El aliento del Sur

El libro que ha escrito Valdeón traspasa las fronteras del género que se conoce como “narrativa de viajes”. Hay música, literatura, ternura y relámpagos de una prosa magistral que ya quisieran muchos de esos que se hacen llamar columnistas

Un destornillador es un cóctel a base de vodka y zumo de naranja recién exprimida, uno de los tragos predilectos de Truman Capote cuando sus pies aún podían seguir el ritmo de sus pasos. No sé si Julio Valdeón habla de ello en Autorruta del Sur (Efe Eme), y no lo sé porque todavía no me he leído el libro entero. Pero estoy en ello y, como no he podido reprimir el impulso, me he puesto a hundir tecla para dedicarle esta pieza.

La cosa fue que hace años, cuando Julio vivía en Neuyol y escribía sus crónicas desde los tugurios de Harlem, se enamoró de Mónica y juntos decidieron jugarse el destino al póquer. Con los dados cargados se hicieron el camino del sur hasta alcanzar el viejo territorio de Yoknapatawpha. Bordearon la orilla del Misisipi tras las huellas de Mark Twain y con las rodillas peladas acabaron en el cruce de caminos que vio nacer el blues; el sitio donde el diablo mostró su pezuña a Robert Johnson, el Rey del Delta Blues que cantaba la pena arrastrando su garganta por los mismos caminos de polvo que conducen al infierno. 

El libro que ha escrito Valdeón traspasa las fronteras del género que se conoce como “narrativa de viajes”. Hay música, literatura, ternura y relámpagos de una prosa magistral que ya quisieran muchos de esos que se hacen llamar columnistas. También hay una parte que me ha emocionado, lo confieso. Con su lectura  he vuelto a mis mayores, a mis abuelos represaliados en la guerra civil. 

Porque el abuelo de Julio Valdeón fue paseado camino de la muerte. Y cuando su hijo, el padre de Julio Valdeón, se presentó en las primeras elecciones democráticas por el Partido Comunista para el Senado -hablamos de 1977- recibió una llamada telefónica. Era de un hombre que afirmaba haber compartido celda con su padre y que conservaba las cartas que le había confiado antes de ser llevado al paredón. En una de ellas, el abuelo de Julio Valdeón se despide de su esposa para siempre. Cualquiera que lea esa carta  puede  percibir el hilo de ternura que no pudieron romper las balas. “Y nada más, un beso eterno para Julito y para ti. Perdón por lo desgraciados que os he hecho. Con el amor más profundo, se despide de vosotros, Julio”.

Con unos lagrimones como garbanzos, no he podido seguir. Y  llevado por el aliento del sur y de la derrota me he servido un destornillador, y con el vaso en alto  he brindado por la amistad, por Julio Valdeón y por la literatura que es la materia que nos mantiene en pie, desde  Yoknapatawpha a Macondo pasando por Costaguana, eso sin olvidar Comala, tierra donde los muertos respiran como si tuvieran vida propia. 

Hay viajes que se hacen por dar la espalda a la muerte, que atraviesan la tormenta y el fango para llegar a ninguna parte. Y  este es uno de ellos.