran avisado, habríamos podido salvar muchas cosas”, cuenta Pedro entre trajes y accesorios de bebé nuevos para las sesiones familiares.
Vista interior de un bajo en La Torre, con visibles efectos de la riada
Julián relata en la asamblea de vecinos que la compensación del coche le ha llegado, pero es ridícula. Su caso, como muchos otros en la zona DANA, es singular. Es dependiente en grado tres y tenía un vehículo adaptado, que cuestan unos 50.000 euros. “Me han dado 4.000 euros del consorcio, a ver si ahora nos dan algo para adaptar el coche”. Sobrevivió en casa las primeras semanas, 45 días sin salir, “me trajeron agua y comida… poca”, recuerda. Además de la falta de ascensores –se calcula que aún hay 2.000 estropeados–, los daños en las aceras tras la DANA es otro de los problemas que afrontan cada día las personas en sillas de ruedas en toda la zona cero.
Reunión de la asociación de vecinos De la Torre
Cae la tarde en La Torre y la asamblea encara su recta final, se bromea con el más joven asistente, cuyo “tatarabuelo o bisabuelo ya nos vendía cosas aquí”, dice Alfonso entre risas, que además remarca el “desastre psicológico” que ha empezado a emerger y la necesidad de soluciones ya después de esperar y adaptarse durante meses a todo lo que ha supuesto empezar de cero. “Si tuviera que definir lo que ha sido esto, diría las colas, hemos hecho colas para comer, para las ayudas, para movernos, para comprar, para informarnos, colas, colas, colas”, cuenta otra vecina, que destaca que “hay una movilización increíble” entre vecinos, que empiezan a conocerse ahora. Todo está mejor en esta pedanía respecto al día 30 de octubre, pero nada ni nadie está bien del todo, aunque exista la falsa creencia puertas afuera de la zona cero de que todo está resuelto. La Torre despide al visitante en su calle principal con una hilera bajos que parece que no abrirán nunca más junto a otros recién reformados, con vidas que siguen atravesadas por lo que pasó el día 29 y que han vuelto a una normalidad limitada. Pasa el autobús 27 hacia el centro de la ciudad, al que se llega en 15 minutos. Un escaparate pintado con enormes letras de barro que nadie se ha atrevido a tocar recuerda, junto a la parada donde esperan dos vecinas, que hubo tiempos peores y exclama, para las hordas de voluntarios que pasaron por allí y de las que ya no hay rastro, un sonoro “gracias”.