Adiós a los caballos desmayados o desnutridos: las calesas eléctricas para pasear turistas ya son una realidad

Alcúdia se convierte en el primer municipio de la UE en ofrecer paseos en carrozas con motor eléctrico homologado. «No echamos de menos a los animales, así no sufren», comenta una visitante. «Era el momento de evolucionar”, añade el cochero Eduardo Salazar, que ha pagado el vehículo sin ayudas

Caballos cojos y en pésimas condiciones que remolcan turistas en plena ola de calor

La Alcúdia de Eduardo Salazar mantiene nombres que van quedando en el olvido. Al menos, para las generaciones más jóvenes. Cochero de profesión, Salazar nunca llamará Club Mac a la parada que las calesas o galeras, como se las conoce aquí, tienen delante de uno de los complejos más grandes de la capital turística del norte de Mallorca. Aquellas moles de las que salen muchos de los guiris que él monta en su carruaje para pasearlos hasta las puertas del casco urbano de Alcúdia, antiguo y amurallado, son “los Hoteles Reina”. “Así los conocí cuando llegué desde Montijo, Badajoz, en el 92. Mis tíos ya estaban aquí desde mucho antes, desde el 74, y siempre trabajaron con las galeras, como se llama el carro mallorquín, y los caballos”, cuenta a elDiario.es.

Esos animales, antiguos trotones de hipódromo, han desaparecido esta semana, la que arranca la temporada de 2025, de casi todas las galeras de Alcúdia. Hay diez licencias y sólo dos funcionan aún con tracción equina. Salazar puede sentir nostalgia de los topónimos turísticos que conoció al desembarcar en la isla, pero no vive anclado en el pasado: “Hemos apostado por vehículos eléctricos porque había que darle una salida a nuestro sector. Si no lo hacíamos, no teníamos futuro. La sensibilidad respecto a los animales ha cambiado mucho en estas décadas y era el momento de evolucionar”. Alcúdia no sólo lidera el cambio en Mallorca, donde también funcionan calesas en otras zonas hoteleras como Cala Millor o en el entorno de la Catedral, en Palma. Es también el primer municipio de la Unión Europea en disponer de este servicio turístico completamente homologado para circular por la vía pública.

Hemos apostado por vehículos eléctricos porque había que darle una salida a nuestro sector. Si no lo hacíamos, no teníamos futuro. La sensibilidad respecto a los animales ha cambiado mucho en estas décadas y era el momento de evolucionar

Eduardo Salazar
Cochero


Alcúdia es el centro turístico más importante del norte de Mallorca y recibe más de 3 millones de turistas cada año.

Durante los últimos años, entidades como SOS Animal Mallorca, Progreso en Verde o la Asociación de Defensa de los Animales (ADA Mallorca) han denunciado la situación de los caballos de las galeras al considerarla una forma de maltrato animal institucionalizado. Además, organizaciones como AnimaNaturalis, Progreso en Verde, Baldea y Fundación Franz Weber han liderado campañas, manifestaciones y recogidas de firmas para lograr la prohibición definitiva de esta actividad. Algunos partidos políticos también han asumido esta reivindicación y han intentado legislar al respecto, aunque el debate continúa abierto.

Los animalistas recriminan, sobre todo, las condiciones extremas a las que muchos de estos animales se ven expuestos al ser obligados a trabajar durante largas jornadas, incluso en plena ola de calor, arrastrando pesadas galeras sobre el asfalto y expuestos al tráfico urbano. Las reivindicaciones contra las calesas tiradas por equinos han cobrado fuerza en varias ciudades de España, especialmente en aquellas con una fuerte actividad turística. Como Palma.

En agosto de 2022, un caballo se desplomó en el centro de la ciudad, frente al Parlament, lo que intensificó las protestas animalistas. Pese a ello, el animal fue de inmediato obligado a prestar servicio de nuevo. El pasado mes de noviembre, la Policía Local inmovilizaba durante 14 días, en una cuadra, al caballo de una galera que presentaba un grave estado de desnutrición. Los agentes pudieron comprobar la extrema delgadez del equino, tras lo cual identificaron a su conductor y solicitaron la presencia del servicio veterinario del Centro Sanitario Municipal de Protección Animal (Csmpa) para que evaluara su estado.

Alcúdia es el primer municipio de la Unión Europea en disponer de este servicio turístico completamente homologado para circular por la vía pública


Una de las dos últimas calesas tiradas por caballos que quedan en Alcúdia.

–¿A vosotros os han recriminado durante los últimos años que utilicéis animales, Eduardo?

–Sí, y entiendo esas protestas, pero muchas veces se daban porque quien protesta no maneja información veraz. Por eso me gusta explicar que los animales que han trabajado en Alcúdia han estado siempre en perfectas condiciones.

Responde el calesero, y resume su biografía. Como su padre era tratante de ganado, siempre estuvo en contacto con animales. “En mi casa siempre hemos tenido conciencia hacia el caballo. A la gente que viene del mundo rural le suele pasar. Si el animal te trabaja, como mínimo lo tienes que respetar y velar por su salud. Si no tienes empatía por el caballo, al menos, por mentalidad empresarial, sabes que si no está sano para trabajar, tu negocio se hunde. Un caballo de más de diez años ya no tiene vigor para este desempeño”. Por esa razón, cada una de las diez licencias de galeras que funcionan en Alcúdia disponía de, como mínimo, cuatro trotones. En algunos casos, como el de la familia Salazar, tenían seis: “Se rotaban, de dos en dos, para que un caballo trabajara la mañana y otro la tarde”. “Ese funcionamiento”, dice el cochero, “lo teníamos heredado de nuestros antiguos: ellos ya sabían que si un caballo ha descansado un par de días, cuando salga del establo va a tener ganas de trotar”. 

En agosto de 2022, un caballo se desplomó en el centro de Palma, lo que intensificó las protestas animalistas. Pese a ello, fue de inmediato obligado a prestar servicio de nuevo. El pasado mes de noviembre, la Policía Local inmovilizaba durante 14 días, en una cuadra, al caballo de una galera que presentaba un grave estado de desnutrición

Un negocio centenario que se fortaleció en los setenta

Aunque está documentado que, en la segunda mitad del siglo XIX, ya había calesas turísticas en Mallorca (para dar servicio a la burguesía británica que incluía la isla en su grand tour europeo), Salazar sitúa en 1970 la llegada de los carruajes a Alcúdia. Como si las escenas pintorescas que retrató el dramaturgo Santiago Rusiñol cuando visitó la Mallorca del cambio de siglo dieran un salto en el tiempo hasta aterrizar en pleno landismo. Aparentemente.

–El primer cochero que hubo en esta zona era un hombre al que todos llamaban por su apodo: Caracol

Dice Salazar, y le pregunta a otro calesero, que es familia suya y acaba de descargar a unos turistas en la misma parada donde él, con un pie sobre el pescante, espera que alguien se decida a probar su nuevo vehículo, cien por cien eléctrico:

–¿Cómo se llamaba de verdad el Caracol?

–¡Grabrié!

–¡Es verdad! En aquellos años, me contaron mis tíos, y yo lo viví también, quizás venían menos turistas a Alcúdia pero, cómo decirlo, de más nivel. Veías su forma de vestir (camisas de lino carísimas), de moverse, cómo gastaban. Era otro mundo. Había muy poco inglés; eran sobre todo alemanes y, también, noruegos. Mis tíos llegaron a chapurrear alguna palabra de noruego para entenderse con ellos porque daban muy buenas propinas. Pero hay que adaptarse, todo avanza.


Eduardo Salazar posa con el vehículo que compró hace unos meses a un fabricante de Xàtiva, València.

Que pasear a turistas en un carruaje es un asunto familiar para Eduardo Salazar ha quedado claro hace rato. Que pasar del caballo a las baterías recargables ha sido una forma de pensar en sus hijos, también. Uno de ellos, Valentín, ha pedido una excedencia en el hotel donde trabajaba para echarle una mano a su padre en esta temporada tan importante. Sentado al volante, “que va increíblemente fino”, Valentín le hace un testeo rápido a la carroza: enciende las luces para asegurarse que funcionan, prueba la marcha atrás y el freno (la galera sólo tiene dos pedales), y levanta el arcón trasero donde se almacenan los watios que impulsarán al vehículo: puede alcanzar los 25 por hora, explican los Salazar, pero difícilmente los alcanzarán si llevan pasajeros. Enchufarlas cada noche a la corriente para que recuperen los cuarenta quilómetros que asegura su autonomía será “mucho más sencillo” que mantener a la media docena de caballos que tenían en un terreno que compraron cerca del pueblo.

Pienso. Lavado. Herrajes. Veterinario. “Te pones a hacer la cuenta”, dice Eduardo Salazar, “y se te iba mucho dinero”. La transición tampoco ha sido barata. Cada calesa ha costado “entre 25 y 30 mil euros”, pagados gracias “a financiación bancaria o recursos de cada familia”. Pese a que no contaminarán, no ha habido ayudas ni subvenciones públicas. Tuvieron que acudir a un fabricante de Xàtiva, València, para encontrar el taller capaz de diseñar unas galeras que siguieran “en la medida de lo posible, la estética tradicional, y pudieran contar con la homologación europea”. 

Cada calesa ha costado ‘entre 25 y 30 mil euros’, pagados gracias ‘a financiación bancaria o recursos de cada familia’, cuenta Salazar. Pese a que no contaminarán, no ha habido ayudas ni subvenciones públicas

Un proceso largo, que ha llevado años, pero, continúa el cochero, casi todo serán ventajas: “Porque, además, antes todo era muy complejo. Un ejemplo: estos caballos íbamos a buscarlos a los hipódromos. Cuando ya no valían para el trote era el momento de reciclarnos. Nos solía costar unos 500-600 euros cada ejemplar… si el vendedor no sabía que nos dedicábamos a las galeras. Si se entera, el precio se disparaba hasta llegar al doble. Después, cada caballo necesitaba, como mínimo, dos o tres meses para adaptarse a su nueva ocupación, y no todos servían. Diría que, como máximo, un 30% era válido para tirar de una galera. ¿Por qué? Los trotones están acostumbrados al frenesí de las carreras y, aquí, tenían que ir al trote muerto, un ritmo mucho más pausado, y no alterarse con el ruido del tráfico. Siempre digo lo mismo: el caballo debe querer tirar del carro sin que lo golpeen. Las órdenes que no le puedas dar con las riendas y la voz no sirven para nada”.

–¿Y qué ha sido de la cuadra, Eduardo?

–Hemos tenido suerte: a través de un tratante, hemos vendido los caballos a propietarios de la península. Casi todos han ido a Andalucía o Galicia, donde hay mucha tradición de romerías. Son tan mansos y están tan bien enseñados que pueden tirar de un carromato perfectamente. Saber que uno de nuestros caballos, al que llamábamos cariñosamente, El Abuelo, porque ya tenía dieciocho años, va a estar en buenas manos es algo que me pone feliz. Hay una parte sentimental en este cambio. En nuestra casa, por eso, nos hemos quedado un caballo, nos gusta demasiado ese animal.

–¿A qué lo van a dedicar?

–A pasear a los niños, porque los trotones sirven también de montura.

–¿Hay nietinos en casa?

–Sí. Y como a su abuelo les encanta el caballo.

Saber que uno de nuestros caballos, al que llamábamos cariñosamente, El Abuelo, porque ya tenía dieciocho años, va a estar en buenas manos es algo que me pone feliz. Hay una parte sentimental en este cambio. En nuestra casa, por eso, nos hemos quedado un caballo, nos gusta demasiado ese animal

Eduardo Salazar
Cochero


Cada galera dispone de cinco baterías en un arcón trasero, más una de reserva en la zona delantera del vehículo.

Turistas nostálgicos, turistas eléctricos

Es un contraste curioso. Parece una fotografía rescatada de aquella Mallorca que ensayó el turismo con las altas burguesías europeas. A principios del siglo XX convivieron en cualquier ciudad occidental los carruajes de caballos y los motores de combustión de unos automóviles con unos chasis, a ojos de hoy, resultan tan exagerados como poco aerodinámicos. Esa es la sensación que causa ver una galera antigua aparcada junto a una galera nueva. Lo viejo, a punto de extinguirse; lo nuevo, recién nacido. 

¿Qué preferirán los 3,2 millones de turistas que, según el INE, visitan cada año Alcúdia, un municipio donde viven 21 mil personas? “¿La eléctrica parece mucho más cómoda, no? Además, si hemos elegido Alcúdia porque nos han dicho que es un buen lugar para pasárselo bien en familia, ¿también parece un vehículo más seguro para subir con niños, no?”, dicen Andrea y Rudy, una pareja de parisinos que habla en portugués porque sus familias migraron a Francia desde Porto, que está de vacaciones con sus hijos.


Los caleseros creen que la mayoría de turistas preferirán la tracción eléctrica a la animal.


Una de las calesas eléctricas circulando en mitad del meollo turístico de Alcúdia.

Otra familia, del condado de Hampshire, Inglaterra, no se lo piensa y sube a la galera tirada por caballos: “¡Nos gusta mucho más! ¡Somos old school!” Ellianne, John y sus dos hijos, en cambio, toman asiento en la calesa de Valentín y Eduardo Salazar. Se les ve encantados, dublineses a punto de empezar una semana de vacaciones en una isla donde, pese a que el día es desapacible por el viento, esperan disfrutar del sol que suele faltarles en su isla. “No es la primera vez que venimos a Alcúdia y siempre nos montamos en estas carrozas para ir al mercadillo que organizan en el centro. Ya vemos que las han cambiado, pero no echamos de menos a los caballos. Así el animal no sufre”, comenta Ellianne.

No es la primera vez que venimos a Alcúdia y siempre nos montamos en estas carrozas para ir al mercadillo que organizan en el centro. Ya vemos que las han cambiado, pero no echamos de menos a los caballos. Así el animal no sufre

Ellianne
Turista

Eduardo mira la escena con media sonrisa y las manos en los bolsillos de su chaleco. Cree que los planes van a salir bien: “Los irlandeses diría que son una de las nacionalidades que más devoción tienen por el caballo. Siempre que los he paseado me lo han dicho: o tienen en su casa o son familia o amigos de alguien que cría para carreras o para tirar de carromatos: hay más gitanos de los que parece en aquella isla, y hay mucha tradición de ferias equinas en aquella isla. Si a ellos no les importa que nos hayamos pasado al mundo eléctrico… Los precios no han variado: el paseo sigue costando unos 15 euros, y como le vengo diciendo a mi hijo: si ofrecen 12, no vamos a decirles que no, que no está la cosa para andar perdiendo viajes. Ahora sólo queda conseguir que el equipo de gobierno nos deje entrar en el casco antiguo con las nuevas galeras: el volante va tan fino que podemos maniobrar bien por esas calles tan estrechas”.