No es casualidad que Anguita, Francisco y Mujica pusieran el acento en la desigualdad social como el origen del auge del fascismo en el mundo
El pasado 16 de mayo se cumplió el quinto aniversario del fallecimiento de Julio Anguita en su querida Córdoba. Con este motivo participé en los actos de homenaje que organizó el Colectivo Prometeo, en el que se implicó activamente en el último tramo de su vida. Han transcurrido solo cinco años desde su despedida, pero en este tiempo el mundo que él conoció ha sufrido un auténtico cataclismo. Es cierto que Julio, siempre lúcido, comprometido y buen conocedor del género humano, la geopolítica y las corrientes de opinión, se anticipó a su tiempo y nos alertó sobre graves amenazas globales, que entonces parecían lejanas y hoy son una realidad, que reniega de la democracia y reivindica el fascismo.
Quienes hemos admirado la personalidad y el espíritu de quien fuera el alma de Izquierda Unida tenemos ahora la obligación moral de recoger su testigo y defender su trayectoria, compromiso y utopía.
El quinto aniversario de su pérdida coincide con la despedida de otros dos grandes referentes morales, intelectuales y de compromiso en favor de una nueva sociedad basada en la paz y el reparto de la riqueza, como son Pepe Mujica y el Papa Francisco.
Vivimos en un contexto en el que los tiranos y autócratas se hacen fuertes, silencian a su oposición, llegan al poder y forman gobiernos autoritarios, que se sustentan en la ley de la selva y la barbarie. ¿Cómo es posible que estos discursos triunfen en el siglo XXI? ¿Qué nos depara el futuro si el 38 por ciento de los jóvenes españoles menores de 24 años reconoce que podría aceptar un régimen poco democrático si su calidad de vida mejorara? Los datos son, cuando menos, alarmantes. Uno de cada cuatro varones de entre 18 y 26 años asume que en “determinadas circunstancias” una dictadura puede ser mejor que una democracia.
Anguita, Mujica y Francisco son auténticos faros que nos guían, nos indican el camino a seguir y nos brindan esperanza en medio de un tsunami, que aspira a reducir a cenizas los principios y valores en los que las personas con una sensibilidad progresista confiamos para construir un mundo mejor y más justo. Han sido mentes privilegiadas de las que debemos aprender y seguir su ejemplo. Fueron personas resilientes, valientes, íntegras, austeras y coherentes.
¡Cuánto les echamos de menos! Afortunadamente, su legado permanece, y puede y debe ser la brújula que nos marque el camino a seguir para avanzar hacia un futuro de paz, justicia, igualdad, ética, diversidad, inclusión y sostenibilidad
No es casualidad que Anguita, Francisco y Mujica pusieran el acento en la desigualdad social como el origen del auge del fascismo en el mundo. El empobrecimiento de las clases populares está íntimamente unido al enriquecimiento de una élite de billonarios y oligarcas que alardean de serlo; la precariedad laboral y los bajos salarios son el reverso de los beneficios sin límite de la banca y los grandes monopolios, especialmente los tecnológicos; los precios abusivos de la vivienda son consecuencia directa de la avaricia de fondos de inversión, promotores y propietarios del suelo que se hacen de oro especulando con un derecho ciudadano; el deterioro de los servicios públicos, sanidad y educación principalmente, se verá aún más perjudicado por la apuesta europea por el rearme. El panorama resulta desolador. La falta de expectativas, la frustración y la impotencia que sienten capas cada vez más amplias de la población constituyen el mejor caldo de cultivo para el triunfo de liderazgos tan perversos como el que representan Donald Trump y sus acólitos. Lo hemos vuelto a comprobar en el avance de la extrema derecha en las elecciones celebradas en Polonia, Portugal y Rumania.
A pesar de la situación preocupante, estos tres modelos de vida nos transmiten hoy el gran mensaje de que no debemos caer ni en el pesimismo ni mucho menos en el derrotismo. Estamos a tiempo de revertir esta situación.
Julio Anguita, unos días antes de morir, hizo público un manifiesto (“el hoy y el mañana: razones para nuestro compromiso”), que tiene plena vigencia: “Debemos impedir que quienes se consideran dueños de un poder sempiterno construyan la realidad a su imagen y semejanza”. La sociedad civil ha de tomar conciencia de su protagonismo en la defensa activa del presente y el futuro que queremos. No vale mirar hacia otro lado ni eludir las responsabilidades que nos corresponden. La izquierda, en su concepción más amplia, tiene que unirse, sumar todas las voces y sensibilidades, promover alianzas globales y organizar una revolución pacífica (no violencia activa), pero constante, contra el fascismo. No podemos asistir impasibles ante el genocidio televisado contra el pueblo palestino. El mercado y la codicia sin límites no pueden ganar esta batalla. Somos personas con derechos y capacidad de decisión.
Al poder económico le sobran las leyes, los tribunales, las regulaciones y las libertades. Solo les interesan sus beneficios y para ello nos quieren convertir en consumidores pasivos y compulsivos, sin opinión ni criterios propios. Su modelo de sociedad es individualista, manipulada, asustada, y nunca comunitaria ni solidaria ni empática. Quieren un poder político que actúe como un brazo articulado que ejecute sus directrices. Los gobiernos en los que creen son consejos de administración a sus órdenes. Su mayor enemigo es la toma de conciencia por parte de la ciudadanía y su cohesión como forma de resistencia. Anguita, al calor de las movilizaciones anti OTAN, apostó por la confluencia de sectores con trayectorias y tradiciones diferentes en torno a un programa común, germen de la constitución de IU. Dijo: “no importa que los comunistas seamos minoría, lo importante es que nuestras ideas de transformación sean mayoritarias”.
Un tiempo de movilización ciudadana, ilusión y esperanza; Pepe Mujica, fundador del Frente Amplio de Uruguay, llevó a la izquierda al Gobierno del país, tras 150 años de opresión. Son, sin duda alguna, ejemplos a imitar. También lo es el Papa Francisco, que con paso lento pero firme, ha transformado la Iglesia sin que sea posible ya la marcha atrás.
Frenar el fascismo es ahora la razón de ser de la izquierda en el mundo. No nos perdamos en pugnas y divisiones internas, que tanto alientan desde el establishment. Nunca pensamos que en el siglo XXI nos veríamos en la obligación y la urgencia de reivindicar, proteger y defender la democracia. Este es ahora el reto.
Sabemos que no es tarea fácil. El totalitarismo y sus aliados controlan la mayoría de los medios de comunicación, redes sociales, inteligencia artificial y las nuevas tecnologías. Mienten, tergiversan la realidad, engañan y alimentan el odio, criminalizando la inmigración, la diversidad y las políticas de inclusión social. Promueven el caos y la tensión para promover y expandir una doctrina contraria a los derechos humanos y la convivencia. La división de la izquierda les permite ganar apoyos sin encontrar obstáculos en su camino; por ello, es clave que les perdamos el miedo, les hagamos frente y allí donde sea posible los gobiernos progresistas lideren acciones que garanticen políticas de igualdad social. Debemos demostrar con hechos que el fascismo nos conduce al abismo y nunca traerá bienestar y prosperidad. A la izquierda le toca dar lo mejor de sí misma con audacia y generosidad.