Portugal y España, ¿el mismo futuro?

Lo de Portugal es un aviso a navegantes: si la izquierda sigue atrapada en sus divisiones internas y sus patadas en la espinilla, mientras la extrema derecha avanza con promesas de orden y protección, el futuro no será de progreso, sino de regresión.

Hace menos de diez años, la extrema derecha ya se había afianzado en la mayoría de los países europeos, creciendo a tal ritmo que muchos daban por hecho que, tarde o temprano, terminarían gobernando. Por esa razón se prestaba especial atención a la situación excepcional de Portugal y España, que en ese entonces parecían inmunes a este fenómeno. Se sugirieron diversas causas, pero lo que ha sucedido finalmente demuestra que, en el mejor de los casos, ninguna de esas explicaciones era lo suficientemente sólida como para perdurar.

Hoy en día, la extrema derecha ya está consolidada en la península y continúa creciendo a un ritmo preocupante. Es la tercera fuerza política en ambos países, y en el caso de Portugal, este domingo estuvo a punto de superar al Partido Socialista. Ahora mismo, de los dos gobiernos progresistas ibéricos que marcaron una excepción en Europa, solo queda la coalición de gobierno en España. Y no podemos negar que se encuentra en una situación de debilidad, salvada únicamente por el hecho de que aún faltan dos años para las elecciones generales; tiempo en el que pueden ocurrir muchas cosas.

Portugal siempre ha sido un referente para la política progresista en España, no solo por su cercanía geográfica, sino también por sus lazos culturales y sociales. Su ruptura con la dictadura en el histórico 25 de abril de 1974, y las condiciones especiales bajo las que redactaron su constitución democrática, han sido motivo de sana envidia. El artículo 1 de aquella constitución comprometía a la República a “la transformación en una sociedad sin clases”, estableciendo como objetivo del Estado “asegurar la transformación hacia el socialismo mediante la creación de condiciones para el ejercicio democrático del poder de las clases trabajadoras”. Como demuestra Gerardo Pisarello en su fantástico Un Largo Termidor, se trató de una experiencia avanzada de constitucionalismo social y democrático que iba a contramano del signo de la época: el neoliberalismo.

Aquella constitución fue alterada y modificada a lo largo del tiempo para adaptarse al espíritu neoliberal. La correlación de fuerzas interna, que en su momento parecía tan favorable a los intereses de las izquierdas, terminó conduciendo a la marginación de los elementos más democráticos. A pesar de esto, en las elecciones de 2009, el Partido Comunista de Portugal obtuvo un 7,9% de los votos y el Bloco un 9,8%, convirtiendo a las izquierdas transformadoras en las más fuertes de la península, con gran diferencia (en 2008, Izquierda Unida-Iniciativa había logrado un 3,7%).

La presencia de dos partidos con tan buenos resultados a la izquierda del Partido Socialista era también sugerente. Uno, el PCP, mucho más ortodoxo, clásico y arraigado en el mundo rural. El otro, el Bloco, perteneciente a la nueva izquierda, más abierta a las nuevas preocupaciones sociales, con gran implantación en las ciudades y entre los jóvenes. En España, la experiencia portuguesa ha alimentado debates ideológicos durante décadas, promoviendo todo tipo de teorías sobre si lo mejor era que se unieran, trabajaran juntos, compitieran, se diferenciaran, o incluso si tenía sentido que entraran a gobernar en coalición con los socialistas.

Pero las cosas han cambiado, y lo han hecho mucho, y a peor. El pasado domingo, ambos partidos de izquierda lograron sus peores resultados históricos. El Bloco obtuvo un 2%, y la alianza del PCP alcanzó un 3%. Por su parte, el Partido Socialista, aunque logró un 23,4%, se conforma con el tercer peor resultado de su historia. Esta debacle explica en gran medida el ascenso de la extrema derecha, que ya recibe casi el 23% de los votos. Frente a los diagnósticos más optimistas, Portugal no parece tener una vacuna contra el virus. Probablemente, esto se deba a que nuestro mundo es ya uno solo, y las especificidades locales tienen poca capacidad de resistencia frente a los fenómenos globales.

Aunque nunca deben extrapolarse las experiencias históricas ni los resultados de otros países, siempre deben servir para fomentar una reflexión honesta. En las elecciones portuguesas de 2022, algunos sectores de la izquierda española suponían que la esperada debacle del Partido Socialista beneficiaría a los dos partidos a su izquierda, que además no habían estado en el gobierno, sino “empujando desde fuera”. El resultado fue desastroso, y marcó el comienzo de lo que vino después. El Bloco se mantuvo en un exiguo 4%, y el PCP, que había sido el más duro contra los socialistas, incluso descendió al 3,2%. Gran parte del beneficio de la caída socialista fue para la extrema derecha, que multiplicó su apoyo hasta el 18%.

A la luz de esta experiencia, cabe preguntarse cuáles son los escenarios más probables para la situación española. En mi opinión, los sectores que creen que a la izquierda le perjudica estar en el gobierno o que creen que se beneficiarán de la caída del gobierno están profundamente equivocados. Me temo que esos escenarios solo favorecerán a la extrema derecha. Al igual que en Portugal, en España el debate no se centra en si estar o no en el gobierno, sino más bien en si existe algún proyecto con una narrativa capaz de conectar con las preocupaciones y ansiedades de las capas populares. No se trata tanto de discutir sobre la unidad de las izquierdas, sino de ver si alguien es capaz de construir un proyecto en el que la gente corriente pueda confiar. O, dicho de otra forma, no tiene tanto que ver con lo que hacen los demás, sino con lo que no hace uno.

En España, es evidente que Podemos ha centrado su estrategia en reducir la base social de Sumar, recurriendo a una narrativa izquierdista bastante clásica, similar a la de la Izquierda Unida más tradicional. Es una competición en los márgenes, y si no está claro que proporcione un suelo electoral, lo que sí está claro es que ofrece un techo electoral. Es una estrategia defensiva y pesimista, pensada para la resistencia. Mientras tanto, la coalición de Sumar, como ya he mencionado en otras ocasiones, no parece estar a la defensiva, sino más bien a la deriva. Su buena gestión técnica en los ministerios es en su mayoría invisible para la población, lo que desdibuja el potencial de crecimiento del espacio político. Aunque ambos son conscientes de ello, ninguno parece tomarse lo suficientemente en serio la amenaza que se avecina.

Soy pesimista en este punto: la inercia de esta situación conducirá inevitablemente a un escenario similar al portugués. En esta guerra entre pobres que libran Sumar y Podemos, al final no tendrán margen para pactar una unidad ni siquiera táctica (porque se odian), y terminarán siendo masacrados por el sistema electoral, entregando el gobierno a la extrema derecha. Si alguno sobrevive, con suerte será para atestiguar la victoria conservadora.

Para mí, lo de Portugal es un aviso a navegantes: no basta con resistir, sino con construir un relato convincente que movilice a las mayorías. Si la izquierda sigue atrapada en sus divisiones internas y sus patadas en la espinilla, mientras la extrema derecha avanza con promesas de orden y protección, el futuro no será de progreso, sino de regresión.