Es evidente que nos quieren dividir

Es hora de comprender que nos hallamos ante una encrucijada que puede ser existencial. La Unión Europea puede hundirse. Tenemos dos opciones: reaccionar o resignarnos. No actuar unidos sería dramático

Después de una bronca telefónica de Trump a propósito de Groenlandia, la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, realizó una visita relámpago a Berlín, París y Bruselas y se entrevistó con Scholz, Macron y Mark Rutte, pidiendo apoyo europeo. En política, casi todo suele tener consecuencias.  Durante años, Dinamarca se alineó en el frente pro austeridad: no al despilfarro de los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), no a los cheques en blanco a Bruselas, etc. Ahora Frederiksen acaba de decir: “Estamos mirando las ayudas estatales con nuevos ojos, la deuda común con nuevos ojos y el presupuesto de la UE con nuevos ojos. Es una nueva era”. En su discurso de fin de año habló a los daneses de “soberanía europea” y de “una cooperación europea cada vez más fuerte y estrecha”.

Si miramos las cosas tal como son y no como nos gustaría que fuesen, no nos queda otra que constatar que en Washington y en Moscú existe un interés objetivo por dividir Europa. Casi nadie cree que Trump se plantee una “operación militar especial” en Groenlandia. Pretende que Copenhague se pliegue a algún acuerdo que implique la adquisición estadounidense de la isla. O supone que una Groenlandia independiente estaría más dispuesta a atarse a los Estados Unidos. En su momento, la Heritage Foundation ya sugirió que Groenlandia podría tener el mismo estatus que Puerto Rico, y convertirse así en un “estado libre asociado”).

Europa se enfrenta hoy al reto de afirmar su soberanía frente a las políticas de Trump y de Putin. Puede discutirse si las ambiciones de estos eminentes estadistas son “imperiales”, como algunos las califican. Que son depredadoras parece fuera de toda duda razonable. Edward Luce ha escrito en el Financial Times que “la filosofía de Trump es que el mundo es una jungla en la que hay grandes depredadores. América es el mayor, China es un depredador rival y los grandes depredadores se comen a los más débiles”.  En cuanto a Putin, muchos ven en la invasión de Ucrania una respuesta preventiva brutal  a la tendencia de la Unión Europea a expandirse hacia el Este, percibida como una amenaza letal para la oligarquía autocrática de Rusia.

En esta situación es una paradoja (o simplemente una impostura) que las derechas radicales en Europa se autodenominen “soberanistas”. Si los distintos estados europeos, formalmente soberanos, actuasen cada uno por su cuenta en el futuro, ni siquiera tendrían poder para elegir a qué potencia realmente existente deberían someterse. Las derechas “soberanistas” son hoy, de hecho, los aliados de quienes, en Washington y en Moscú,  quieren vernos divididos y sumisos.

Estamos en una nueva era. Durante la guerra fría, los Estados Unidos dieron su apoyo a la unidad europea. Tras la muerte de Stalin, en un equilibrio bipolar más estable, el apoyo se enfrió (los gaullistas y comunistas franceses lo aprovecharon liquidando en 1954 el proyecto de Comunidad Europea de Defensa, que hoy se echa cruelmente en falta).  Después de la implosión de la URSS, fue creciendo en el poder estadounidense la percepción de  que la Unión Europea era un potencial competidor. Ahora ya se han perdido las formas: los representantes de la UE ni siquiera han sido invitados a la ceremonia de inauguración de Trump. Como ha observado Nadia Urbinati, Trump, Musk y otros magnates tienen en mente una nueva “guerra fría” en la que  los “enemigos” son los inmigrantes en el frente interior, y China y Europa en el exterior. China, por ser  “productora de bienes”.  Europa por ser “productora de reglas”.

La confrontación transatlántica genera en Europa fuerzas centrífugas, hacia la división, y centrípetas, hacia la integración. La alternativa, para la Unión Europea, es clara:  dejarse dividir (quizás morir) o emprender un nuevo ciclo político de unidad. 

Trump se dedicará a socavar la unidad europea. Puede hacerlo con amenazas, como hasta ahora, o pasar a la acción. Puede imponer derechos de aduana a determinados Estados miembros, o conceder favores a los gobiernos más afines, o más dispuestos a comprar hidrocarburos, tecnología o automóviles estadounidenses (Giorgia Meloni fue la única dirigente europea invitada en la inauguración de Trump). Divide y vencerás: una táctica más vieja que el andar a pie. Trump tratará de negociar directa e individualmente con los Estados miembros porque le conviene y responde a su talante y a su visión de la Unión Europea, que considera un artefacto ininteligible al servicio de Alemania. 

Una guerra comercial sería nefasta a ambos lados del Atlántico. Los números cantan: los países de la UE representan el 45 % de la inversión extranjera directa en los Estados Unidos y sostienen allí millones de empleos. Los países europeos absorben el 50 % de las exportaciones estadounidenses de gas natural licuado, compran más de una cuarta parte de las exportaciones de armas estadounidenses, y la lista podría seguir. En estos asuntos, los instrumentos de defensa mutua europea existen. Pueden y deben utilizarse con  firmeza.

Es hora de comprender que nos hallamos ante una encrucijada que puede ser existencial. La Unión Europea puede hundirse. Tenemos dos opciones: reaccionar o resignarnos. No actuar unidos sería dramático. En una Europa reducida a un conjunto de países en discordia, ni siquiera nos quedaría soberanía a los europeos para elegir a qué potencia someterse. Cuando se trata de soberanía, la división en Europa  implica perderla.

En los combates entre democracias y plutocracias autoritarias que se vislumbran en los próximos años, Europa no está sola. El semanario The Economist imaginaba hace poco el ingreso  en la Unión Europea de Canadá, un país enfrentado al expansionismo trumpista, como vigésimo octavo Estado miembro. México podría ser el siguiente. No lo veremos, naturalmente, pero es evidente que hay un reto compartido de futuro, que puede asociar  Europa a todos los países que, en América, África y Asia, rechazan ser vasallos de nuevos protectorados.