Murcia es de derechas por el trasvase Tajo-Segura

Ese espejismo de río en calma, que parece natural, es una coreografía hidráulica cuidadosamente orquestada, y resume bastante bien lo que somos: una región sostenida por el apaño. La metáfora es tentadora. Murcia flota, pero no nada; avanza, pero arrastrándose por una tubería; bebe, pero de un vaso prestado

El Segura es el único río del mundo que se remonta a sí mismo; mientras las nutrias, los patos y los pececillos surcan sus aguas en dirección a Guardamar, el agua del río asciende en ondas horizontales desde La Fica hasta el Malecón, y no al revés. Esto solo sucede los días de viento. 

Un par de kilómetros aguas arriba, el cauce del Segura se reduce a un paso de no más de tres metros de ancho y una profundidad que, lo sé por las veces que me he caído al río –esto sucede bastante a menudo–, no da para ahogar a un caniche. Esto es algo común en la mayoría de riachos y afluentes de la vertiente mediterránea: las vegas medias son, en realidad, medias vegas. 

Para que el gran cauce que separa la ciudad de Murcia no fuese un barranco de cañaveral, se construyó un azud en el último tramo del río por el casco urbano que retiene el agua y la deja escapar poco a poco, por lo que, en realidad, buena parte del río que cruza Murcia está conformado por un agua estancada que queda a merced del viento de Levante para no contradecir a Newton y pasarse las leyes de la gravedad por el forro de los meandros.

Ese espejismo de río en calma, que parece natural, es una coreografía hidráulica cuidadosamente orquestada, y resume bastante bien lo que somos: una región sostenida por el apaño. La metáfora es tentadora. Murcia flota, pero no nada; avanza, pero arrastrándose por una tubería; bebe, pero de un vaso prestado. Al Mursiya. En árabe, significa tierra mojada.

Han pasado los siglos y Murcia no ha perdido una gota de agua; sigue siendo una tierra mojada, aunque por decreto, por infraestructura y por ingeniería política. Si algo ha sostenido a esta Región desde los años setenta no ha sido la lluvia –que no llega– ni la planificación –que no cuaja–, sino la tenacidad de los tubos que atraviesan el sureste como arterias artificiales que bombean vida desde un corazón ajeno.

No escribo esto para compadecerme del Tajo: secaría hasta el último mar de la Tierra si eso fuese lo que Murcia necesita, pero no es el caso. Esta semana, la Región entera se ha puesto en pie de guerra por la aprobación de las nuevas reglas de explotación del trasvase Tajo-Segura, que supone una reducción enorme del volumen de agua trasvasada, aproximadamente un 40% menos. 

Murcia necesita mirar al grifo con honestidad y entender que no está en juego su identidad, sino nuestra forma de estar en el mundo. López Miras –no se espera menos de él en estos casos; de hecho, para eso está ahí puesto– salió corriendo a Madrid. El PSRM, que tiene las mismas ganas que yo de gobernar la Región, compró el relato rápidamente. La premisa lleva siendo la misma desde hace treinta años, y es el subtexto del populismo del agua: sin trasvase no hay futuro. Y seguimos sin entender que es al revés: mientras haya trasvase, seguiremos posponiendo el futuro.

Trasvasar el Tajo nos sirve como coartada perpetua para no repensar cultivos, no diversificar ni cuestionar la expansión agrícola a base de plástico y calabacines; solo sirve para mantener un ecosistema ficticio. Murcia se hizo de derechas cuando cambió la industria por el regadío. 

Debió haber bastado para ganar tiempo al cambio climático y permitir una transición agrícola o una reconversión de la tierra a otro modelo económico, pero nos volvimos tremendamente dependientes, y es que lo somos: decenas de miles de empleos dependen de una infraestructura insostenible a tantos niveles que posponer lo inevitable es lo único que nos separa de la barbarie.

Es por eso por lo que cada vez que se anuncia un recorte salgamos a la calle a protestar como si nos hubieran declarado la guerra; nadie nos ha explicado que la guerra ya la tenemos dentro. La Región se merece una discusión honesta. No se merece que un imbécil de Valladolid, un cretino de Barcelona o un idiota de Madrid aparezcan para llamarnos burros, fachas o ignorantes, quiera cortarnos el grifo y seguir fingiendo que Murcia no existe; no somos una tubería rota. Somos el alma de este país y cualquiera que haya pasado aquí un tiempo lo sabe de sobra. El Segura, ya lo he dicho antes, a veces fluye hacia atrás dependiendo del viento. Murcia también.