Audiard o la transfobia hecha comedia

Cómo hubiese reaccionado la crítica española si durante los peores momentos de ETA, Audiard hubiese hecho una película en que un líder –pongamos Josu Ternera– asesino y secuestrador se vuelve bueno tras la reasignación a mujer, y mientras lo hace se ponen a cantar por las víctimas del terrorismo

Hay fenómenos mediáticos que precisan ser analizados desde todos los ángulos y el escándalo internacional generado por la película Emilia Pérez es uno de ellos. En su lanzamiento en Europa recibió una oleada de aplausos casi unánimes, los festivales celebraron el filme como una genialidad. El guionista y director francés Jacques Audiard no cabía en su felicidad, su estrella, la actriz transexual española Karla Sofía Gascón, logró un pico mediático en pocos meses, tanto el director como la protagonista comenzaron a hablar en España sobre la importancia del cine para reflexionar sobre los temas relevantes como la igualdad, la guerra contra el narco, las adicciones, las desapariciones forzadas y la barbarie mexicana. Hasta aquí la crítica española les perdonó todo, porque México a muchos les parece folklórico, incluyendo su tragedia humanitaria. El racismo integrado en la intelectualidad europea celebró la obra por sus recursos cinematográficos y porque fue creada por el genial Audiard, autor de grandes filmes como Mira a los hombres caer, Un Profeta y Óxido y Hueso, entre otras películas premiadas.

Emilia Pérez va de un narcotraficante asesino despiadado llamado “El Manitas”, miembro de la delincuencia organizada mexicana, corresponsable de la desaparición de miles de personas y explotador de infancias y de mujeres. Una abogada corrupta lo ayuda a fingir su muerte para practicarse una cirugía de afirmación de género. Inexplicablemente, esta le ayuda compasivamente y una vez convertida en una mujer sexy se vuelve una buena persona y decide ayudar a las víctimas de desapariciones con dinero de los carteles. En medio de este despropósito narrativo, Audiard mete espectaculares piezas musicales, hace sátira velada que por momentos se sostiene por la buena fotografía y algunas buenas actuaciones, incluyendo la de Gascón. Las academias de cine francés y de España no tardaron en celebrar su inclusión a los premios y Netflix invirtió lo que no está dicho en el lobby para que entrase a los Oscares. 

Pero la película llegó a México y América Latina, de inmediato el público y la crítica lo dijeron todo. La gente comenzó a salirse de las salas de cine exigiendo la devolución de su dinero, activistas trans que se han jugado la vida nos explicaron por qué es una película tránsfoba mientras Karla Sofía les ignoraba, asumiendo un nuevo discurso de defensora LGTBQ+ que nunca fue. Era necesario usar todos los temas para publicitarse en su tour de medios en el caballo de plata de Netflix y el sello de Audiard. 

Permítanme hacer un alto en el camino para preguntar cómo hubiese reaccionado la crítica española si durante los peores momentos de ETA, Audiard hubiese hecho una película en que un líder –pongamos “Ternera”– asesino y secuestrador se vuelve bueno tras la reasignación a mujer, y mientras lo hace, se ponen a cantar por las víctimas del terrorismo. ¿Le ofrecerían un Goya? No lo creo. 

No pienso que el cine esté hecho para educar o moralizar, en realidad el problema comenzó cuando su creador y la protagonista decidieron usar los discursos de Derechos Humanos para promocionarse, o tal vez antes. Mientras la veía me imaginé a un Audiard que, percibiéndose irrelevante, decide adaptar a un personaje del libro ‘Écoute’, de Boris Razon y se pregunta qué temas están de moda, venden mucho, qué  actrices y cantantes jóvenes tienen más de 10 millones de seguidores en redes, y se lee, como él mismo confesó, un par de artículos periodísticos sobre narcotráfico en México. Así comenzó a preparar una comedia musical transexual –de personas desaparecidas– y derechos humanos con actrices que no hablan bien el español y pretenden pasar por mexicanas, pero son increíblemente famosas. Les pareció a todos una idea genial.

Durante la promoción hacia los Oscar, la reportera canadiense Sarah Hagi publicó unos tuits de Karla Sofía escritos entre 2019 y 2024 con frases sexistas, racistas, islamófobas, antiinmigrantes y soeces. Inmediatamente, Audiard salió a atacar a su estrella, la despreció a cambio de salvar sus potenciales premios. Karla Sofía, por su parte, fue incapaz de reconocer la gravedad de sus palabras, de pedir perdón, de admitir sus ideas racistas, se fue por peteneras intentando salvarse sin saber lo que Audiard había dicho de ella. Recientemente, en la gala de los Goya, hubo quien minimizó el contenido de los tuits de la actriz madrileña con comentarios como “fueron de hace dos o tres años”, o “lo dijo antes de su transición”. Ahora Netflix la ha excluido de la promoción, la editorial que iba a publicar su autobiografía ha cancelado el libro. En mayoría abrumadora, el público y la crítica mexicana han calificado la película como un fracaso plagado de pornomiseria, clasismo, sexismo, racismo, sátira del dolor colectivo y transfobia disfrazada. Hay quienes no logran entenderlo. 

Algunas de las lecciones que podemos extraer de este escándalo son importantes: la primera es que plantear que un asesino en cuanto se practica una cirugía de afirmación de género se vuelve buena, adquiere conciencia y comienza a tener sentimientos femeninos, es de una transfobia y mujerismo insostenible. Que una actriz que hace pocos años publicó consistentemente frases como “putos moros”, “el islam se está convirtiendo en un foco de infección a la humanidad”, “esa ceremonia de los Oscares parece un festival afrokoreano”, otros más pidiendo la expulsión de migrantes de España, y se burló del asesinato que detonó el movimiento #BlackLifesMatter vaya de pronto de defensora de derechos humanos es una burla para quienes dedican su vida a ello. Que hacer un personaje ficticio de alguien que hace el mal y que al operarse y asumir su identidad de género e identidad sexual femenina se vuelve buena e igualitaria no significa que eso suceda en la vida real. Si Karla Sofía hubiese reconocido que es y ha sido evidentemente racista y deberá trabajar en ello, tal vez las cosas serían distintas para ella, pero eligió la frase “estoy profundamente apenada por aquellos a quienes he causado dolor”. 

Me quedo con su última frase sobre la promoción de la película: “Llevo nueve meses tratando de enviar un mensaje de esperanza al mundo con mi película”. Yo pregunto cuál es el mensaje, tal vez que el líder del cártel Jalisco Nueva Generación debería transicionar a mujer para volverse bueno, o que las madres de las 100 mil personas desaparecidas deben bailar y cantar usando dinero del narco para recuperar a sus hijos,  al cabo que la vida es un carnaval y en la comedia de la fama toda distorsión es aceptable con tal de ganar un Oscar.