El sedimento de hace 135.000 años de una laguna de Teruel que ayuda a combatir la desinformación climática

En Jaca, en uno de los 24 centros de investigación del CSIC, la mayor colección de registros geológicos del país permite conocer los cambios ecosistémicos en toda la era cuaternaria, desde hace 2,6 millones de años hasta la actualidad: “Es como una biblioteca planetaria»

En el laboratorio que estudia los secretos del hielo: “Hacemos la autopsia al clima del pasado”

A simple vista, el sondeo sedimentario que la doctora en Biología Graciela Gil Romera exhibe en el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE) de Jaca (Huesca) parece una tabla alargada de madera desgastada. “¿Y si os digo que aquí dentro está la reconstrucción detallada del clima y la vegetación de Teruel desde hace más de 130.000 años?”, sorprende la experta señalando los distintos colores de la muestra, tomada a 74 metros de profundidad en la localidad de Villarquemado, en el entorno de la laguna del Cañizar, el quinto humedal más extenso del interior del país.

La valiosa información que esconde este sondeo, obtenida combinando técnicas como el análisis de polen fósil, geoquímica y métodos de datación por radiocarbono y luminiscencia, es en 2025 un eficaz antídoto contra uno de los mayores bulos del negacionismo climático: la “variabilidad natural”, y no antropogénica, del acelerado cambio climático que la Tierra está experimentando.  

“Este registro de Teruel nos arroja un resultado categórico y concluyente: la velocidad del cambio que estamos experimentando no tiene precedente. Es falso que esto ha pasado toda la vida y que no hay que alarmarse. La velocidad de la transformación es inédita”, sentencia Gil Romera.

“Este registro de Teruel nos arroja un resultado categórico y concluyente: la velocidad del cambio que estamos experimentando no tiene precedente. Es falso que esto ha pasado toda la vida y que no hay que alarmarse. La velocidad de la transformación es inédita”, sentencia la doctora en Biología Graciela Gil RomeraGil Romera.

El sondeo, que está guardado junto a otros 1.000 en una cámara del este instituto a 4ºC de temperatura, es “como la página de un libro de historia”, explica la bióloga, un “archivo geológico” que permite conocer los cambios ecosistémicos en toda la era cuaternaria, desde hace 2,6 millones de años hasta la actualidad. En Jaca, uno de los 24 centros de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), se encuentra la mayor colección de estos registros de España. “Es como una biblioteca planetaria. En lugar de libros tenemos sedimentos”, grafica la científica.

La enorme colección conserva secciones procedentes de lagos de la Península Ibérica, Baleares y Canarias, así como de países como Andorra, Chile, Ecuador, Perú o Etiopía, sumando varios miles de metros de sedimentos. “Todas las muestras que tenemos catalogadas arrojan la misma información: las grandes transiciones ambientales –como el paso de un período glacial a uno interglaciar y a la inversa– ocurrieron durante milenios o cientos de años, lo que permitió cierta adaptación de los ecosistemas. Sin embargo, el cambio actual, impulsado por la actividad humana, se está produciendo a un ritmo mucho más rápido, en apenas unas décadas”, explica.

Los sedimentos que se acumulan en el fondo de lagunas y turberas poseen un “continuo temporal” que permite establecer una cronología de series muy largas –cientos de miles de años– de indicadores como la erosión, la colonización de la cubierta vegetal, la salinidad, las precipitaciones y el régimen de incendios, entre tantos otros. “Nos ayudan a entender el pasado. Pero también sirven para comparar los ritmos del cambio actual con los ocurridos de manera natural. Y, por qué no, para rebatir tanta desinformación. Se repite que no hay manera de saber lo que pasó con el clima de hace miles años. Nuestro trabajo revela que sí disponemos de esa información”, señala Gil Romera.

Granos de polen fosilizados

La investigación en Villarquemado fue liderada por Penélope González-Sampériz, otra investigadora del IPE-CSIC. El sondeo se obtuvo en 2005. Investigaciones previas de geólogos indicaban que en esa zona del lago, hace miles de años, se produjo un movimiento tectónico que hundió una parte del suelo, dejando un depósito “muy valioso” de sedimentos.

Con un camión de sondeo, un equipo dirigido por González perforó y extrajo la muestra –“un churro”, ilustra Gil Romera– que ha permitido reconstruir esta enorme línea histórica del clima de la región. Una técnica clave ha sido la identificación de granos de polen fosilizados, una de las herramientas de reconstrucción paleoambiental más completa para conocer cambios de vegetación en un área determinada.


Muestra de sedimento obtenido en el entorno de la laguna Cañizar de Vllarquemado (Teruel) analizado por científicos del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE) de Jaca.

El polen permite medir la evolución y dinámica de la vegetación. También registra impactos de cambios climáticos, perturbaciones (con origen natural o por intervenciones humanas), y la capacidad de recuperación y resiliencia de la flora. “Este sondeo nos reveló cómo los factores locales, la disponibilidad de agua, por ejemplo, han sido claves en la configuración de los ecosistemas a lo largo del tiempo. Durante las fases más frías y secas, especies como los enebros y sabinas han jugado un papel importante en mantener cierta estabilidad paisajística”, explica Gil Romera.

Una de las tantas certezas que ha arrojado el polen es que la actual desertificación en la cuenca mediterránea “es muchísimo más rápida que en otros momentos del calentamiento del pasado”. La velocidad en la que España pierde suelo fértil se explica, en parte, por su agricultura intensiva, que demanda un excesivo consumo de agua. “En otros períodos históricos, esta transformación del suelo fue más lenta, generando una mejor adaptación de los ecosistemas”, subraya la experta.

El hielo de Monte Perdido

Los sedimentos de los lagos no son los únicos registros que permiten reconstruir la historia climática de los ecosistemas. Los anillos de los árboles, el fondo marino y los sondeos en glaciares también aportan esta valiosa información. En un laboratorio de Bilbao, llamado Izotzalab (“izotz” significa hielo en euskera), hay almacenados 600 kilos de hielo que alcanzan temperaturas de hasta menos 80 grados, obtenidos en la Antártida, de los glaciares de Groenlandia, y en Monte Perdido, en los Pirineos, entre otras localizaciones.

Su director, Sergio Henrique Faria, doctor en Física por la Universidad Tecnológica de Darmstadt, Alemania, explica que “el hielo es el material más interesante” para analizar la evolución del clima a lo largo de la historia. Conserva “un registro perfecto de la composición atmosférica de cada momento”. “Lo que hacemos es taladrar el hielo y sacar ”testigos“, cilindros que van desde la superficie hasta la base rocosa. El hielo es el principal elemento para reconstruir la historia del clima del planeta”, afirma este científico.


Detalle de las muestras recogidas en los proyectos de investigación del IPE-CSIC.

El examen de estos trozos de hielo sirven, por ejemplo, para tener datos muy precisos sobre uno de los impactos del calentamiento global: el derretimiento de los polos y la subida del nivel del mar. “El hielo es un contribuyente clave a esta problemática. Para estimar cuánto va a subir el nivel del mar tenemos que saber cuánto se está perdiendo de hielo en los glaciares”, explica Faria. Lamentablemente, “el hielo nos está diciendo que el calentamiento global que estamos experimentando no tiene precedente en toda la historia climática, en un millón de años”. En este punto, el director de este laboratorio coincide con la bióloga del IPE: “No hay antecedente en la velocidad e intensidad de un calentamiento como el que estamos experimentando.

En todas las “burbujas de aire del hielo” analizadas por Farias y su grupo de trabajo obtuvieron “números cuantitativos” que permiten concluir “con total certidumbre” que el calentamiento global es producto de las emisiones antropogénicas. “Esta segunda conclusión, la injerencia humana en el cambio climático, nos obliga como humanidad a actuar ya y de forma conjunta. Tenemos que reaccionar. Tenemos un diagnóstico claro: mitigación y adaptación”, advierte.

El hielo de Monte Perdido, el macizo calcáreo más alto de Europa, situado dentro de la vertiente sur del Pirineo, entrega “datos muy alarmantes”. La estimación es que “desaparecerá por completo en dos décadas”, por más que “mañana mismo reduzcamos las emisiones”. “Hemos comprobado que este derretimiento ha sido por la actividad humana de los últimos 2000. La polución depositada en el hielo ha afectado a la tasa de derretimiento. Nuestras emisiones han enflaquecido mucho el glaciar. El deterioro es irreversible”, explica.

El impacto no será “solo en lo paisajístico, con montañas sin nieve”. La transformación será “ecosistémica”: se modificará la absorción solar, aumentará la erosión, cambiarán los ciclos de lluvias, la vegetación y en el hábitat de los animales.

El sedimento del lago de Teruel del IPE es de hace 130 mil años. El hielo recolectado en la Antártida que está guardado en Zotzalab llega a 800.000 años. Un desafío del laboratorio es hacerse en una próxima expedición con muestras de un millón de años, hito que ningún centro científico del mundo ha conseguido.