Uno se da cuenta de cómo Julio Iglesias se reduce a una sola cosa: dinero. Con ello, se limita el significado del símbolo del valor de cambio, reduciéndose a la vida hortera de nuevo rico vestido con esmoquin de gala, tal y como aparece en la portada del disco que sirvió de acceso al mercado norteamericano
Si algo tiene el agua cuando se la bendice es que está bendecida. Precisamente esa es la solución a un dicho tan absurdo que bien podría haber formado parte del teatro de Samuel Beckett, si Beckett hubiese sido español y carpetovetónico, claro está.
Por seguir con las consabidas bendiciones, y sin dejar por un momento la escena, el cachondo de Ignacio Peyró ha trazado una biografía de Julio Iglesias con un título tan poco perjudicial como favorable: El español que enamoró al mundo, un enunciado simple para un texto con retranca y efecto laxante. Un acierto.
Porque uno se da cuenta de cómo Julio Iglesias se reduce a una sola cosa: dinero. Con ello, se limita el significado del símbolo del valor de cambio, reduciéndose a la vida hortera de nuevo rico vestido con esmoquin de gala, tal y como aparece en la portada del disco que sirvió de acceso al mercado norteamericano. Nunca la palabra “mercado” ha sido traída de manera tan certera como en todo lo referente a Julio Iglesias, un tipo que -junto a la sangría y los toros- forma parte del imaginario guiri cada vez que por ahí fuera se pronuncia el nombre de nuestro país. Pero vayamos al disco del esmoquin.
Se tituló 1100 Bel Air Place, igual que la dirección del domicilio de Los Ángeles donde Julio Iglesias fijó su residencia. Según Ignacio Peyró, “una vez hecho el ajuste”, Julio pagaba por el chabolo algo más de 30.000 euros mensuales. Y estamos hablando del año 84, cuando todavía existían las pesetas. Pero el dólar es lo que tiene y la sonrisa de Julio Iglesias sabe falsificarlo. Ya te digo.
En el disco de marras se hace un dueto con Diana Ross, All of you, que es toda una declaración de intenciones y música para supermercados, una canción que se consume entre langostinos frescos y caviar en conserva. Luego hay otro temita junto a Willie Nelson cuya música viene firmada por Albert Hammond; se titula To all the girls I´ve loved before, así, en pitinglis avanzado. Se trata de una melodía muy maleable para poder llevarla a cualquier big band. Lo digo en serio. Porque esta canción, junto a The Air That I Breathe –la misma que cantaban los Hollies pero con los coros de los Beach Boys- y el solo de saxo que se hace Stan Getz en When I Fall in Love, una cosa sumada a la otra, me llevaría a pillarme el disco. Sí, ya sé que no hay excusas, pero era un domingo de resaca y me lo pillé en el Rastro.
Con todo, lo que más me convenció para dar ese paso hacia el abismo fue una foto de Miles Davis, tirado en su apartamento, boca abajo sobre la cama desecha, con la ropa puesta y con zapatos. Junto a la pared, en el mismo suelo, tenía la colección de vinilos revueltos con algunos compact disc entre los que destacaba 1100 Bel Air Place. Y eso fue lo que me persuadió, dicho en plan técnico.
Por estas cosas, desde que los del Asteroide anunciaron la bio de Julio Iglesias, la he estado esperando como agua de mayo, nunca mejor dicho, y me la he bebido del tirón, siguiendo el ritmo anfetamínico que se marca Ignacio Peyró; y me he reído mucho, partiéndome la caja en cada párrafo y llevado por la mala leche que se gasta el tío. Porque si algo tiene este libro no es precisamente que esté bendecido por Julio Iglesias.