No hay nada como hacer creer en absurdidades para que sea más fácil que alguien cometa atrocidades, algo de lo que ya alertaba Voltaire, y deberíamos preguntarnos qué significa más gasto en seguridad para no seguir la corriente de manera acrítica
El boletín del director – ‘Me despido por unas semanas’. Por Ignacio Escolar
Hace unos días me topé por casualidad con un documental que se titula ‘Mercenario’. Explica la historia de un combatiente en la guerra de Ucrania y me llamó la atención porque el protagonista es un tipo de la Val d’Aran. Reconozco que me sorprendió más porque crecí en una comarca limítrofe y tal vez por eso me quedé mirando los vídeos de este tipo en la trinchera ucraniana.
Puede parecer una obviedad, pero lo que muestran esas imágenes es que por más tecnología que haya, las balas se siguen disparando como en las guerras de otros tiempos y matan del mismo modo.
Hay un momento en el que uno de los compañeros de este mercenario dice algo que aunque pueda parecer una reflexión de perogrullo es más que pertinente tras leer y escuchar algunos de los análisis que se hacen desde hace semanas a cuenta de la seguridad y el ‘rearme’. “Solo alguien que no haya visto una guerra puede querer una”. En el documental también queda claro que una guerra es un negocio lucrativo para mucha gente.
Gustave Gilbert fue un psicólogo norteamericano que durante los juicios de Núremberg tuvo ocasión de entrevistar a Hermann Göring, uno de los nazis procesados. Gilbert tenía el encargo de estar pendiente de la salud mental de estos criminales y evitar que alguno optase por suicidarse. En una de las conversaciones, el joven psicólogo le comentó a Göring que le costaba creer que al ciudadano medio alemán le pareciese bien combatir en una guerra. “Por supuesto que la gente no quiere la guerra. ¿Por qué va a querer un pobre granjero holgazán arriesgar su vida en una guerra cuando lo mejor que sacará de ella es regresar a su granja de una pieza? De lo que se trata es de conseguir que la gente te siga la corriente. Y para ello basta con decirles que los están atacando y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo y por exponer al país a un mayor peligro”, le respondió Göring, según consta en las anotaciones que el psicólogo apuntó en un dietario y que acabó publicándose en formato de libro en 1961.
No hay nada como provocar miedo para justificar lo injustificable. Hacer creer en absurdidades para que sea más fácil que alguien cometa atrocidades, algo de lo que ya alertaba Voltaire, que como todos los filósofos tenía sus defectos, pero también la virtud de ser un librepensador.
Provocar miedo es encontrarse de un día para otro con que la Unión Europea recomienda a sus ciudadanos disponer de un ‘kit de supervivencia’. ¿Quién se puede atrever a rechazar un incremento en gasto militar si la música de fondo es que Putin va a atacarnos? La respuesta, si queremos ser librepensadores y no seguir la corriente de manera acrítica, debería ser que exigimos que antes nos expliquen si hay pruebas o indicios de que Rusia tiene esos planes. También que nos aclaren cómo se aumenta el gasto militar sin tocar las inversiones sociales. Porque en unos documentos señalan que no contabilizará para el techo de déficit público y en otros se utiliza el verbo “repriorizar” el gasto (aquí puedes consultar el documento íntegro que publicó la Comisión Europea).
Claro que la seguridad no son solo tanques. Es preservar infraestructuras básicas de posibles ataques que las dejen fuera de juego. Es hablar de ciberataques o de bioseguridad. Pero también es una escalada en el gasto en armamento, por más que se busquen eufemismos para no llamarlo por su nombre.
Se acaba de publicar en España el libro ‘Cómo empieza una guerra civil y cómo evitar que ocurra’ (Península). Su autora es Bárbara F. Walter, una catedrática de Asuntos Internacionales en la Universidad de California en San Diego. Es experta en violencia política y terrorismo y escribió este ensayo tras el asalto al Capitolio. Walter describe cómo se llegó a una guerra en zonas como los Balcanes, Siria o Ucrania y los riesgos de que puedan multiplicarse los conflictos bélicos en otros puntos del planeta.
La autora analiza también el uso que se ha hecho de las redes sociales para alimentar los discursos etnicistas y supremacistas con el objetivo de favorecer a partidos y dirigentes que pueden calificarse de “etnonacionalistas”. Desde Modi en la India a Trump. A partir de las interacciones, incluso ya antes de que Musk pusiese sus garras en X, la conclusión a la que llega esta experta es una generalización que probablemente requeriría de algún matiz aunque sea una deducción que se entiende a la primera: “La gente prefiere el miedo a la tranquilidad, la falsedad a la verdad y la indignación a la empatía”.
Ya tenemos pruebas de cómo las redes pueden ayudar a fomentar el miedo y también alentar el odio hasta extremos brutales. El genocidio de los rohingya en Myanmar no se explica sin los mensajes islamófobos que se difundieron por Facebook. A las grandes tecnológicas les da igual si la información que difunden es cierta o falsa. Cada vez les importa menos porque su prioridad es solo que circule.
Acabo con un ejemplo que Walter cita en su ensayo. Es una entrevista que Tristan Harris, un informático estadounidense que trabajó como experto ético en Google, concedió en 2019 a ‘The New York Times’. Y dijo lo siguiente: “Si yo soy Youtube y quiero que veas más vídeos, siempre voy a encaminarte hacia Locolandia”. Sí, han pasado cinco años y estaremos de acuerdo en que, entonces como ahora, Locolandia es hacia donde muchos quieren encaminarnos.