El juicio por el beso a Jenni Hermoso no es un juicio entre particulares, es una bandeja para la disección, con tijeras y escalpelo, de versiones y pulsiones íntimas, cambios sociales, estados de ánimo, luchas personales, de poder y algunas cobardías propias de estómagos agradecidos
El juicio a Luis Rubiales por el beso a Jenni Hermoso no es un simple juicio entre particulares, es una bandeja para la disección, con tijeras y escalpelo, de versiones y pulsiones íntimas, cambios sociales, estados de ánimo, luchas personales, de poder y algunas cobardías propias de estómagos agradecidos. Es etología. Es un novelón ruso, no por ausencia de gravedad o exceso de entretenimiento de lo que allí se narra, sino porque asomarse a esa sala cada día permite atrapar el conflicto de una sociedad y de unos personajes en un instante preciso. Además de ver en directo las costuras de lo que pasó aquel 20 de agosto de 2023 en Australia, se puede ver cómo se comportó cada actor según su poder entonces, su estándar ético, su salario o su miedo a perderlo: de entre estos últimos sujetos, la peor subespecie suele ser la de quienes, en ausencia total de amor propio, se autodefine como “mandado”.
Sin formol ni escapatoria –y ante un juez a ratos hastiado, a ratos exasperado por paso del tiempo en su sentido más mundano– han aparecido en ese pupitre desde el hombre más poderoso del fútbol español a un conseller de Ibiza que reveló que el viaje de las jugadoras del que fanfarroneó Rubiales ni siquiera lo pagó la multimillonaria federación de fútbol que dirigía, sino empresas e instituciones de la isla.
El etograma empezó con una Jenni Hermoso firme y clara. Un acto heroico, vista la cantidad de veces que se la ha cuestionado en público y en redes. Solo con sus contestaciones, que no tenían ánimo de ser ejemplares, tuvo ocasión de dar un par de lecciones a la humanidad escuchante: puedes sentirte una víctima, estar afectada y aun así reírte a ratos en un bus o un chiringuito. Parece lógico, pero es algo que todavía debe ser dicho en una sala. Entre los argumentos que adujo el abogado de un acusado llegó a estar que Hermoso había puesto un “ja ja” por whatsapp. Conocida ahora la cantidad de veces que quisieron doblegarla desde la RFEF, tiene más mérito que no grabara aquel vídeo en Doha, para lo que tuvo que sorpasar las ofertas de mejorar su vida (primero) y las amenazas de empeorarla (después). Ese día la Federación aprendió que no todo estaba en venta.
Otro grupo humano lo conformaron ejecutivos de la RFEF que aparecían muy ejecutivos, llamando “manipulable” a la denunciante, cuán importantes eran ellos y cuánto es posible alinear gracias a las nóminas los objetivos de una organización o de uno de sus dirigentes. La actual entrenadora de fútbol femenino, Montse Tomé, aseguró tener una capacidad de aislamiento de tal magnitud que le fue posible esquivar el único tema del que se hablaba en el avión, en la tele, en las webs, en las redes y en los whatsapp. Está en el grupo humano de quienes fían su supervivencia a no ser nunca una molestia. Los jubilados éticos. Hacen gala de no interferir, sobre todo más allá de las fronteras técnicas de su trabajo. Desprecian que el silencio puede ser una enorme interferencia.
El momento dramático fue cuando Tomé admitió que asistió a la asamblea de los aplausos contra su voluntad, porque así se lo ordenaron, a una mujer de su categoría y edad. Eso dio medida del conductismo de la RFEF: premio, castigo. Va a necesitar mucha suerte para remontar su liderazgo con las jugadoras de la selección. Ellas, que cobran menos y se exponían más, sí antepusieron a su compañera. Del entrenador masculino, Luis de la Fuente, se puede decir algo o remitirse a cómo sonó su aplauso en la asamblea y el silencio entre los jugadores masculinos de la Selección en agosto de 2023 y los meses posteriores.
A Rubiales le tocó hablar este martes ante el juez. Mantiene que el beso fue consentido porque le pidió “un piquito” o “un besito”, a lo que ella dijo que sí, una versión que nació el 25 de agosto, cinco días después de la final, ya en España y probablemente por consejo de sus abogados. Antes de ese día, como se ve en el vídeo de Doha, simplemente justificaba el beso diciendo que no había habido “mala fe” y se disculpaba, a la vez que mostraba estupor por el “revuelo”.
En el juicio tuvo la mala idea de querer diluir su responsabilidad en las presiones y los comunicados diciendo que él estaba en ese momento preocupado otra cosa, no porque su reputación estuviera por los suelos, sino por una apendicitis de una hija de Vilda y la muerte del padre de la jugadora Carmona. Rubiales, pediatra y líder humano, que se ocupaba de todo, sentimental, que hacía favores o que pagaba viajes, que ahora se sabe que ni siquiera pagaba con su dinero.
Pero sobre todo esta trama tiene, como a veces pasa en las clásicas novelas rusas, una protagonista coral. Las amigas y compañeras de Jenni Hermoso que, aun arriesgándose a que su vida profesional se resienta, han puesto en apuros a una Federación hasta ahora inmune y todopoderosa con su simple testimonio. Han desterrado las palabras equidistantes, han enfrentado las preguntas relatando lo que vieron sin temer las consecuencias que tendrá para ellas, como ya hicieron justo después del beso aquel verano de hace dos años. Que temen, como los demás testigos, pero superan el miedo y hablan. Un grupo de mujeres que representan a aquellos que, ante la verdad y escurrir el bulto, ponen el bulto encima de la mesa.