Veinte años durmiendo bajo el techo del aeropuerto de Málaga: «La vida podría ser peor»

Medio centenar de personas sin hogar habitan regularmente en el tercer aeropuerto peninsular por tráfico de pasajeros. Trabajadores, AENA y Subdelegación del Gobierno creen que la situación no es comparable a Barajas, pero se producen incidentes puntuales y hay problemas de salubridad

Radiografía del sinhogarismo en Málaga, la mancha en la ciudad de los museos

Ted es una institución. Un pionero. Invita a tomar asiento en el exterior de la terminal de llegadas del aeropuerto de Málaga mientras apura un trago de la tercera lata que hay sobre el banco, justo antes de derramarla. Tiene 56 años, vino de Bristol un 18 de septiembre de un año que no recuerda, moldeó durante años esculturas de arena en la Costa del Sol y, cuando se cansó, no sabe cuándo, pero rondará los veinte años, se mudó a este lugar. “Bienvenido al Hotel California”, dice con boca pastosa, ojos vidriosos y una sonrisa de oreja a oreja.

Es feliz aquí y no se le ocurre lugar mejor en el que estar. No se mete con nadie, nadie se mete con él. Hay comida abundante, algún porro de vez en cuando, camaradería con los vigilantes si te portas bien y eres simpático. Justo lo que él es.

“La vida es bella, tío. A veces es un poco difícil, pero yo todavía la disfruto, ¿sabes? Disfruto de cada minuto y de la gente que conozco cada día. Como tú. Así que encantado de conocerte. ¿Qué quieres saber? Hazme preguntas y yo te contesto”.

“Si no me portara bien, ¿podría llevar 20 años?”

Ted es una institución porque no da un ruido y es el más veterano del medio centenar de personas sin hogar que pululan por el aeropuerto de la capital de la Costa del Sol. “Si fuera un criminal y no me portara bien, ¿podría llevar veinte años aquí?”.

Pero ahora su situación y la de otros como él se ha puesto de actualidad a raíz del revuelo en torno a Barajas, donde la denuncia por la falta de atención a estas personas, muchas de ellas con problemas de salud mental, ha dado paso a un conflicto de competencias entre AENA (la sociedad estatal que gestiona los aeropuertos españoles), el Estado (responsable del orden público) y el Ayuntamiento de Madrid, con competencias de servicios sociales.


Ted, en el aeropuerto | N.C.

El problema puede reproducirse en otros aeródromos que tengan servicio nocturno. Si el clima acompaña, mucho mejor, y Málaga cumple ambos requisitos. Esta semana, Comisiones Obreras denunció que lo que pasa en Madrid-Barajas y antes en Barcelona-El Prat ocurre también en el aeropuerto Málaga-Costa del Sol sin que nadie le ponga remedio. “Situaciones de insalubridad, olores persistentes, utilización de baños como zonas de pernocta, acumulación de enseres, agresividad ocasional y falta de intervención efectiva por parte de las autoridades competentes”, asegura el sindicato, que exige a AENA que proteja la salud y la seguridad del personal y los usuarios “como gestora de las instalaciones”.

AENA ha remitido a los trabajadores un correo en el que admite la situación, pero se sacude la responsabilidad: “Los aeropuertos están diseñados y equipados, exclusivamente, para el tránsito de pasajeros y, por tanto, no están preparados para que las personas habiten en ellos. Las autoridades públicas locales y regionales conocen esta realidad y trabajan para mejorar la situación de las personas sin hogar”. Fuentes del aeródromo explican también que han recibido instrucciones para evitar el trato con la prensa.

“Están intentando ocultar un problema que existe. Nuestra intención no es que echen a estas personas y se vayan a un sitio peor, sino que quien corresponda, supongo que el Ayuntamiento, tome medidas para buscar una reinserción y un hogar”, aclara José Muñoz, delegado de CCOO, quien dice que de 10 o 15 personas se ha pasado al medio centenar, y lo vincula a la explosión de los precios de la vivienda en la ciudad y otros factores como el clima, que atrae a los extranjeros.

Una cuarta parte de quienes viven en la calle, en el aeropuerto

El subdelegado del Gobierno, Javier Salas, apuntó esta semana al Consistorio por no poner “suficientes medios”. “Las plazas de albergue son insuficientes”, denunció. La situación en el aeropuerto pone el foco sobre el servicio municipal, concentrado en un albergue en Huelin del que se suelen escuchar historias de inseguridad y abuso. La red municipal, en la que se integran también 12 entidades privadas, ofrece 344 plazas para personas sin hogar, de las que 96 corresponden al albergue municipal y 248 a las entidades, que reciben una subvención municipal por ellas. En marzo activó una nueva línea. Este año, el Ayuntamiento destinará unos tres millones de euros a atender a personas sin hogar.

En los últimos meses el Ayuntamiento ha amagado con externalizar el servicio: convocó un concurso público para abrir tres centros en distintas zonas de la ciudad. Pretendía, según dijo, cambiar el modelo ofreciendo una atención más adaptada a los distintos perfiles de usuarios en equipamientos pequeños, y ofrecía a las empresas interesadas 11,5 millones de euros por cinco años. Ninguna de las tres empresas aspirantes cumplía los requisitos mínimos que busca el Ayuntamiento.

Basta un paseo por la ciudad para comprobar que el sinhogarismo va a más. En la ciudad hay unas 220 personas durmiendo en la calle, según el Consistorio, desperdigadas bajo el puente de Tetuán, en la orilla del río, junto al CAC, alrededor de algún centro comercial, en los Jardines de Picasso. Y medio centenar en el aeropuerto, una cifra que suele crecer en verano, “el periodo de la abundancia”, dicen aquí. “Contamos 51 en la planta de arriba hace una semana”, señala una trabajadora. Es el dato que repiten todos, si bien Subdelegación del Gobierno asegura que el último listado remitido por AENA rebaja la cifra hasta 30.

De momento, nadie se plantea una actuación similar a la de Barajas, donde se ha empezado a limitar el acceso. “Los procesos de control de acceso se acuerdan según las necesidades operativas de cada momento”, replica una portavoz de AENA. Y subraya que hay colaboración con Puerta Única, el servicio municipal que gestiona el alojamiento de las personas sin hogar en Málaga. Desde Subdelegación del Gobierno insisten en que la situación no supone un problema de seguridad o salubridad. “No hay problema de orden público y la gestión es decisión de AENA”.

Problemas de salubridad, incidentes puntuales y prostitución

Aquí la vida discurre en general sin sobresaltos, viendo pasar turistas. Casi 25 millones de viajeros y 174.000 vuelos registró el aeropuerto el año pasado. Es el tercer aeropuerto peninsular.

La decena de trabajadores de distintos servicios (limpieza, mantenimiento, seguridad) consultados para este reportaje coinciden en que, en general, los residentes a tiempo completo del aeropuerto de Málaga no suponen un problema. Se han acostumbrado a su presencia. Llegan al caer la noche desde la Costa del Sol o la capital, cenan algo que rebuscan en las repletas papeleras y se echan a dormir en un rincón.

Eso, la mayoría. Pero entre cincuenta personas, muchos con problemas de salud mental, hay quien se sale del tiesto. Y casi todos los trabajadores tienen algún incidente que contar: personas conflictivas, robos, episodios de enajenación mental, peleas de vez en cuando, suciedad diaria en los baños, a veces extrema, como cuando aparece embadurnado de excrementos.


Terminal de salidas del aeropuerto de Málaga | N.C.

“Ayer, en un baño ostomizado [adaptado a quienes tienen que llevar una bolsa recolectora pegada al abdomen] encontré a un guiri en bañador lavando la camisa”, relata una limpiadora. “Es insano para los trabajadores y los pasajeros”. “Entras a limpiar y te los encuentras hablando solos. El otro día frotándose arena por los sobacos”, cuentan otros. Varios refieren también prostitución e insalubridad: “El año pasado vino una que tenía piojos. Como tuvo sexo con varios, al final se extendieron”, recuerda una vigilante de seguridad.

Otras veces ocurren episodios graves que afectan al personal. Hace poco una trabajadora tuvo que escapar a la carrera de alguien muy agresivo. Cuando preguntó qué hacer le dijeron que nada, porque no había llegado a agredirla. Al día siguiente, esa misma persona lesionó a un vigilante de seguridad. En 2016, Steven, un indigente de 51 años, apareció muerto boca abajo, ahogado en su propio vómito, atado de pies y manos y con los pantalones bajados hasta los tobillos y los genitales en una lata de conserva. Un vídeo mostraba a varios indigentes burlándose del hombre todavía vivo.

“Aquí se trata de existir”

Safwan apura las horas de luz mirando los aviones al otro lado de la carretera. “¿Fumas?”. Ofrece un cigarrillo y cuenta, en español, que vino de Hama, en Siria (conocida en Europa por la matanza perpetrada por el régimen de Hafez al-Asad en 1982) hace 40 años.

Vivió en Mallorca, en Alcalá de Guadaíra (Sevilla), en Alemania, en Italia, trabajando casi siempre de traductor. “Estuve en la guerra de Irak con el ejército español”, asegura. “Tengo pasaporte, estoy jubilado desde hace cinco años. Tengo mi pensión reconocida, pero los bancos no me abren cuenta”. De su última casa en Marbella le echaron. De allí, a las calles de Fuengirola y, finalmente, al aeropuerto hace seis meses. Duerme sentado y no le gusta comer. “Me aburro. Le doy pan a las palomas. Me gustaría volver a Siria”. En autobús: “Cuatro días hasta Bulgaria. Luego Estambul y una carretera recta de norte a sur”.


Safwan | N.C.

Sus pies entumecidos revelan algún problema de salud que prefiere no contar. Sólo ha salido una vez del aeropuerto para ir al hospital. Una vez vinieron a buscarle. “Me dijeron que me llevarían a un albergue muy bueno”. Entonces mueve la mano como quien espanta una mosca: “Todo yonquis. Horario de cárcel. Aguanté cuatro días”. “Beirut”, confirma Ted.

Su amigo John cuenta algo parecido. Aquí se duchan calentando al sol grandes garrafas de ocho litros. La comida la sacan de las papeleras. “¿Si esto es mejor que el albergue? Es una buena pregunta… En el albergue tengo ducha y una cama. Eso suena perfecto, pero… Hay gente muy mala. No me refiero a los trabajadores. Aquí, si no das problemas no tienes problemas”. Hay cámaras a cada paso, la Policía da los buenos días y los vigilantes, bueno, les despiertan a las 8 de la mañana, pero qué menos. “Les digo que voy, pero me quedo otra horita durmiendo”, sonríe.

John arrastra en su carro ropa, mantas y lecturas. Cayó en la bebida cuando se separó de su novia y dejó su trabajo como pintor en Torremolinos. Si John está en el aeropuerto es porque antes conoció a Ted, y Ted se lo propuso. Al fin y al cabo, si llevaba veinte años aquí, tan malo no será. Pero tampoco se engaña: hay otras vidas posibles. “Se llama supervivencia. Esto no es vivir; es existir. Hay una diferencia grande entre vivir… y existir. Aquí se trata de existir”.

Dicen en el aeropuerto que, de vez en cuando, a Ted vienen a buscarlo sus padres para llevárselo de vuelta a Inglaterra, pero él no se va. Fantasea, si acaso, con vivir en Marruecos, pero no tiene prisa. “Este es el precio que pago por vivir tanto tiempo a mi manera. No estoy mal. Si trabajara no podría pagar todo lo que como. Aquí tengo un millón de metros cuadrados. Y si alguien me quita el sitio… ¡Me muevo un poco más allá! La vida podría ser peor”.