Que el nuevo poder estadounidense se desencadenara contra Bruselas, tanto en el terreno de la política de defensa, como en el de la economía y el de los fundamentos políticos, no estaba previsto
Nadie esperaba que la nueva política exterior norteamericana se concretara, principalmente, en un ataque sin reservas contra la Unión Europea. Se sabía que Donald Trump quería acercarse a Moscú, a Vladimir Putin, o que el enemigo último de Washington era China. Pero que el nuevo poder estadounidense se desencadenara contra Bruselas, tanto en el terreno de la política de defensa, como en el de la economía y el de los fundamentos políticos, no estaba previsto. Y eso es lo que está ocurriendo, con toda la crudeza de los grandes enfrentamientos. Y el pulso puede terminar muy mal para Europa.
Porque por debajo del enorme entramado de poderes reales, acuerdos funcionales y tradiciones de unidad consolidadas, la realidad de la Unión Europea tiene debilidades difícilmente superables sin cambios profundos que la guerra con Estados Unidos necesariamente va a agravar.
Sin demasiadas contemplaciones, Trump ha dado por muerta a la OTAN y al acuerdo militar entre las dos orillas del océano Atlántico que ha sido una de las claves de la política internacional de los últimos ochenta años. Estados Unidos ya no va a ser la garantía de defensa europea ante terceros, particularmente ante la posibilidad de una presión militar, o incluso un ataque, por parte de Rusia. Será Europa la que tenga que hacer frente a ese riesgo con sus propios medios. Lo cual implicará aumentar en porcentajes muy cuantiosos su gasto en defensa y adecuar la industria armamentística europea a ese desafío.
Ese nuevo horizonte puede tener consecuencias políticas extraordinarias en la mayoría de los países de la UE. Aumentar el gasto en defensa ha sido hasta un tabú en buena parte de ellos, no digamos para los partidos de izquierda europeos. Romper esa actitud de décadas se antoja prácticamente imposible, pero todo indica que no habrá más remedio que hacerlo.
Dar la espalda a la posibilidad de una guerra y a cómo hacer frente a esa eventualidad ha sido una actitud que podía estar justificada y, sobre todo, que era viable, mientras las fuerzas armadas norteamericanas estuvieran ahí para ocuparse de esa amenaza. Ahora vienen tiempos duros para cambiar radicalmente de orientación y de ahí puede nacer uno de los conflictos que dominarán la escena política interna de muchos países en los próximos años. Cierto es que el reforzamiento radical de la industria armamentística europea que se derivaría de ello también podría ser beneficioso para Europa desde el punto de vista económico, estratégico e incluso social.
Porque permitiría crear muchos puestos de trabajo, y de los de mucho valor añadido, justo cuando la economía europea, más allá de las apariencias, no está precisamente en un momento boyante y Trump lo sabe y por eso golpea tan duro.
Los analistas coinciden en efecto en que la recuperación económica europea tras la crisis de hace quince años ha sido inferior a su potencial de crecimiento. “Europa de ha quedado atrás”, decía uno de ellos esta semana en Il Corriere della Sera. En ese contexto se señalan como alguno de los principales problemas los aranceles internos -que existen, en contra de lo que se cree-, o la inexistencia de un mercado financiero integrado -antigua queja de muchos economistas destacados. Lo cierto es que la renta per cápita europea es un 30 % inferior a la norteamericana.
Y Trump no va a ayudar a modificar esas dinámicas. Aparte de sus pactos con Putin, que tendrán importantes contenidos económicos, las prioridades estratégicas norteamericanas están en el Medio y el Extremo Oriente y hacia esas zonas se destinarán principalmente sus recursos. Mientras, Europa tendrá que ver la manera de resolver su problema de dependencia energética y para ello deberá cuidar mucho sus relaciones con Rusia. Y más si Trump y Putin acuerdan solitos una solución para la guerra de Ucrania.
Europa no lo tiene fácil en ningún frente. Se ha retrasado demasiado tiempo un debate serio sobre la realidad de la Unión Europea y sus carencias. Los dirigentes que en los últimos tiempos – desde que, hace 20 años se arruinó la posibilidad de una unidad constitucional europea- no han querido hacer frente a los problemas de fondo y han ido contemporizando hasta que ha venido Trump que como una bestia desatada ha colocado a todos frente a la realidad.
Está claro que en lo último que ahora pueden caer quienes mandan en Europa -aunque seguramente menos de lo que dicen sus títulos de poder- es en el pesimismo. Porque la Unión Europea sigue siendo una entidad enormemente poderosa y está compuesta por países que individualmente también lo son. Y porque no está dicho que su actual conflicto con Estados Unidos termine en un enfrentamiento abierto. Caben otros escenarios, de los cuales, sin embargo, no están excluidos, en ningún caso, momentos dolorosos.
La irrupción de la ultraderecha en la primera fila de la escena política europea, con el dramático debate sobre las políticas de inmigración de su mano, va a ser uno de ellos. Dentro de unos días los alemanes darán una pista clara de por donde pueden ir los tiros en ese contexto. Pero el gran desafío tendrá por escenario a Francia, porque la señora Le Pen puede ciertamente conquistar su presidencia. Es muy probable que la ultraderecha norteamericana espera que eso ocurra.