El libro colectivo de relatos inspirados en el autor de ‘El proceso’, ‘Una jaula salió en busca de un pájaro’, sirve también como una reivindicación de la traducción humana
La inteligencia artificial sacude el negocio de la traducción: “Las máquinas son más baratas que las personas”
En 1917, el escritor Franz Kafka se retiró al pueblo de Zürau, en Bohemia, para recuperarse de la tuberculosis que le habían diagnosticado. Mientras convalecía junto a su hermana en aquel entorno idílico –pese a su enfermedad, pasó allí un tiempo bastante estupendo– pergeñó un centenar de frases crípticas que más tarde se reunieron en el volumen Los aforismos de Zürau. “Una jaula salió en busca de un pájaro” es uno de esos enunciados y la editorial Mutatis Mutandis lo ha escogido para dar título al libro de relatos que acaba de publicar. En él recopila diez historias kafkianas firmadas por autores tan diversos como Ali Smith, Charlie Kaufman, Elif Batuman, Joshua Cohen o Yiyun Li, entre otros, cada uno con su propio traductor al castellano (Magdalena Palmer, Ce Santiago, Marta Rebón, Javier Calvo y Laura Martín de Dios, respectivamente).
Estos cuentos se escribieron a propósito del centenario de la muerte del escritor praguense a causa de la afección que le llevó a Zürau. En ellos se narran las acciones de control de máquinas que recuerdan a ChatGPT, ataques de pánico contagiosos, burocracias inmobiliarias que derivan en pesadilla o el periplo por balnearios de una mujer con fobia a los gérmenes. Son escenarios alucinados que generan inquietud y la pregunta inevitable de si podría llegar a suceder.
Si se atiende a los temas que estructuran estas ficciones, como la sospecha sobre la inteligencia artificial (IA) o la fragilidad de la salud mental, ¿es pertinente preguntarse si la actualidad es cada vez más kafkiana? Joaquim Feijóo Pérez, editor de Mutatis Mutandis, responde a elDiario.es que “Kafka tuvo que enfrentarse a, como diría Mark Fisher, lo raro y espeluznante de su tiempo, pero quizás hoy saldría corriendo de nuestra realidad”. Problemas como el acceso a la vivienda, la misoginia en internet o la brecha digital son algunos terrores actuales, según su opinión.
Los autores de los relatos se sumergieron en el universo del autor de El proceso, pero eso no significa que hayan tratado de emular su estilo. Más bien se han inspirado en su obra para “plasmar sus inquietudes y alguna que otra pesadilla —dice Feijóo Pérez— actualizando esa sensación a nuestros días para desarrollar un paisaje kafkiano contemporáneo propio”. En ese aspecto, el libro funciona como bandera del espíritu de la editorial que, según el editor, aspira a “ser una forma contracultural frente a la literalidad”, procurando aportar “soluciones teóricas y narrativas al atasco en el que nos encontramos hoy”.
Blindar contratos para tener traductores humanos
En su presentación, Mutatis Mutandis define el libro como “un homenaje al kafkiano oficio de traductor en los tiempos de la inteligencia artificial”. Sin duda, es uno de los sectores del entramado editorial más afectados por la aparición de esta tecnología ha revolucionado la realidad como se conocía hasta ahora, para bien, mal o regular.
Las reivindicaciones sobre la precariedad de las condiciones laborales de la traducción literaria no son nuevas ni mucho menos. Pero la llegada de la inteligencia artificial generativa ha sido la guinda del pastel y algunos de los traductores involucrados en Una jaula salió en busca de un pájaro valoran los perjuicios. Julia Osuna, responsable de la traducción al castellano del relato El suplicio de Tommy Orange, asegura que en los mercados de la traducción comercial la IA “ya está haciendo mucho daño” y en el ámbito de las editoriales el desarrollo de la situación “dependerá en parte de hasta qué punto los autores extranjeros y sus agentes blinden los contratos para exigir que sus obras sean traducidas por personas”, explica.
La opinión de Eugenia Vázquez Nacarino, encargada de pasar al castellano el relato de Leone Ross titulado Dolor de cabeza, es rotunda. Para ella, “una editorial que pretenda sustituir el trabajo creativo de sus colaboradores con IA para aumentar beneficios estará cavando su propia tumba”. Además, denuncia que el sistema se entrena con contenido protegido por derechos de autor y la ley del Ministerio de Cultura que debería regular esos permisos, fue rechazada por falta de respaldo en el sector.
Tarifas y luchas colectivas congeladas
A la vez, Osuna indica que la conversación sobre la intromisión de esta nueva tecnología en el sector de la traducción puede dejar en la sombra las reivindicaciones previas que no se han solucionado. Según explica la traductora, corren el riesgo de contravenir las leyes de la competencia si luchan en conjunto: “Se pueden infringir si, como colectivo o desde alguna asociación de profesionales, se intentan fijar unas tarifas mínimas o tarifas recomendadas. Cuando las leyes de la competencia deberían proteger al consumidor, que paga por un libro y merece calidad, acaban beneficiando al empresario que paga dos duros por un servicio profesional”.
En 2014, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) multó a un par de asociaciones y desde entonces “las tarifas han quedado más desprotegidas que nunca”, asegura Osuna, que también indica que “en cambio, hay una directriz europea de 2022 que ha empezado a proteger los derechos de los autónomos culturales y la necesidad de que se apoyen sus negociaciones colectivas”. La llegada de la IA parece haberse convertido en el problema principal del sector, pero las tarifas siguen congeladas. “La mayoría de los traductores editoriales no llegamos al salario mínimo interprofesional. Eso sí que da miedo”, completa.
Mis tarifas siguen más que congeladas y la mayoría de los traductores editoriales no llegamos al salario mínimo interprofesional. Eso sí que da miedo
Y un detalle más: la intrusión de la IA en el gremio no solo se materializa en la sustitución del trabajador por la máquina. También ha pasado a formar parte de la realidad del oficio porque cada vez es más necesario utilizarla como herramienta. “Nos la están metiendo hasta en la sopa. Los buscadores normales cada vez filtran peor y están más sesgados, lo que nos obligará a tirar de esos nuevos recursos”, comenta Osuna.
La Tarifadora: “¿Es justo lo que cobras?”
En 2015, la Unión de Correctores (UniCo) y ACE Traductores firmaron un código de buenas prácticas con el convencimiento de que una colaboración entre ambos colectivos es beneficioso para ambos y para la calidad de la obra publicada. Uno de los frutos más recientes de ese entendimiento es La Tarifadora, una calculadora de tarifas para profesionales de la traducción, la corrección y la edición.
“Pretende ser una herramienta de denuncia de esas condiciones demenciales en las que estamos hundiéndonos. La idea es que sirva para que puedas explicarle con más claridad al editor o editora con la que negocias tu tarifa, en el caso de que puedas negociar, que lo que te ofrece no da para vivir, y que si quieren algo profesional, tienen que pagarlo”, desarrolla Osuna. Asimismo, con ella también quieren llamar la atención del Ministerio de Trabajo sobre su situación laboral.
Eugenia Vázquez Nacarino comenta que es necesario quitarle romanticismo a la industria del libro, porque muchas veces los traductores literarios trabajan a pérdidas. “Hay que hacer números y visibilizar la precarización del sector en un contexto que nos deja a merced de la ley de la oferta y la demanda, y de una interpretación tan restrictiva de la ley de libre competencia en España que ni siquiera permite a nuestras asociaciones profesionales recomendar una horquilla de tarifas”, declara.
Eduardo Iriarte, que firma la traducción de El casero de Keith Ridgway, está de acuerdo con que hay que reivindicar mejoras laborales y cruza los dedos porque se llegue a algo, pero también le inquieta que, en algunos casos, sea contraproducente. “Sigue habiendo editoriales que parecen decir: ‘Si todos pagan mal a los traductores, ¿por qué habríamos de pagarles mejor nosotros?’”, indica.
Sigue habiendo editoriales que parecen decir: ‘Si todos pagan mal a los traductores, ¿por qué habríamos de pagarles mejor nosotros?’
Él reconoce que es un privilegiado porque durante más de tres décadas ha vivido de la escritura —ha publicado seis novelas— y de la traducción literaria y, por el momento, no parece que su situación vaya a cambiar. Incluso se muestra optimista ante el porvenir: “Casualmente, estoy traduciendo la nueva novela de Ian McEwan, que transcurre en 2119: sigue habiendo futuro”.
Sin embargo, sus compañeras no se muestran tan esperanzadas. A Eugenia Vázquez le cuesta ver cómo se va a mejorar la situación actual cuando “desde las instituciones oficiales que deben velar por el sector cultural no se toman medidas firmes para proteger a un colectivo autónomo al límite de la subsistencia”, recalca. Mientras, Julia Osuna se plantea un mañana muy acorde al espíritu kafkiano del volumen de Mutatis Mutandis: “Una se pregunta qué piensan hacer con todos los que nos vamos a la calle, y me imagino filas de personal sobrecualificado regando con regaderas y mangueras centros de datos”.