En un contexto dominado por la rápida caída de las instituciones democráticas bajo el control de los militares sublevados, Sóller se mantuvo como un reducto hostil al nuevo poder. Josep Serra, el primer edil, resistió en el Ayuntamiento
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Enclavado entre el mar y la Serra de Tramuntana, declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO, pero siempre conectado al exterior a través de su puerto, Sóller fue durante la Guerra Civil uno de los principales focos de resistencia frente al avance del fascismo en Mallorca. En un contexto dominado por la rápida caída de las instituciones republicanas bajo el control de los militares sublevados tras el golpe militar del 18 de julio de 1936, el municipio se mantuvo como un reducto hostil al nuevo poder franquista, protagonizando episodios de firme oposición que han quedado marcados en la memoria histórica local hasta tal punto que, en la actualidad, continúa siendo objeto de estudio por parte de historiadores e investigadores de la memoria democrática.
La historia política de Sóller en los años 30 estuvo marcada por el auge del movimiento obrero y el arraigo de las ideas republicanas. La Agrupació Socialista de Sóller fue fundada en 1931 y pronto se consolidó como una de las más activas del interior mallorquín. Junto a ella, funcionaban sociedades de oficios como la Sociedad de Carpinteros o la de Jornaleros, afiliadas a UGT, que jugaban un papel clave en la organización de los trabajadores del valle. Numerosas entidades se agruparon en un espacio común, la Casa del Poble, donde se llevaba a cabo un ferviente intercambio de ideas. Sin embargo, el golpe de estado de 1936 y la guerra civil lo cambiaron todo, tal como relata los historiadores Julià Joy y Antoni Quetglas en su Guia de la República i la Guerra Civil. Sóller i Port de Sóller (2025, Illa Edicions).
Como en otros numerosos lugares, la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931 había sido recibida con entusiasmo en Sóller, especialmente por las clases trabajadoras y sectores progresistas. Como en muchas zonas de Mallorca, el republicanismo y el socialismo crecieron con fuerza en el ámbito municipal, dando inicio a un periodo de reformas locales centradas en la educación, la mejora de infraestructuras y la laicización de la vida pública, unos avances que, sin embargo, dieron al traste con la sublevación militar dirigida contra el gobierno constitucional de la Segunda República.
El Ayuntamiento de Sóller, durante el izado de la bandera tricolor el día de la proclamación de la Segunda República
“El pueblo vivió actos de resistencia”
En su libro, Joy y Quetglas dan cuenta de la etapa dorada que vivió la localidad a principios de los años 30, así como de los actos de resistencia que ofrecieron contra los franquistas y los lugares del municipio que los recuerdan. “Sóller fue uno de los pocos pueblos de la isla en los que se vivieron actos de resistencia contra la revuelta”, subrayan, destacando, entre otros, el hecho de que el alcalde, Josep Serra Pastor, uno de los fundadores de Esquerra Republicana Balear, se negase a entregar el poder a los sublevados después de que el 19 de julio de 1936 el recién proclamado comandante militar de Balears Manuel Goded declarase el estado de guerra en las islas y asumiera el control absoluto de Mallorca y Eivissa.
Pese al clima de tensión que comenzó a extenderse en la isla, Serra se negó a abandonar el Ayuntamiento. Optó por aguardar acontecimientos en la casa consistorial hasta que, la tarde del día 20, llegaron a la localidad dos coches cuyos ocupantes, militares pertenecientes al Regimiento de Caballería de Alcalá -más conocidos como Jinetes de Alcalá-. Tal como relatan Joy y Quetglas, primero se dirigieron hasta la estación telegráfica de Muleta con el objetivo de inutilizarla, cortar las comunicaciones con Barcelona e impedir que llegaran noticias sobre el fracaso de Goded en la ciudad condal. Sin embargo, lo que no esperaban era toparse con un grupo de carabineros, dirigidos por José Muñoz Enrile, que rehusaron entregarles la estación. Un fuego cruzado acabó con un teniente herido de muerte.
El martes 21, una columna militar se dirigió hasta el interior de la localidad y, una vez frente al Ayuntamiento, dispusieron varios cañones y obligaron a Serra a dejar el cargo, se leyó un manifiesto que emplazaba a los ciudadanos a adherirse a la causa “nacional”, se organizaron milicias ciudadanas y los carabineros fueron de inmediato detenidos y conducidos hasta Palma. Serra fue sustituido por Jaume Casasnovas. Sobre estos hechos, el historiador Josep Massot Muntaner, uno de los principales estudiosos que durante la Transición, se volcó en esclarecer cómo se desarrolló el conflicto bélico en la isla, señala que, aquel mismo día, un capataz, un carabinero y un oficial intentaron infructuosamente huir en barca. Horas después, fueron detenidos y encarcelados.
Presos republicanos en el Port de Sóller, dirigidos por milicianos voluntarios
Encarcelado en la prisión franquista de Can Mir
El ya exalcalde, por su parte, fue arrestado en septiembre de ese año y enviado a la prisión de Can Mir y, en mayo de 1937, incluido dentro de una causa junto a diez ‘sollerics’ más, tal como explican Joy y Quetglas. Posteriormente, fue enviado al campo de concentración de s’Àguila, en Llucmajor, uno de los más de veinte campos de concentración construidos en la isla durante la Guerra Civil. Mallorca fue, de hecho, uno de los primeros lugares del país en los que fueron erigidas estas instalaciones tras el golpe fascista de 1936. En la isla, los primeros campamentos vieron la luz entre diciembre de 1936 y enero de 1937. Las cárceles comenzaron a llenarse con tanta rapidez que muy pronto hubo que improvisar lugares donde recluir a los presos.
Al cabo de unos meses, tal como explican desde la plataforma Arrels Democràtiques -proyecto de las Fundaciones Darder-Mascaró y Ateneu de Comissions Obreres (ACO)-, un enfisema pulmonar contraído en el campo de concentración obligó al exalcalde a ingresar en el hospital. En mayo de 1938 se celebró la vista de la causa en la que estaba incurso y el consejo de guerra lo sentenció a muerte por adhesión a la rebelión. Sin embargo, tras iniciar las diligencias para conseguir la conmutación de la pena, la presión del consulado británico, las gestiones del obispo de Vic y las de Miquel Serra, su hermano, ante el gobierno de Burgos lograron en noviembre de 1938 la conmutación de la pena de muerte por la de cadena perpetua.
Josep Serra Pastor, el alcalde de Sóller que se negó a entregar el poder a los sublevados
Tras ello, Serra fue encarcelado en una prisión improvisada hasta marzo de 1943. Unos meses después de ser indultado, supo desde la cárcel de la muerte de su hija mayor y, pese a no ser autorizado a asistir a las honras fúnebres, pudo velar el cuerpo en el cementerio de Sóller una noche en que, gracias a la connivencia con los guardias, pudo salir de la prisión. Tras su puesta en libertad, Serra volvió a abrir la farmacia que regentaba antes de la guerra y cuyas existencias habían sido incautadas durante el conflicto bélico. La muerte de su mujer y el empeoramiento de la enfermedad que padecía lo forzaron al ostracismo y los últimos años de su vida los pasó recluido en una granja que instaló en las afueras de Sóller. Falleció a causa del enfisema pulmonar el 10 de septiembre de 1962, con 64 años.
Represión de sindicatos y asociaciones
A partir de la toma del poder de los golpistas, como recuerdan Joy y Quetglas, las nuevas autoridades declararon el toque de queda, impusieron un férreo control social, censuraron las publicaciones locales y sometieron a la persecución y la vigilancia a todas aquellas personas afines a la República. “Los sindicatos, asociaciones y partidos de izquierda sufrieron una represión increíblemente dura contra sus elementos más significativos, sus bienes y sus sedes, como las casas del pueblo”, relatan ambos historiadores, integrantes del Grupo de investigación y estudios ‘sollerics’ y autores de numerosas investigaciones sobre la resistencia en Sóller.
Acto de homenaje a los ‘caídos’ por parte de la Falange, en Sóller
Una de las pocas imágenes existentes del interior de la prisión de Can Mir
Además de la persecución a la que las nuevas autoridades sometieron a los líderes e integrantes del asociacionismo social de la localidad, los golpistas requisaron locales y espacios como la Casa del Poble, reutilizada como sede de las milicias ciudadanas, capitaneadas por Francisco Pérez Rojo, para hacer prácticas de tiro. También comenzaron a implantar el modelo sindical propuesto por Falange Española, encuadrando obreros y patrones en distintas ramas dentro de la llamada Organización Sindical Española, bajo cuyo paraguas los trabajadores tenían prohibido cualquier tipo de asociación como tampoco podían organizarse de forma independiente. Sóller fue, además, uno de los primeros municipios que organizaron a los obreros en torno a la Central Obrero Nacional-Sindicalista (CONS), que, a principios de 1937, ya contaba con unos 1.800 afiliados.
En cuanto al papel de las mujeres, la Sección Femenina de Falange, dirigida a formarlas desde un punto de vista religioso, político y de preparación para las labores que debían llevar a cabo en el hogar, también llegó hasta Sóller. En los inicios del régimen franquista, la delegación local contaba con unas 120 afiliadas y unas 70 socias protectoras. Entre otros acontecimientos, el municipio recibió el 18 de febrero de 1940 la visita de Pilar Primo de Rivera, hija del dictador Miguel Primo de Rivera y hermana del fundador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera y quien, como máxima responsable del brazo femenino de Falange, reivindicó el papel de una mujer sumisa al varón, consagrada al esposo y a los hijos.
Formación de la Sección Femenina de la Falange en Sóller
Pilar Primo de Rivera (segunda por la derecha), participando en una reunión en la Alemania nazi en octubre de 1941.
Cárceles en casas y locales confiscados
Durante los primeros meses de la Guerra Civil, además, la gran cantidad de detenciones que llevaron a cabo el ejército, la Policía y las milicias de la Falange provocaron que las prisiones ordinarias quedasen llenas, por lo que comenzaron a buscar nuevos edificios donde poder recluir a los presos, para lo cual se utilizaron casas confiscadas, naves, barcos, edificios religiosos y otros inmuebles públicos como las escuelas. En Sóller, la prisión del Ayuntamiento enseguida quedó colapsada. Uno de los edificios que se utilizó, como explican los autores del libro recientemente publicado, fue un garaje confiscado al empresario Bernat Marqués Rullan, presidente de Unión Republicana.
Acusado de tener una emisora de radio en una de sus fincas, desde donde -según le acusaban falsamente los golpistas- había hecho señales a los aviones republicanos con unas sábanas blancas por el que le imputaban un delito de auxilio a la rebelión, fue juzgado junto a toda su familia mediante un consejo de guerra. El político republicano fue sentenciado a muerte mientras que a sus familiares se les impusieron penas de cárcel y cuantiosas multas económicas. Bernat Marqués fue fusilado en el fortín de Illetes el 5 de enero de 1937.
Tras la victoria franquista en 1939, Sóller vivió, como tantos pueblos mallorquines, años de miedo, silencio y miseria. La represión no solo fue física: la Iglesia recuperó su influencia total en la vida social, se censuraron las publicaciones y se vigiló estrechamente a los vecinos. Muchos ‘sollerics’ callaron durante décadas. Solo en los últimos años, a través de iniciativas de memoria histórica como las impulsadas por Memòria de Mallorca o el Ajuntament de Sóller, sus historias volvieron a ver la luz.