Sentada en la consulta del radiólogo, Helena Delgado se preguntó con 35 años si se iba a morir. Una radioterapia y una cirugía después, la metástasis derivada de un tumor de mama grande y localizado hasta ese momento había dado la cara en los huesos. Su diagnóstico, totalmente inesperado tras asumir “bien” los primeros tratamientos, la colocó de golpe en un lugar no se acoplaba con lo que hasta entonces le había dicho su entorno: “mi vecina se ha curado”, “la prima de mi marido pasó un momento malo pero ahora está bien”, “es un año malo, te haces la mastectomía y ya está”. Todos esos mensajes que le habían podido ayudar a mantener las dosis saludables de esperanza ahora le resultaban difíciles de encajar.