Una propuesta alternativa para la seguridad en Europa

Hay que repensar la arquitectura de la seguridad europea, abandonar esquemas que nos pueden llevar a callejones sin salida o al precipicio, y, en cambio, construir un esquema de seguridad compartida en el que nadie quede excluido

En mi opinión, una “hoja de ruta” para repensar la arquitectura de seguridad en Europa, podría tener varios elementos-clave para iniciar un reencuentro y diseñar un nuevo escenario. Esta propuesta tendría que ser compartida tanto por la OTAN, como por Rusia y la Unión Europea. Lo que sugiero es más diálogo y menos confrontación. Solo de este modo tendremos seguridad para todas las partes. Expongo algunas de las propuestas, en dos grandes apartados: cambiar las percepciones y las narrativas, y replantear los principios de la seguridad.

 En cuanto a la primero, sugiero ir a primeras raíces del proceso de instrumentalización política del comportamiento, que conduce al sentimiento de amenaza y a violencias colectivas; desprenderse de las percepciones manipuladas a través de la retórica persuasiva, un uso perverso del lenguaje y de los símbolos capaces de crear realidades más o menos ficticias, pero eficaces al momento de asignar enemigos; fomentar la capacidad dialógica que permite afrontar y abordar sin violencia los conflictos. Tanto Rusia como la OTAN deberían pasar de narrativas reactivas y temerosas, a proactivas y cooperativas, basadas en la idea de que la seguridad no es un juego de suma cero, sino un proyecto colectivo. Rusia podría fomentar una historia compartida europea, destacando los momentos históricos de colaboración, que han sido muchos, y enfrentar las narrativas revisionistas que presentan a Occidente como un enemigo eterno. La OTAN, por su parte, podría evitar el lenguaje de “contención” permanente, la retórica de que Rusia siempre representa una amenaza inevitable, lo que refuerza su narrativa defensiva; evitar generalizaciones que demonizan a toda Rusia, incluir a Rusia en visiones de seguridad paneuropea, y cambiar el foco basado en la exclusión, por una de inclusión condicional. En lugar de discursos que promuevan el “nosotros contra ellos”, tanto la OTAN como Rusia deberían promover el “nosotros juntos contra los desafíos comunes”. Es fundamental lograr una desescalada en la retórica sobre amenazas externas, adoptar medidas recíprocas para la distensión y la disminución de las percepciones de amenaza, y poner fin a la retórica mutuamente hostil en los foros internacionales de expertos y reanudar el diálogo en busca de soluciones comunes.

Respecto a los principios de la seguridad, lo que planteo es recuperar el espíritu y la letra de la Carta para la Seguridad Europea, firmada en la Cumbre de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Estambul, en noviembre de 1999, y lo firmado en la Cumbre de la OSCE de 2010, celebraba en Astana. Una política de seguridad holística protege no solo el territorio y la soberanía del Estado, sino también la dignidad, la calidad de vida y los derechos de las personas, enfrentando las causas profundas de la inseguridad y promoviendo un desarrollo más justo y sostenible. La seguridad ha de tener un enfoque basado en derechos humanos, asegurando que las medidas de seguridad respeten y promuevan los derechos y libertades fundamentales, y una participación ciudadana, al fomentar la inclusión de la comunidad en la identificación de las amenazas reales, no las creadas artificialmente, y en la construcción de soluciones sostenibles, promoviendo la confianza en las instituciones nacionales, regionales e internacionales.

Propongo la desvinculación o desacoplamiento respecto a las estrategias que conducen a la confrontación permanente y al rearme progresivo, y volver al pensamiento de seguridad en común y seguridad compartida. La seguridad compartida se refiere a una percepción conjunta de amenazas y a una respuesta coordinada, basada en intereses comunes. La seguridad en común es el principio de que la seguridad de un país está vinculada a la seguridad de los demás, y que nadie puede lograr seguridad a expensas de otros (es el principio clave en el concepto de seguridad de la OSCE). La seguridad colectiva o común se refiere al reconocimiento de que los Estados deben buscar la seguridad mutua en lugar de a expensas de otro Estado y se basa en la confianza, la solidaridad y la universalidad; basar el diálogo en el principio de que ninguna de las partes considera a la otra como una amenaza ni trata de perjudicar la seguridad de la otra, lo que significa entablar un diálogo OTAN-Rusia para pensar un nuevo esquema de seguridad en Europa, totalmente inclusivo e inspirado en el concepto de la seguridad compartida, donde nadie es el perpetuo enemigo, sino el diferente y singular, y donde todos puedan aportar seguridad a los demás.

La seguridad de un Estado no puede garantizarse a expensas de la seguridad de otros. En otras palabras, ningún país (o grupo de países) debería fortalecer su propia seguridad tomando medidas que amenacen a otros. Es el concepto de “indivisibilidad de la seguridad”. Rusia y la OTAN se comprometerían a no utilizar el territorio de otros Estados para planificar o realizar ataques contra la seguridad de cualquiera de las partes firmantes, y reconocer que no se consideran mutuamente como adversarios e indicar su intención de mantener relaciones de paz y cooperación. Podrían acordar un proceso gradual de distensión militar a través de prescindir de las armas ofensivas y provocativas, ampliar las oportunidades de una verdadera asociación entre todos los países europeos para hacer frente a los problemas comunes de seguridad; utilizar medios pacíficos, principalmente la diplomacia, las negociaciones, las consultas, la mediación y los buenos oficios, para resolver las controversias y los conflictos internacionales, y resolverlos sobre la base del respeto mutuo; garantizar la sostenibilidad del sistema de relaciones internacionales mediante el cumplimiento incondicional del derecho internacional, y el fortaleciendo del papel central de coordinación de la ONU; enfatizar la idea de “seguridad colectiva” sin la OTAN como eje, y con la OSCE reforzada; construir puentes para hacer viables los puntos que constituyen los principios de la OSCE, redoblar los esfuerzos por resolver los conflictos existentes en el área de la OSCE de forma pacífica y negociada, en el marco de formatos convenidos, respetando plenamente las normas y principios del derecho internacional consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, así como en el Acta Final de Helsinki; reformar y reforzar la OSCE, pues puede ser un pilar fundamental para una nueva arquitectura de la seguridad europea. Para ello, los Estados participantes deberían iniciar consultas amplias, seguidas de negociaciones, sobre sus preocupaciones de seguridad generales y específicas y cómo abordarlas mediante una nueva generación de Medidas de Fomento de la Confianza y la Seguridad y otras medidas de control de armamentos.

Se podrían crear foros regionales de seguridad entre países de Europa Central, del Este, y del Mediterráneo para tratar amenazas comunes (migración, crimen organizado, energía, cambio climático); las alianzas militares deberían abandonar su función de disuasión inicial e integrarse en la arquitectura paneuropea basada en enfoques colectivos, en lugar de grupos reducidos; asumir la obligación de no recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, y establecer en la región euroatlántica una paz duradera y abierta a todos, sobre la base de los principios de la democracia y de la seguridad cooperativa. A partir del concepto de seguridad no ofensiva y no provocativa, reestructurar las fuerzas armadas, y en lugar de fuerzas proyectadas para operaciones ofensivas (tanques, misiles de largo alcance, aviación estratégica), centrarse en defensa aérea y antimisiles. Eso supone reducir proporcionalmente las armas ofensivas, y realizar acuerdos multilaterales para reducir capacidades ofensivas (tanques, misiles balísticos, etc.).

En realidad, no hay que inventar mucho, sino rescatar planteamientos que nos permitan encarar un futuro con menos riesgos, amenazas y temores, y mediante muchas medidas recíprocas y otras unilaterales, pero con capacidad de contagio. Eso implica buscar espacios de diálogo, repensar la arquitectura de la seguridad europea, abandonar esquemas que nos pueden llevar a callejones sin salida o al precipicio, y, en cambio, construir un esquema de seguridad compartida en el que nadie quede excluido, lo que significa que también tendrá que estar Rusia. Esto implica que habrá que cambiar muchas cosas y tener algo de paciencia, pues los cambios que he propuesto nos sitúan a las antípodas del pensamiento estratégico imperante en estos momentos, donde el protagonismo ha sido secuestrado por políticos, estrategas y pensadores orgánicos de los aparatos más militaristas, con gran regocijo de los fabricantes de armas, que aplauden el desconcierto actual para hacer su gran negocio, aunque esto finalmente provoque más inseguridad.