En febrero de 2000, en puertas de unas generales y en el marco de los pactos del PNV con la izquierda abertzale, fueron asesinados el dirigente del PSE-EE y exvicelehendakari y su escolta, el ertzaina Jorge Díez Elorza
Pedro Sánchez arropa a Eneko Andueza en su reelección al frente de los socialistas vascos, un “pilar” del PSOE
El 22 de febrero de 2000, hace ahora 25 años, ETA cometió un “magnicidio” en Vitoria. Asesinó con una furgoneta-bomba en el campus universitario a Fernando Buesa, de 54 años, y a su escolta, el ertzaina de 26 años Jorge Díez Elorza. Dos mujeres resultaron heridas. Buesa era ‘de facto’ el jefe de la oposición en Euskadi, portavoz socialista en el Parlamento Vasco y secretario general de su partido en Álava. Antes había sido vicelehendakari y consejero de Educación de 1991 a 1995 y diputado general entre 1987 y 1991, entre otros cargos institucionales y orgánicos, muchos de ellos simultáneos. Rechazó propuestas para ser ministro.
Es el historiador Antonio Rivera el que emplea el término “magnicidio”, poco usual en el historial de ETA, por el destinatario principal del atentado y por las consecuencia políticas que acarreó. Remarca que ningún miembro del Gobierno autonómico había sido asesinado desde que fue ejecutado el republicano Alfredo Espinosa en la Guerra Civil. Sin embargo, si el asesinato de Miguel Ángel Blanco en Ermua espoleó un “espíritu” de unidad contra el terrorismo dos años y medio antes, los plúmbeos días que siguieron al de Buesa fueron jornadas de polarización social al haber alcanzado el lehendakari del PNV, Juan José Ibarretxe, un acuerdo político con EH, la marca que entonces empleaba la izquierda abertzale.
Buesa era abogado y, sobre todo, político. Se estrenó en las elecciones de 1977, las primeras tras el final de la dictadura, encabezando un partido democristiano que no obtuvo representación. Esto siempre fue utilizado en su contra por los críticos que tuvo en la federación vasca del PSOE cuando fue escalando de la mano de su gran colega y amigo Javier Rojo. En 1979, Rojo y él entraron al Gobierno de la Diputación de Álava dentro de una coalición con el PNV. Fue su bautismo institucional. Fue concejal, juntero, parlamentario y dirigente del partido, en ocasiones todo al mismo tiempo. No pudo ser alcalde de Vitoria pero en 1987 se convirtió en diputado general de Álava. El libro ‘Fernando Buesa, una biografía política’, redactado por el propio Rivera y por Eduardo Mateo, desliza que confrontó de una manera abierta con el alcalde de la capital, José Ángel Cuerda, que en aquellos años estaba en EA y luego volvió al PNV, su partido inicial. Cuentan que había que subir el volumen de la música durante sus reuniones para que no se escucharan los gritos. De aquellos años dejó un gran proyecto, la reforma de la antigua plaza del ganado de Zurbano para convertirla en un pabellón de baloncesto, el Araba Arena que, desde 2000, es oficialmente conocido como Fernando Buesa Arena en su memoria.
Fernando Buesa, de traje, con la plantilla del Baskonia, incluidos Josean Querejeta y Pablo Laso, en la inauguración del pabellón ahora llamado en su memoria
En 1991 fue el cabeza de entre los consejeros socialistas en la coalición con el PNV bajo la presidencia de José Antonio Ardanza. Era vicelehendakari para las políticas sociales y, específicamente, consejero de Educación. De esta época son las normativas que han estado vigentes hasta hace tan sólo unos meses cuando, en el final del mandato de Iñigo Urkullu, se aprobó la reforma educativa. Su mayor herencia fue el impulso a la publificación de las ikastolas privadas. Euskadi es aún hoy la comunidad autónoma con más peso de la enseñanza concertada y en aquellos años se habilitó una pasarela que algunos de estos colegios en euskera aceptaron. Eso también le granjeó críticas como supuesto enemigo de la lengua vasca.
El “magnicidio” tuvo un contexto. En septiembre de 1998, las fuerzas nacionalistas y el entorno de ETA suscribieron el pacto de Lizarra. Vino acompañado de una tregua. José María Aznar, líder del PP, estaba en La Moncloa. De aquellos años es su apuesta por dialogar con el “movimiento vasco de liberación”, como llamó a la organización armada, y centenares de acercamientos de presos. En 1999, PNV y EA, en minoría en Euskadi tras las elecciones en las que Ibarretxe sucedió a Ardanza, suscribieron un acuerdo de colaboración parlamentaria con Euskal Herritarrok o EH, la reformulación de la época de la antigua HB. En enero de 2000, ETA rompió la tregua y asesinó en Madrid un militar de alta graduación del Ejército de Tierra, Pedro Antonio Blanco. El 18 de febrero, en el que sería su último pleno antes de morir, Buesa afeó al lehendakari que no bastaba con tener “en suspenso” el pacto con EH, que tenía que romper amarras con la izquierda abertzale. Llegó a sugerirle que se sometiera a una cuestión de confianza. En ese debate con Ibarretxe, Buesa avisó: “ETA sigue en el intento de cometer nuevos crímenes terroristas”.
El 22 de febrero
El 22 de febrero era martes. En Vitoria hacía un día oscuro e invernal pero en Donostia era una jornada luminosa. El PSE-EE presentó allí, por la mañana, un manifiesto electoral. El 12 de marzo había generales en España y la campaña era inminente. Buesa fue uno de los participantes, junto con el entonces líder de los socialistas vascos, Nicolás Redondo Terreros. Llegó tarde y no salió en la fotografía de familia del evento. Allí estaba también Rojo, su ‘número dos’ en Álava.
“Hacía un día muy bonito. Había gente bañándose en el mar. Íbamos a ir a comer a Getaria pero, casualidades de la vida, me llamó mi abogado, Paulino Corcuera, para preparar un juicio en Bilbao y anulé la comida con Fernando. ‘No te preocupes, hay más días’, me contestó”, explica el ya retirado dirigente socialista, que en 2004 se convirtió en cuarta autoridad del Estado al ser designado como presidente del Senado. A primera hora de la tarde, ya estaban ambos en Vitoria. A las 17.00 horas había una reunión de campaña del PSE-EE alavés en la sede de la plaza del Arca.
Un agente de la Ertzaintza, instantes después del atentado contra Fernando Buesa y Jorge Díez Elorza
A las 16.30 horas, los inseparables Rojo y Buesa estaban hablando por teléfono. Se escuchó el timbre del portero en medio de la llamada. “Te dejo, que viene Jorge. Nos vemos a las cinco”, le despidió Buesa tras anunciarle la llegada de Díez Elorza, su único guardaespaldas. En una zona de su ruta hacia la sede del partido, un joven había movido un Ford Fiesta con matrícula NA para dejar aparcar una Renault Express con placas falsas VI. Dentro, el ‘comando Ituren’ había instalado un potente explosivo que habían preparado en un piso franco ubicado en la calle de Federico García Lorca. A las 16.40 horas detonaron la bomba al paso de la pareja. El político murió en el acto y el policía minutos después. Dos transeúntes resultaron heridas. En 2011, en la primera sentencia judicial tras conocerse el cese del terrorismo, la Audiencia Nacional condenó a Franscisco Javier García Gaztelu, conocido como ‘Txapote’, como autor intelectual del atentado. Antes lo habían sido los ejecutores materiales del doble asesinato, Asier Carrera, Luis Mariñelarena y Diego Ugarte.
Rojo escuchó desde su casa la explosicón. “Corrí las cortinas de la sala de estar y todas las palomas volaban. Volví a llamar a Fernando al móvil. No daba señal. Salí de casa inmediatamente con mi hija, Natalia. Se nos verá, porque nos grabó la televisión. Cuando llegamos, la Policía no nos dejaba pasar. Había muchos periodistas. Un ertzaina me agarró y me dijo textualmente: ‘Es quien usted cree que es’. Y yo me derrumbé”, rememora su amigo.
¿Por qué había tantos periodistas a los pocos segundos del bombazo? El atentado tuvo lugar en un esquina del campus universitario de la UPV/EHU, junto a la escuela de Ingeniería y dos institutos. A pocos metros está la sede de la Presidencia vasca. A esa hora, en Lehendakaritza, se celebraba la rueda de prensa semanal tras el Consejo de Gobierno. El portavoz de Ibarretxe, Josu Jon Imaz, ahora presidente de Repsol, se vio interrumpido por el estruendo. Una de aquellas periodistas, todavía en activo, recuerda cómo tembló el suelo, cómo salieron corriendo a ver qué pasaba y cómo se encontraron los cuerpos en el suelo y las llamas tras la deflagración. “La época más dolorosa de mi vida profesional”, titula. También recuerda aquella tarde el responsable de la brigada de limpieza que tuvo que intervenir tras el atentado, como en tantas otras ocasiones en aquella época. Recuerda cómo encontraron muy lejos los trozos de un reloj y cómo se lo entregaron a los ertzainas que allí recogían pruebas.
“Iba de camino a la sede cuando llamaron al escolta. Había habido una bomba en el campus. Yo pensé en Txema Portillo… Al cabo de cinco minutos ya me dijeron que era Fernando. Fue directamente a casa de Nati, su mujer”, cuenta Jesús Loza, entonces portavoz del PSE-EE en Vitoria y años después comisionado vasco para la paz y delegado del Gobierno de España en Euskadi. “Fernando no era sólo mi jefe. Era mi amigo”, lamenta. Asegura que se encontró a la familia “en un ambiente de desolación”. “Nati estaba hecha polvo, pero poco a poco se fue serenando. Y nos dijo a los presentes: ‘Lo que tenéis que hacer es mantener la memoria de Fernando’. En ese mismo momento surgió la idea de la fundación”, explica. Se refiere a la Fundación Fernando Buesa, que sigue activa en la actualidad y que es junto con Covite una de las más relevantes en lo tocante a víctimas del terrorismo en España.
Uno de los asesores de Loza era Óscar Rodríguez Vaz, que entonces contaba 23 años. “Llevaba cuatro meses trabajando en el Ayuntamiento para Jesús. Teníamos un acuerdo para hacer alcalde a Alfonso Alonso, del PP. Fue una colaboración externa que funcionó muy bien. Dio tranquilidad en momentos muy convulsos”, cuenta. Si el nacionalismo vasco había acumulado fuerzas, en la otra parte del tablero político PP y PSE-EE habían fraguado un acercamiento muy importante e impensable en la actualidad. Rosa Díez era otra de las referencias socialistas, junto con Redondo Terreros. Ambos ya están lejos del partido. En los ‘populares’ estaban Carlos Iturgaiz y Jaime Mayor Oreja como grandes nombres.
“Sí, vivíamos unión con el PSE-EE a pesar de la tensión electoral en España. Estábamos en campaña y se enfrentaban Aznar y [Joaquín] Almunia”, confirma Alonso, el entonces alcalde, y que más tarde fue ministro de Sanidad con Mariano Rajoy, entre otros cargos. “Salíamos del pacto de Estella [por Lizarra] y la tregua se había roto. Por encima de todo, había humanidad, amistad y cercanía con los socialistas. No éramos lo mismo, pero estábamos unidos”, agrega en una entrevista telefónica.
“Recuerdo aquello como un día de ‘shock’ y rabia, pero también de futuro”, sigue Rodríguez Vaz, ya alejado de la primera línea del PSE-EE desde hace años. “El ‘shock’ era, claro, porque que a los cuatro meses maten a tu jefe es acojonante. Pero tras ese estadio de rabia bestial, vimos que esa misma tarde empezó a acercarse gente al partido. Llenaron la sede. Muchos políticos de hoy salieron de aquellos días. Era gente de mi generación. Fue el germen de unas juventudes superfuertes, de igual 45 ó 50 personas activas, que para Álava era muchísimo”.
Las movilizaciones empezaron ya esa misma tarde. Cuerda, el enemigo político de Buesa y ya fuera de la alcaldía de Vitoria, fue uno de los que se puso en primera fila para condenar lo ocurrido. Jóvenes socialistas también acudieron a la zona del campus, escenario habitual de protestas del entorno abertzale, para realizar pintadas y otras acciones de denuncia del crimen. Parte de la indignación empezó también a dirigirse hacia Ibarretxe, aunque esa noche sí hizo lo que le pidió Buesa unos días atrás, romper totalmente con EH.
El miércoles, 23 de febrero, aniversario del golpe de Estado de 1981, el Parlamento Vasco celebró un breve pleno extraordinario para dar lectura a un texto de condena. En el escaño vacío del asesinado se colocaron unas flores rojas. De negro y con gafas oscuras lloraba Isabel Celáa. Había sido su viceconsejera en Educación y también compañera parlamentaria. En 2009 ella misma se convirtió en consejera del ramo y, aunque no tenía el título, era igualmente la vicelehendakari ‘de facto’ de Patxi López por ser la de más edad en su gabinete. Y luego fue ministra. Ahora, a sus 75 años, es la embajadora de España en la Ciudad del Vaticano y en la Orden de Malta. “Era una figura espléndida. Fue un hombre excelente en todos los sentidos, de profundas convicciones éticas. Era un hombre de razón. Vivíamos un tiempo duro. Era el tiempo de Lizarra, de profundo nacionalismo. Y él siempre mantuvo que la sociedad era plural. La pérdida fue enorme”, relata al otro lado del teléfono desde Roma. Ella no olvida la campaña contra su jefe por la reforma educativa, pero prefiere no entrar en detalles sobre el pasado. En aquella sesión plenaria no participó la representación de EH. Los asignados de esta formación en la comisión de Derechos Humanos eran Arnaldo Otegi, Jone Goirizelaia y Josu Urrutikoetxea, más conocido como ‘Ternera’.
Isabel Celáa, abrazada a Carlos Iturgaiz del PP, en el pleno extraordinario tras el asesinato de Fernando Buesa
Tras el pleno, se abrió al público la capilla ardiente de Buesa. Dirigentes socialistas como un joven Patxi López portaron el féretro hasta el espacio habilitado en el vestíbulo principal. Llevaba encima una bandera roja donde ponía “PSOE” y aparecía el puño y la rosa. Después se le añadió una ikurriña aportada por el presidente de la institución, el nacionalista Juan María Atutxa. Cientos de personas anóminas acudieron a la Cámara. En la actual sala de prensa se colocó un biombo para preservar la intimidad de la familia más cercana, de Nati y de sus tres hijos, Marta, Sara y Carlos. Estuvieron en Vitoria el presidente Aznar, el líder de la oposición Almunia, presidentes autonómicos de Catalunya, Extremadura o Andalucía y otras muchas autoridades. Una guardia rotatoria compuesta por agentes de gala de la Ertzaintza, del cuerpo de Miñones de Álava, de la Policía de Vitoria, de la Policía Nacional y de la Guardia Civil velaba el cadáver.
La viuda de Buesa, Natividad Rodríguez, llorando agarrada por sus familiares en la capilla ardiente instalada en el Parlamento Vasco tras el atentado
El presidente del PNV, Xabier Arzalluz, también acudió. Al llegar, se fundió en un abrazo con Jon Buesa, hermano de Fernando y dirigente del PNV de Álava. Dio la mano al socialista ‘Txiki’ Benegas. Pero no se saludó con Díez, Rojo o Loza. “Fue algo aterrador. Nos dolió y nos pareció intolerable”, recuerda el tercero. Ese mismo día, por la noche, se celebró el funeral. Se hizo en la catedral nueva de Vitoria, pegada al Parlamento. Rojo le había dicho a Loza que tuviera preparado un cura por si el obispo se negaba a oficiar las exequias, como ocurrió en el pasado con otros atentados. “Si hacía falta, estábamos dispuestos a tirar la puerta abajo”, bromea ahora Rojo sobre las tensiones que también se vivieron con parte de la jerarquía católica en el pasado.
La celebración religiosa fue a puerta cerrada por expreso deseo de la familia, aunque miles de personas se congregraron en el exterior. Ibarretxe y su Gobierno tuvieron que salir escoltados y por una puerta lateral ante las protestas de parte de los allí congregados. El clima político continuaba enrareciéndose. El Parlamento Vasco conserva digitalizada un amplísima colección de más de medio millar de negativos sobre estos acontecimientos y ha cedido parte de ese archivo para la elaboración de este reportaje.
Las manifestaciones enfrentadas
Y llegó el fin de semana. En Vitoria se había convocado una gran manifestación de repulsa. Iba a partir de la plaza de la Constitución y terminaría en el centro, en la Virgen Blanca. El PNV movilizó autobuses para arropar al lehendakari Ibarretxe. La crónica de ‘El País’ reflejaba que eran vehículos con matrículas BI y SS, lo que indicaba la procedencia de los asistentes. Hubo contactos entre el PSE-EE y el PNV pero no se logró un consenso. Los periodistas -la reportera de CNN+ era Letizia Ortiz, ahora esposa del jefe del Estado- contaron cómo hubo dos y hasta tres convocatorias en una. Por un lado, salió en cabeza la marcha gubernamental. Jon Buesa iba con sus compañeros de partido. Por otro lado, la familia más próxima iba con los dirigentes socialistas y los cargos institucionales del PP. En medio, Gesto por la Paz intentaba coser la herida, sin éxito.
La primera columna llegó rápido e Ibarretxe pronunció un discurso que terminó augurando que la paz estaba más próxima en aquel momento. Jon Buesa, con el que este periódico no ha podido contactar para este reportaje, tuvo un protagonismo muy importante. Rojo no olvida cómo el lehendakari se marchó del lugar antes de que llegaran la viuda y los hijos. Cuenta que Jáuregui le pidió que improvisara unas palabras ante la masa. Y lo hizo. “Intervine en la Virgen Blanca. No se trata de pasar facturas a nadie. No tengo odio ni rencor, pero sí memoria. Y no quiero perderla. Después de un asesinato tan brutal, algunos quisieron manipular una manifestación. Hubo muchísima tensión. En aquellos momentos el Gobierno del PNV estaba tonteando con el mundo de ETA y margninándonos a los que no éramos nacionalistas”, explica. ¿Y qué dijo Rojo? Quien ya era a la fuerza el nuevo líder de los socialistas alaveses se dirigió a Ibarretxe: “Aquí falta el lehendakari. ¿Dónde está? Quiero transmitirle y pedirle que nos escuche, que nos mire, que nos vea, que no sea sordo y no fracase. Queremos ser parte importante de este pueblo, porque todos los que estamos aquí somos vascos”.
Xabier Arzalluz, del PNV, delante de un muy serio Javier Rojo, durante la capilla ardiente de Fernando Buesa
Josune Ariztondo era la ‘número dos’ del Euzkadi Buru Batzar del PNV, la única mujer en la ejecutiva, a la que había accedido apenas unas semanas antes. Ella acompañaba al ya fallecido Arzalluz en aquellos primeros pasos de ocho años en la dirección nacional del principal partido vasco. “El año 2000 fue terrible”, explica. A su juicio, “el ambiente ya era malo antes del asesinato”. La “complicidad histórica” entre nacionalistas y socialistas estaba rota desde Lizarra y “los mensajes contra Ibarretxe y contra el PNV eran muchísimos”. El funeral fue “terrible”, como también el desarrollo de la manifestación. Recuerda cómo algunos militantes del partido acabaron empapados porque les arrojaron agua. Ariztondo recuerda que también después de otros asesinatos de ese mismo año, como el de Juan María Jáuregui, también socialista, les generaron momentos de tensión. “En la capilla ardiente nos gritaron ‘Ibarretxe, asesino’, por ejemplo”, cuenta. “Es verdad que se señaló muhco al PNV en la manifestación. Pero es que, claro, habían hecho un acuerdo con ETA. La reivindicación de Ibarretxe fue lamentable. Quiero pensar que se equivocó”, interpreta Alonso desde la óptica del PP.
El presidente de la comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco era un joven Iñigo Urkullu. El lehendakari entre 2012 y 2024 explica que desde su posición intentaba en esos años “coadyuvar” a las “bases de una convivencia” compartida en Euskadi, aunque asume que no era una misión sencilla. Urkullu estaba en Sabin Etxea, la sede central del PNV, cuando se produjo el atentado. Califica de “triste” -textualmente ‘tamalgarri’, en euskera- todo lo que rodeó al asesinato de Buesa. “Tres manifestaciones paralelas, dos de ellas plegadas a intereses que parecían alejados de lo que la inmensa mayoría de la sociedad pedía y, sobre todo, necesitaba”, escribió también años después Pello Salaburu, rector de la UPV/EHU próximo al PNV.
Para Rafa Larreina el crimen fue “impactante”. Él era el portavoz de EA en el Parlamento, partido socio del PNV y también firmante del acuerdo con EH. Era el vicepresidente de la comisión de Derechos Humanos igualmente. “Con Fernando tenía una relación estrecha. Coincidíamos todos los sábados en la tertulia de Radio Euskadi y luego tomábamos café y hablábamos más allá de ser los portavoces de nuestros respectivos grupos. Fue un golpe muy duro. En la tregua habíamos hablado mucho. Estábamos ilusionados de que aquello acabase, de que aquello saliese bien”, explica. Considera que este atentado “truncó” las expectativas políticas depositadas en el final de ETA y admite que se generó “mucha tensión” en los días siguientes. “Hubo quien lo quiso convertir en un apoyo a Ibarretxe y eso generó malestar. Yo lo critiqué en unas declaraciones a los medios de comunicación en ese momento. Creo que en ese enfrentamiento se olvidó lo fundamental: el rechazo del asesinato y la solidaridad con la familia. Fue un momento triste. Me sentí el único criticando aquella polarización”, añade.
EA, su partido, es ahora parte de EH Bildu y Larreina terminó su vida política como diputado en el Congreso. Desde hace una década, aproximadamente, la coalición EH Bildu participa en los actos anuales de homenaje a Buesa. También lo hacen cargos de Sortu, el actual nombre de la izquierda abertzale, y no solamente los independientes o los procedentes de EA. Sin embargo, hasta fechas muy recientes ha habido también ataques a la tumba de Buesa y al monumento en su memoria, así como homenajes en las fiestas de Judizmendi a uno de los asesinos, Ugarte.
Maddalen Iriarte y Julen Arzuaga, de EH Bildu, en un homenaje a Fernando Buesa y Jorge Díez Elorza
¿Y Díez Elorza? La capilla ardiente del agente estuvo en otro lugar de Vitoria. Algunos políticos como Almunia o Arzalluz también visitaron a su familia. El agente, con número profesional 13.115 por ser de la decimotercera promoción de la Policía vasca, era deportista y llegó a participar con su pueblo, San Vicente de Arana, en el Grand Prix de TVE.
“Jorge era una persona con muchísima profesionalidad e ilusion. Es de mi promoción. Desde que entró, su idea era ir a la unidad de escoltas, aun sabiendo lo que conllevaba. Cuando entramos, en 1993, todos sabíamos lo que era ETA”, explica un compañero en la academia de Arkaute. “El día del atentado iba solo con él. Se había advertido a los políticos de que había que cambiar de rutas. Pero esos avisos solían ser desatendidos”, agrega.
No el primer ertzaina asesinado por ETA y, desde luego, tampoco el primer policía. Pero sí el primer guardaespaldas. “Aquello fue un palo gordísimo”, señala esta fuente, que sigue en activo y prefiere mantener el anonimato. Este atentado motivó que se cambiaran las rutinas y se pasara a duplicar la escolta. “Y se forzó más a que la persona bajo custodia siguiera una serie de pautas”, agrega el ertzaina consultado.
“Ahora no hay terrorismo. Y eso es muy importante. Personas como Fernando dieron lo mejor de sí para llegar hasta aquí. Nos queda mucho dolor, pero los que defendían la violencia han fracasado. Decir ahora que no podíamos pasear por las calles de nuestra ciudad parece que es como inventarse un libro. Pero era así. Aquello tuvo un objetivo, quebrarnos. Pero fue lo contrario. Nos dio ética e impulso”, concluye Rojo. Y apostilla Celáa: “Aquel asesinato, desde una perspectiva social, fue una grandísima conmoción. La pérdida fue inmensa”. Para el 22 de febrero se ha convocado ya una ofrenda floral en lugar del atentado y una nueva edición del ‘In Memoriam’ a Buesa y Díez Elorza, cuyo lema es “luces para el futuro”.
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