Las cloacas y la ejemplaridad pública

Los políticos han de cumplir un plus extra-jurídico de exigencia moral. En una sociedad justa cumplir la ley es condición necesaria pero no suficiente

Desde que el excomisario Villarejo decidió que no iba a salir de casa sin una grabadora, una carpeta y una gorra, aprendimos que las cloacas tienen propensión al taco y al mote, que todo el mundo, desde el político más poderoso al delincuente más común, necesita un confidente al que contarle las penas y que nunca falta gente dispuesta a encargar y encargarse de los trabajos sucios. Villarejo, con sus innumerables grabaciones con personajes del Partido Popular, de las empresas más importantes y de los medios con más audiencia, nos regaló una suerte de novela negra que trazaba un mapa de la corrupción, podredumbre y miseria moral de un país en el que casi ninguna organización, institución y zona geográfica se libraba de intrigas y chantajes. Aquellos audios terminaron de consolidar un subgénero periodístico que se ha ido enriqueciendo con la aportación de WhatsApp y videoconferencias y que nos permite tener acceso a todo tipo de conversaciones ajenas, tengan o no relevancia penal. 

El comisario dejó el listón muy alto en lo que a cloacas se refiere y, desde luego, Leire Díez, la supuesta fontanera del PSOE, no alcanza ni de lejos los niveles de profesionalización y contactos de Villarejo. Pero no por cutres, chapuceras y fantasiosas dejan de tener importancia las maniobras de esta militante socialista que ha ocupado cargos públicos de relevancia. Queda por saber si obedecía órdenes y directrices o actuaba por su cuenta, y su modesta incursión en los sótanos del estado deja más dudas que certezas, dudas que debería despejar el Partido Socialista lo más pronto posible, antes de que el ruido en el que vivimos los ciudadanos se haga insoportable y la tensa polarización nos dé algún disgusto serio. 

Mientras tanto y a la espera de más información, el ciudadano común trata de digerir el escándalo comparando a Leire Díez con una agente de la TIA, la ficticia agencia de inteligencia creada por Ibáñez para Mortadelo y Filemón, con el pequeño Nicolás o con Ángel Carromero. Pero lo cierto es que el grosero universo de miseria moral en el que se ha movido Leire Díez y los abogados y empresarios que la acompañan, cada uno empeñado en convertirse en una caricatura impresentable de sí mismo, socava la confianza que depositamos en nuestros representantes públicos. 

El principal partido de la oposición y su líder, Alberto Núñez Feijóo, han aportado su granito de arena al esperpento. Feijóo sube el tono calificando al Gobierno de mafia y, al mismo tiempo, da cuenta de su debilidad descartando una moción de censura, la única medida que estaría a la altura de su sobreactuación. En lugar de eso, ha convocado un evento en Madrid, en domingo y previo al vermú, con el lema Mafia o Democracia. Ya han confirmado asistencia José María Aznar, que tuvo de ministros a Zaplana, Rato o Matas, Mariano Rajoy, el presidente del gobierno de la Gürtel, la Kitchen y la Púnica, Carlos Mazón, cuyo espíritu aún se encuentra en El Ventorro, e Isabel Díaz Ayuso, cuya pareja está a un paso de sentarse en el banquillo por delito fiscal y falsedad documental. Como dice Javier Gomá Lanzón en su ensayo Ejemplaridad pública, los políticos han de cumplir un plus extra-jurídico de exigencia moral. En una sociedad justa cumplir la ley es condición necesaria pero no suficiente. “Que tu ejemplo produzca en los demás una influencia civilizadora”. De ese ejemplo civilizatorio estamos hoy más necesitados que nunca.