No siempre puedes cortar por lo sano con personas que te generan picos de cortisol. No siempre puedes practicar ejercicio por falta de tiempo, así que no siempre puedes tener esa reconstituyente sobredosis de endorfinas. E incluso las personas con los vínculos más portentosos pueden llegar a romperlos si llegan a casa agotados a diario
Hay una pequeñísima, pero inequívoca señal de que has pasado un día terrible o agotador: llegar a casa y sentarte en el sofá con el abrigo puesto. Quedarte ahí petrificado, mirando al infinito o el teléfono móvil durante un buen rato, hasta que te levantas, previa pose de manos en las rodillas, con un suspiro ensordecedor -¡Ay!- y te diriges, ya sí, al armario.
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