En un momento de polarización geopolítica mundial, la negociación de Rusia y Ucrania será el reflejo del desmembramiento de nuestra realidad, al que asistiremos como espectadores en las próximas dos décadas oteando hacia el Lejano Oriente
Termino el curso anunciando de nuevo a mis alumnos que estamos en guerra. Ya me ocurrió en febrero de 2022, cuando me convertí -a sus ojos- en pitonisa. Por aquél entonces aún no se oían tambores de guerra, excepto para expertos y militares, atentos desde meses atrás al movimiento de tropas que se acercaban por territorio ruso, lenta pero inexorablemente, hacia la frontera ucraniana. Tampoco había que ser muy avezado en el tema cuando los satélites, GPS y otros instrumentos de geolocalización daban las coordenadas precisas al minuto, en tiempo y lugar.
De nuevo, este curso hemos seguido los pasos que está dando la Unión Europea hacia una posible guerra… ¿en cinco años? Bien, así es como nos lo anunciaron en días previos al “kit de supervivencia” que tan bien nos vino a los españoles unas semanas después con “el apagón”. Fue con la presentación a bombo y platillo del Joint White Paper “Rearm Europe 2030”, para la preparación de la defensa Europea. Y que nos costará 800.000 millones de euros extra, a parte del presupuesto general, en los próximos cuatro años. “¡Qué miedo!”, podría pensar el enemigo, si no fuera porque le damos día y hora.
Pero no es ésta la guerra que nos ocupa ni la que nos debe preocupar, por ahora, sino la de nuestros vecinos del Este, especialmente porque hacemos frontera. De nuevo, el advenimiento del presidente estadounidense, Donald Trump, ha significado un “tour de force” en el fragor de la batalla entre Rusia y Ucrania. Ha tenido que llegar Trump para que se sienten de nuevo a la mesa, después del intento fallido de paz del 29 de marzo de 2022, con Estambul como escenario y testigo de un brindis con champán.
De nuevo, Estambul aparece como protagonista de una enésima mesa de negociación entre el Kremlin y Kiev, que no es lo mismo que decir entre Putin y Zelenski. Porque los mandatarios no se sientan a discutir las pequeñeces de la guerra sino la grandeza de la paz. Los líderes no lidian con el intercambio de muertos y prisioneros, la retirada de tanques y tropas o el reparto de fronteras. Sólo se sentarán cara a cara para rubricar la paz.
Putin y Zelenski no se van a ver ni a reconocer si no es cuando ya se hayan repartido los despojos. “Nada está acordado hasta que todo esté acordado”, como dicen en la Unión Europea en todo tipo de negociación. Esto se sabe en foros diplomáticos, pese a haberse atizado el fuego del desacuerdo porque en la reciente mesa, también en Estambul, se magnificó la ausencia de Putin como un desplante al Presidente ucraniano.
Por tercera vez, los equipos diplomáticos de ambos contendientes se reunirán en el trocito europeo de Turquía que representa Estambul el próximo lunes, 2 de junio, previsiblemente. ¿Qué de novedoso puede tener este tercer intento? De nuevo, Putin y Zelenski no se van a ver ni a reconocer. En especial, el Kremlin viene despreciando a Zelenski como “presidente ilegítimo” ya que su mandato expiró hace más de un año, según la Constitución ucraniana, y el cargo debía pasar al Presidente del Parlamento mientras no se convoquen elecciones.
Haciendo caso al “think tank” norteamericano Institute for the Study of War (ISW), que nos da el parte de guerra diario, Rusia avanza poco a poco adentrándose en territorio ucraniano, sin premura por negociar. Su objetivo, dice el ISW no es sólo su victoria sino también la derrota de la OTAN, su destrucción. Así se ha venido demostrando en los últimos meses, pese a las prisas por Trump, que anunció el fin de esta guerra en 24 horas.
No va tan descaminado, si recordamos la primera ronda de negociaciones del pasado 16 de mayo, en la que sólo se llegó a firmar un intercambio de mil prisioneros para cada una de las partes. Mientras, el enviado del Kremlin, Medinski, se levantaba de la mesa anunciando que, si el acuerdo se ralentizaba, en lugar de reivindicar cuatro “oblasts”, en la siguiente reunión serían cinco. En la misma línea de desaliento se mostraba el vicepresidente estadounidense James Vance, que amenazó con abandonar a Ucrania: “Si la paz no avanza, tendremos que decir que ‘esta guerra no es nuestra’”. Lo bien cierto es que Rusia va a seguir poniendo la OTAN sobre la mesa, “de entrada, no”. De esto sabemos en España.
Mientras tanto, la Unión Europea ni siquiera figura como convidado de piedra. Y Estambul se levanta sola en la encrucijada de dos mundos. En un momento de polarización geopolítica mundial, será el reflejo del desmembramiento de nuestra realidad, al que asistiremos como espectadores en las próximas dos décadas oteando hacia el Lejano Oriente. Va a tener razón el Presidente Trump, cuando señala a China como el enemigo, con el dedo acusador del Tío Sam…