¿Por qué no se habla de abrir investigaciones garantistas que puedan prevenir futuros naufragios? ¿Por qué no hay una respuesta institucional a tragedias que se repiten con patrones cada vez más evidentes?. ¿Qué pasó en el cayuco con 152 personas, entre ellas 45 mujeres y 29 niñas, niños y adolescentes? ¿Hicieron movimientos desesperados o eran fruto de indicaciones que estaban recibiendo?
Mientras la ruta migratoria del Atlántico se sigue cobrando vidas, esta vez en el puerto, a escasos metros de la tierra, una de las ideas más escuchadas ha sido: “la desesperación y el pánico llevan a la gente a ahogarse”.
Esta afirmación busca una explicación simplista que pone, como en tantos otros naufragios, la culpa y la responsabilidad sobre las propias víctimas. La realidad es que asistimos de nuevo a muertes evitables.
Pero ¿por qué no se habla de abrir investigaciones garantistas que puedan prevenir futuros naufragios? ¿Por qué no hay una respuesta institucional a tragedias que se repiten con patrones cada vez más evidentes?. ¿Qué pasó en el cayuco con 152 personas, entre ellas 45 mujeres y 29 niñas, niños y adolescentes? ¿Hicieron movimientos desesperados o eran fruto de indicaciones que estaban recibiendo? Las respuestas claras y veraces a lo que sucedió son la clave para que esto no se repita nunca más.
Por eso es importante hablar de muertes evitables y poner en el centro la prevención, y esto se consigue a través de investigaciones que conduzcan a verificar si los protocolos cumplen todos los estándares para proteger la vida en esas condiciones de especial vulnerabilidad. Esta es la tercera vez que sucede un naufragio con estas características en El Hierro, y no tenemos que olvidar que en la primera tragedia, que se cobró la vida de 63 personas, la versión dada por las autoridades difería de la que ofrecieron los supervivientes. Una se pregunta si escucharles tal vez podría haber evitado estas muertes recientes.
Las siete fallecidas eran mujeres y niñas, y eso parece sorprender mucho a los medios y a las autoridades, que se atreven a hacer declaraciones puramente especulativas sobre su presencia en el cayuco y las causas de sus muertes. Claro que están las mujeres en las rutas migratorias y no solo cuando fallecen. Están presentes también cuando se las instrumentaliza, como en esta ocasión, porque invisibilizarlas o victimizarlas sin protegerlas forma parte de los discursos del odio y la deshumanización de las personas migrantes.
Y están las niñas, símbolo de esa infancia que no solo es víctima de las tragedias en el mar, sino que se ahoga en el mercadeo político del Gobierno y las comunidades autónomas. Abandonada, criminalizada y estigmatizada, como chivo expiatorio para seguir engrosando el racismo.
Queda aún un largo camino para las personas supervivientes y las familias de las fallecidas, en el que desearíamos que la administración pública estuviera realmente a la altura. Para ello, es fundamental que se proporcione un acompañamiento psicológico integral que ayude a aliviar el trauma. Igualmente, es necesario brindar las condiciones necesarias de información y apoyo a las familias, para permitir un proceso de duelo que, algún día, haga posible la sanación. Y es también imprescindible hacer posible un enterramiento digno, en el que se respete el derecho a la identidad de las personas fallecidas, los deseos de sus familiares y las creencias en las que vivieron.
Ayer volví a mirar una fotografía tomada en el cementerio de la ciudad de La Frontera (tragué saliva al pensar en la cruel ironía del nombre). En ella aparece el familiar de una de las víctimas del naufragio en las costas de El Hierro. Era el hermano de uno de los fallecidos. Tardó algunos días en poder viajar hasta allí: necesitaba arreglar permisos laborales, conseguir la información, organizar su vida… Cuando por fin llegó, su hermano ya había sido enterrado, no le habían esperado.
En la imagen, aparece solo, frente al nicho, acompañado por otro familiar. Ambos rezan. Después de esa visita, pidieron acercarse al lugar donde ocurrió la tragedia porque querían saber más, porque necesitaban saberlo todo. Como cualquier familia, buscaban poder dar sentido, construir un relato frente a tanto dolor.
Hoy siguen esperando los resultados de una prueba de ADN que ya lleva meses de retraso. Lo que no esperan, porque han aprendido a no hacerlo, es una respuesta institucional sobre lo que ocurrió aquel día.
Mientras, toca seguir recordando a todas las víctimas de las fronteras, cuya memoria vive en el corazón de sus seres queridos. Porque es de justicia no olvidar que muchas de las muertes son resultado de la ignominia de que no se activaran protocolos adecuados de búsqueda y rescate, una práctica que generaliza en la Europa fortaleza la omisión del deber de socorro y la desprotección de la vida.