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¿Se ha hecho corto? A mí también. He pasado las últimas seis semanas en otra dimensión del tiempo. Una donde el reloj se mide en tomas, siestas, arrullos y pañales. Donde el mundo se vuelve minúsculo –un sillón, una cuna, una manita que se agarra con fuerza a tu dedo– y al mismo tiempo inmenso. No es que lo demás no importe, es que ya no se ve igual.
Lo confieso, no he desconectado del todo. Mea culpa, soy incapaz. Con una recién nacida en brazos es aún más difícil. En estas semanas de permiso de paternidad, mientras mi hija dormía, no he parado de seguir las noticias. En ocasiones, con una sola mano desde el móvil. En otras, robándole horas al poco sueño que deja una bebé. No he podido evitarlo: pienso todo el tiempo en el inquietante mundo que le tocará vivir.
Al menos sí he logrado algo en este permiso: dejar de trabajar, delegar en mi equipo, confiar en la redacción y no molestar. La pobre Neus Tomàs puede dar fe; le han tocado seis semanas muy complejas al frente de elDiario.es: los aranceles de Trump, la muerte del Papa, el gran apagón… Y creo que lo ha hecho de manera excepcional –muchas gracias, compañera–.
Durante este tiempo he leído elDiario.es como un socio más. Sin estar en las reuniones, sin acceso a los borradores, sin saber qué portada saldría al día siguiente. Y ha sido toda una experiencia. Estoy tan acostumbrado a vivir la información desde dentro –hablando directamente con las fuentes, cruzando datos, decidiendo enfoques– que por momentos me sentía fuera de sitio. Pero también ha sido valioso. Me ha recordado por qué hacemos lo que hacemos. Por qué el periodismo importa.
El día del apagón, por ejemplo. Tardé en enterarme de qué pasaba. En mi barrio, en el último mes, llevamos varios cortes de luz por una avería en una subestación y al principio pensé que era otro más. Me sorprendió que el móvil no funcionara. Me alarmé cuando vi que los semáforos tampoco lo hacían. Bajé a comprar una radio portátil –sí, yo también había confiado demasiado en la tecnología– para descubrir que a muchos de mis vecinos les pasaba lo mismo y habían tenido la misma idea: había una cola en la tienda de la esquina y tampoco servía de mucho esperar tu turno porque ya no les quedaban ni radios ni pilas.
Me fui al coche. Encendí la radio y me enteré al fin de lo que ocurría. Volviendo a casa, un socio de elDiario.es que me reconoció por la calle me abordó para preguntarme qué estaba pasando. Empecé a contarle lo poco que sabía y, al rato, tenía a media docena de personas alrededor (“mira, es el periodista que sale por la tele”) preguntándome si era verdad que el apagón era mundial, si el Ejército había avisado de que duraría más de una semana, si era un ataque ruso en toda Europa, si había ya muertos en los hospitales… En apenas diez minutos, en apenas dos manzanas, me encontré con tantos bulos que aterra imaginar cómo hubiera sido ese momento si también se apagaran todos los medios de comunicación.
Aunque lo que más me ha alarmado estas semanas ha sido otro tema: Donald Trump. Su gran estupidez, su enorme soberbia, su ego aún mayor y la certeza –yo no tengo dudas– del enorme riesgo que todos corremos mientras sea el hombre más poderoso del mundo.
Estos días, he estado leyendo la trilogía sobre su primer mandato que escribió Bob Woodward, el veterano periodista que destapó el histórico escándalo Watergate. Son tres ensayos que te recomiendo, titulados ‘Miedo’ (2018), ‘Rabia’ (2020) y ‘Peligro’ (2021). En el segundo de ellos, Woodward cuenta cómo buena parte de su equipo más cercano se dedicó en esa primera presidencia a parar buena parte de las locuras de Trump. Le llegaban a esconder documentos, le manipulaban la información. Aunque inquieta aún más cómo fueron los últimos días de la primera presidencia de Trump: qué pasó tras su derrota frente a Joe Biden en noviembre de 2020 y sus intentos para resistir en el poder.
El tercero de estos libros de Woodward arranca con una anécdota distópica, una conversación telefónica entre el general Mark Milley –entonces jefe máximo del ejército estadounidense– y su homólogo chino, el general Li Zuocheng el 8 de enero de 2021, dos días después del asalto al Capitolio. Los chinos temían que, tras esa algarada violenta, Trump buscara otra vía para no ceder el poder: una escalada bélica contra China que justificara un estado de excepción.
El general Mark Milley, según cuenta Woodward, trató de tranquilizar al militar chino, quitándole importancia a sus miedos. Pero nada más colgar, se puso en marcha para evitar que algo así pudiera pasar. Milley contactó con los demás militares en la cadena de mando del botón nuclear para garantizar que nadie obedeciera a Donald Trump, en caso de que ordenara un ataque a China. Parecía una hipótesis descabellada, pero el general Milley –nombrado por el propio Trump– no la quiso descartar.
Estos primeros meses de Trump otra vez al frente de Estados Unidos son aún más inquietantes. Con un agravante: que apenas quedan contrapesos en esa administración. Trump se ha rodeado de un equipo de pelotas insensatos que no le van a desobedecer. Estos primeros meses de su segundo mandato dan pavor: el acoso a la prensa y a la universidad, la persecución a los inmigrantes, las amenazas expansionistas a sus vecinos, la guerra comercial, su posición sobre el genocidio palestino… Y no ha pasado siquiera medio año desde que recuperó el poder.
Aunque también hay algunas buenas noticias que conviene destacar. Hubo quien quiso interpretar la llegada de Trump a la Casa Blanca como el principio de una nueva era, como el inicio de una ola reaccionaria ‘anti woke’ que barrería el mundo y se llevaría por delante a toda la izquierda mundial, que exportaría la locura MAGA a todas las democracias occidentales. Pero por ahora, con algunos matices –como las elecciones locales en Reino Unido–, no está siendo exactamente así.
El efecto Trump es lo que explica la estrepitosa derrota de la derecha en las últimas elecciones en Canadá. Los conservadores llevaban meses liderando las encuestas, pero las amenazas de Trump han dado una inesperada victoria al partido liberal.
Lo mismo ha pasado hace unos días en Australia. El candidato de la derecha partía como favorito. Confiaba tanto en el impulso de Trump que hasta copió buena parte de sus recetas: mano durísima contra la inmigración y hasta un eslogan a imitación del “Make America Great Again”: “Pongamos Australia de nuevo en marcha”. ¿El resultado? Una derrota histórica de la derecha.
Los españoles somos muy distintos a los australianos, o a los canadienses. Pero esa derecha española, que clama por elecciones anticipadas cada día, confiados en una victoria segura, harían bien en cuidarse de la nefasta influencia de Donald Trump. Ni Alberto Núñez Feijóo ni –mucho menos– Santiago Abascal parecen ser conscientes de la amenaza que supone para sus partidos el rechazo mundial y casi unánime contra el presidente de EEUU. Aún no se han enterado, como demuestra su reciente ‘no’ en el Congreso a los fondos para paliar el impacto en las empresas españolas de los aranceles de EEUU.
Hasta el reciente cónclave en el Vaticano también se explica en parte con esa ola ‘anti Trump’ que recorre el mundo. Muchos temían que al progresista Bergoglio le sucediera un papa conservador, siguiendo ese péndulo ideológico con el que la Iglesia Católica se ha movido durante los últimos y tormentosos dos siglos. ¿El resultado? Justo lo contrario. Entre todos los cardenales de ese cónclave, no había un candidato más ‘anti Trump’ que el nuevo papa, Robert Prevost. Basta con leer los tuits que publicó antes de su nombramiento: casi todos son críticos con Donald Trump y su vicepresidente, JD Vance. Especialmente con su inhumano trato con los inmigrantes.
No sé qué mundo encontrará mi hija cuando empiece a hacerse preguntas. Pero tengo claro que, aunque haya días oscuros, siempre hay razones para la esperanza. Que frente al miedo, la mentira o la brutalidad, también hay quien resiste. Y que merece la pena seguir peleando, aunque sea con una sola mano, mientras con la otra se acuna el futuro.
Espero que tengas un buen fin de semana. Gracias por leerme. Gracias por tu apoyo a elDiario.es.