Ariana tiene los ojos cerrados. Deja que los rayos de sol se posen en su cara. Busca esa calidez. Está sentada en un banco, sola y en silencio, frente al monumento a las víctimas del Holocausto, en el corazón de Berlín. A pocos metros, los turistas, despreocupados, se hacen fotos entre los cientos de bloques grises de hormigón que componen este laberinto ideado como un espacio de memoria y reconocimiento de la propia historia de Alemania. Un lugar concebido para enfrentarse a lo incomprensible.