Lázaro González conducía al volante de su coche recién estrenado una tarde de verano de 1992. En la radio escuchó que un empresario de Burgos había comprado el ‘Azor’ y sonrió. Venía de Ferrol y acababa de firmar un cheque por valor de 4.670.124 pesetas (unos 28.000 euros). El nuevo propietario del simbólico barco del dictador era él. Tres décadas después publicó sus memorias, que tituló . Simplemente, fue un impulso que no consiguió rentabilizar. El barco estuvo fondeado cinco años en Cantabria, en el Puerto de Requejada y en plena ría de San Martín, ante la indiferencia de sus propios vecinos, antes de alcanzar un final más rocambolesco.