Nuestros gobernantes, esos que tan sorprendidos están por la importancia de una rebajita en el transporte en las economías familiares, llevan días jactándose de la derrota del rival como si estuviésemos en un derbi local con banderines y vuvuzelas
“Pedro Sánchez ha cosechado una nueva derrota en el Congreso de los Diputados después de PP y Junts votasen en contra del real decreto ley ómnibus”.
¿Te ha llamado algo la atención en esta última frase? Probablemente no porque nos hemos acostumbrado a leer la política con voz de Dani Garrido o Paco González. A las sesiones en el Congreso solo le faltan ya pausas publicitarias en las que se anuncien las Pipas Facunda y los Puritos Reig, o pitidos intermitentes con cada voto:
-Pipipipipipi, tenemos voto en contra en la bancada popular, Romero.
-¡Voto a en contraaaa! ¡Voto en contra! ¡Ha entrado el voto en contra del señor Barrio Baroja!
Los decretos ley ya no se aprueban o decaen, se ganan o se pierden. El Gobierno no consigue sacar adelante una medida parlamentaria, el Gobierno sufre un severo correctivo, frase futbolística por excelencia. Las sesiones plenarias ya son duelos entre necesitados. La futbolización de la política avanza imparable. Cmo el fútbol, la política se ha convertido en un vertedero de intereses espurios, mangoneos descarados y beligerancia desmedida. Demasiado ruido, demasiada polémica, demasiado show.
Justo este fin de semana, el técnico del Mallorca, Jagoba Arrasate, decía que está “profundamente triste porque me estoy desenamorando de este deporte. Me enamoré con mi padre yendo a Atocha. Se me están quitando las ganas de todo. Llegará el jueves y voy a mirar quién está en el VAR porque se han convertido en los protagonistas de los partidos”. Arrasate, te entendemos perfectamente, aquí tienes nuestro hombro: los ciudadanos también nos estamos desenamorando de la política, una desafección alimentada por momentos como los vividos el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados con la votación del del decreto ómnibus.
Como un hincha inerme asistes desde tu casa a un juego de trileros, a un combate por noqueo, a una partida amañada, con la salvedad de aquí no es una pachanga dominical la que está en juego, es tu vida.
A tenor del malestar popular, muchos políticos se sorprendían la semana pasada sobre lo importante que es la rebaja en los precios del transporte, “síntoma inequívoco del empobrecimiento de la población española”, decían. ¡A buenas horas! Se sorprendían (algunos políticos de partidos que votaron en contra) mientras siguen sin atajar el asunto capital que conduce a ese empobrecimiento: para sorpresa de nadie -quizá sí para sorpresa de ellos- la depauperación social es efecto directo del problema con la vivienda.
Lo que ha cambiado es que antes era un problema que afectaba principalmente a las clases más vulnerables y se podía esconder bajo la alfombra, ahora ya afecta a la clase trabajadora y la clase media, esa que sostiene gobiernos. Para parte de la clase media las compras y los gastos –como el del transporte- llevan tiempo modulándose y priorizándose porque el alquiler se lleva tres cuartas partes de los salarios.
Mientras en las puertas de los edificios de nuestros barrios siguen multiplicándose cajas fuertes con combinaciones de llaves, mientras los ciudadanos continúan malviviendo por alquileres absurdos, nuestros gobernantes, esos que tan sorprendidos están por la importancia de una rebajita en el transporte en las economías familiares, llevan días jactándose de la derrota del rival como si estuviésemos en un derbi local con banderines y vuvuzelas. Y, lo más importante, siguen sin tomar medidas o, de tomarlas, siguen siendo desacertadas, insuficientes y cobardes.