Hagan lo que hagan en política exterior los gobiernos, el partido adversario nos cuenta maldades inverosímiles del protagonista con auténticos cuentos chinos que no se los puede creer nadie medianamente informado
Era un día del tibio mes de octubre en Japón. El ministro acababa de llegar de Beijing y llegaba a Tokio todavía deslumbrado por su anterior escala en China. Subió directamente al bar de lo más alto del rascacielos del lujoso hotel Okura para encontrarse con la delegación oficial española de visita en el país Nipón con el presidente a la cabeza. Era la hora del descanso, el grupo se relajaba en el bar del espectacular ático de la torre en la selecta zona Minato City, muy cerca de la embajada de España y las sedes de relevantes firmas niponas. El titular de Industria se incorporó a la comitiva, en torno al presidente del Gobierno, acompañado por el ministro de Asuntos Exteriores, altos funcionarios, diplomáticos, periodistas y una amplia representación del empresariado. Josep Piqué, titular de Industria, catalán y empresario, transmitió a todo el mundo que quiso escucharle su apasionada defensa de las perspectivas de futuro que representaba el país del Lejano Oriente, con un régimen en plena evolución del comunismo hacia el capitalismo económico (un país, dos sistemas) y seguras expectativas de ser admitido en la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que lograría pocos años después. “Es un mercado potencial bestial, una mina -dijo- y su potencial de futuro son extraordinarias”. Era el año 1997 y hoy sabemos que sus vaticinios se hicieron realidad.
Desde entonces, España impulsó las relaciones con el país comunista dentro de una política exterior realista, similar a la del resto de países de su entorno. Las transformaciones del régimen maoísta alentaban el acercamiento de los occidentales a un mercado millonario y una economía pujante que terminaría convirtiéndose (FMI 2022) en la segunda más grande del mundo. Eso ocurría cuando la política exterior era una cuestión de estado en la que coincidían los dos partidos mayoritarios, tanto si estaban en la oposición como en el gobierno. En aquellos tiempos, la orientación política de alcance internacional, las decisiones de alianzas trascendentales y la seguridad jurídica de España contaban con una fiabilidad garantizada por la estabilidad del país puesto que las grandes fuerzas políticas se prestaban fidelidad mutua en la materia. Era el tablero de juego político habitual en las democracias del siglo XX. Nada de eso ocurre ya en el siglo XXI.
Es fácil echarle la culpa a Donald Trump, que hizo saltar por los aires el tablero geopolítico para jugar sin reglas ni compromisos en una montaña rusa salvaje. Pero en otros lugares, como en nuestro país, ocurrió mucho antes. Se empezó a cambiar estabilidad por ocurrencias, poco a poco, en una deriva hacia la deslealtad en coincidencia con el cambio de siglo. La ruptura de algunos consensos interiores por parte del opositor socialista Rodríguez Zapatero -visitando Marruecos en plena crisis del Gobierno del PP con la monarquía alauí- y el drástico giro que supuso el cambio unilateral de alianzas por parte de Aznar -al erigirse en uno de los tres protagonistas mundiales del ataque a Irak en 2003 – llevaron a la política exterior española a transitar un nuevo camino que obligó al recién entronizado presidente socialista, en 2004, a retirar nuestras tropas de la coalición contra “el eje del mal”, en cumplimiento del mandato electoral que lo llevó al poder.
Desde entonces, todos critican a todos en un devastador “ojo por ojo”. Hagan lo que hagan en política exterior los gobiernos, el partido adversario nos cuenta maldades inverosímiles del protagonista con auténticos cuentos chinos que no se los puede creer nadie medianamente informado. Hemos llegado al colmo de la esquizofrenia escuchando a la oposición del PP criticar al presidente Sánchez en su reciente visita oficial a China, que ha aprovechado convenientemente para actuar de puntal de la estrategia de la Unión Europea en su negociación arancelaria con EEUU. Sin duda, el acercamiento al gigante asiático es un elemento de negociación muy útil en estos momentos, como lo es También el acercamiento de la italiana Georgia Meloni a la administración norteamericana.
Que Núñez Feijóo haya pedido la anulación de un viaje oficial de estas características es de lo más bisoño y muestra su desconocimiento de lo que implica la preparación de una cita de este calibre. Las palabras de Ayuso, que ha acusado a Sánchez de traición por “entregar España a los intereses de otra nación” por su viaje a China, podrían aplicarse a visitas similares anteriores, como la que hizo Aznar en 2000. Por eso hoy resulta escandaloso que sea el propio expresidente del Gobierno y del PP quien se suba al carro de las críticas con una evidente amnesia sobre su pasado.
No recuerda que su ministro Piqué llegó a Tokio en 1997 procedente de Beijing cuando se había entrevistado con algunos de los adelantados empresarios españoles en la zona (Nutrexpa llegó a Tianjin en 1990) y visitado las instalaciones de la fábrica de Chupa Chups en Shanghai donde uno de los pioneros, el también catalán Enric Bernat le explicó su éxito con el caramelo de palo entre la población china. De ahí pasó al Cola Cao (Nutrexpa), Alsa o Incoteco. Ese declarado interés geopolítico y comercial de Piqué por el fenómeno chino y, en general, por el acercamiento al mundo asiático no le abandonó nunca hasta el hecho de que, ya fuera de la política en 2019, se convirtiera en presidente de la Fundación Consejo España Japón en el que mantuvo siempre un cargo honorífico. El entonces director de Casa Asia, Javier Parrondo, la revista Política Exterior, con motivo del aniversario de su fallecimiento en 2023, lo calificó como un “visionario” que -tal como dijo el entonces titular de Casa Asia- “fue él quien introdujo el continente asiático en el imaginario de la política exterior española”. No en vano, fue China uno de sus primeros destinos cuando accedió al Ministerio de Asuntos Exteriores, en mayo de 2001.
Contagiado del entusiasmo de su ministro y convencido por los argumentos fácticos de la realidad china, Aznar realizó una importante visita oficial al país asiático durante su segundo mandato, tras haber fracasado en dos intentos anteriores a finales de los 90, lo que demuestra que cuadrar y celebrar un viaje de estas características. Como ministro de Asuntos Exteriores, Piqué consiguió organizar un viaje presidencial de Aznar a tierras comunistas para estrechar las relaciones bilaterales en una visita con un marcado contenido comercial y económico. En coherencia con la política exterior de su predecesor (Felipe González fue el primero en visitar China en 1983), el presidente Aznar se volcó en la promoción de las empresas españolas en el país, que calificó de “asignatura pendiente” para España, además de apoyar su entrada en la OMC, a pesar de que el régimen no tuvo empacho en ejecutar a varios presos durante la estancia de Aznar en China o retener y maltratar a una periodista de la delegación a la que se le ocurrió hacer turismo en la plaza de Tiananmen en coincidencia con una manifestación de la secta Falun Gong, prohibida por el régimen. Del respeto a los derechos humanos se habló en la intimidad de las conversaciones, según informaron entonces fuentes oficiales de la delegación española. Todas las declaraciones e intervenciones públicas tuvieron un objetivo práctico: estrechar relaciones económicas, comerciales y culturales entre los dos países. Se inauguró la Oficina Comercial en Shangai durante la estancia del presidente en esa ciudad a la que llegó acompañado por 200 empresarios a los que anunció un Plan marco Asia Pacífico así como foros bilaterales con Beijing. Que no nos cuenten ahora cuentos chinos.