Cada uno tiene con la idea de la muerte la relación que puede. Digo con “la idea” porque la muerte es un hecho tan absoluto que ni siquiera me atrevo a afirmar nada sobre ella sin rebusques ni paréntesis. En mi caso, tengo una terquedad involuntaria, una negativa natural a entristecerme por la muerte de una persona grande que hizo lo que quiso y vivió en sus términos. Morirse viejo y realizado, para mí, está mucho más cerca de ser final feliz que de ser tragedia. Pienso entonces en dos fallecimientos recientes, el de y el de , en los que conecté más con esa voluntad de recordarlos entre todos, de revisitar sus obras y repetir sus anécdotas, que con los lamentos y con la idea repetida de que nos vamos quedando solos, aunque esto último siempre sea un poco cierto.