Objetivo a batir: la Unión Europea

No eres independiente si no eres creíblemente autónomo en seguridad y defensa. Es obvio que la seguridad es un concepto más amplio que la defensa, y sobre todo hoy no depende sólo de las armas, pero también de las armas

La construcción de la Unión Europea siempre ha tenido enemigos, tanto externos como internos. En una primera fase en el mundo anglosajón, cuando las soflamas de W. Churchill sobre la necesidad de unos Estados Unidos de Europa se quedaban en humo, al permanecer Gran Bretaña fuera de la ecuación. Luego, con el fin de contrarrestar el avance la Comunidad Económica Europea (CEE), los ingleses se inventaron la EFTA, una estricta zona de libre cambio, con un conjunto de países de su área de influencia tradicional como los Países Bajos, Dinamarca, los nórdicos y Portugal. Más tarde, estos países comprendieron que no podían competir con el empuje de la unión liderada por Francia y Alemania, y acabaron ingresando todos en la UE, menos Suiza y Noruega. No obstante, Gran Bretaña siempre mantuvo un pie dentro y otro fuera, con todo tipo de excepciones, empezando por la decisiva unión monetaria del euro.

Al final, a base de errores de cálculo, vacilaciones de unos, bulos y mentiras de otros, en el referendo del 23 de junio de 2016 ganó el Brexit y, dos años después, Gran Bretaña abandonaba la Unión Europea. Desde entonces ha corrido mucha agua bajo los puentes y se ha producido, con el tiempo, un triple fenómeno que complica en extremo la situación de la Unión. De un lado, tanto en Rusia como en EEUU se han impuesto fuerzas políticas claramente antieuropeas en alianza con poderosas multinacionales tecnológicas, igualmente contrarias a lo que significa la UE. A Putin y Trump les une, aparte del reparto de Ucrania, la animadversión a los valores europeos y a que nos unifiquemos de verdad. No hay más que ver cómo intentan que la Unión quede marginada del posible acuerdo sobre Ucrania, es decir, que no pintemos una oblea en el tablero global. De otra parte, tanto uno como otro apoyan a las fuerzas más ultraderechistas del continente, cuyas posiciones son abiertamente antieuropeas, con la finalidad estratégica de hacer volar por los aires el proyecto europeo, desde fuera y desde dentro.

La aversión u hostilidad que los Trump/Musk/Putin y otros tienen hacia la Unión Europea se sostiene sobre varias causas de diferente índole. De entrada, porque una Europa políticamente unida la contemplan como una rival poderosa a nivel mundial. Después, porque el modelo de la UE de contenido social, medioambiental y con reglas –es decir, democrático– es lo que más puede repugnar a su visión y tendencias autoritarias. No es una casualidad que Musk o el vicepresidente Vance hagan campaña a favor de los partidos de ultraderecha europeos. Ellos saben que si esos partidos fuesen hegemónicos, sobre todo en los países centrales, la UE desaparecería en su forma actual y se retrocedería a la Europa de las pequeñas naciones supuestamente “soberanas”, presas fáciles para las ambiciones e intereses de las grandes potencias.

Porque no nos equivoquemos, a lo que estamos asistiendo es a una alianza de Trump/Musk y la ultraderecha europea –incluyendo quizá a la Rusia de Putin– con el fin de destruir todo lo que hemos construido de unión entre europeos en estos últimos ochenta años. No ocultan sus intenciones. Los planteamientos de Le Pen en Francia, Alice Weidel en Alemania, Farage en Gran Bretaña, Orban en Hungría, Meloni en Italia –matizada por los miles de millones que necesita de la Unión– o Abascal en España, son los mismos que los de la actual administración de EEUU: liquidar la UE como posible sujeto político global. Y esa operación exige en el terreno económico una radical bajada de impuestos que vacíe el modelo social; altos aranceles que empujen hacia el nacionalismo y unos algoritmos desregulados como nueva forma de poder de los “tecnofachas” sobre las mentes y las conciencias del personal sufridor.

Ante esta situación, las fuerzas democráticas, a nivel político y social, tienen que reaccionar con urgencia. Desde luego, no se pueden cometer los errores del 2008, con medidas de austeridad liberales, origen del auge de la ultraderecha europea. O a la gente se la protege con eficacia por medio de una política social avanzada en salarios, educación, sanidad y vivienda, o la extrema derecha seguirá creciendo. De otra parte, deberíamos de comprender que las reglas, equilibrios y alianzas que surgieron como resultado de la 2ª Guerra Mundial han saltado por los aíres y, en consecuencia, la Unión Europea debería plantearse su completa independencia y crear los instrumentos institucionales, económicos y de seguridad para hacerla efectiva.

En esto los americanos han sido muy claros, al declarar que la seguridad y defensa de Europa no puede seguir dependiendo de ellos. No eres independiente si no eres creíblemente autónomo en seguridad y defensa. Es obvio que la seguridad es un concepto más amplio que la defensa, y sobre todo hoy no depende sólo de las armas, pero también de las armas. En la situación actual no tiene sentido la existencia de 27 ejércitos a nivel nacional y no contar con “fuerza de pegada” como Unión Europea. Hay que caminar claramente hacia unas FFAA europeas, lo que no quiere decir que desaparezcan los ejércitos nacionales. No obstante, ello exigiría una unión política más sólida, una política exterior y de seguridad común y resolver cuestiones referidas a la industria de defensa, sistemas de armas y mandos integrados operativos, dependientes del Consejo Europeo. En mi opinión es bastante falso el debate sobre si cada país debe de gastar más en defensa. Si es para seguir dependiendo únicamente de una OTAN, dirigida por la actual administración americana, mi respuesta es no. Si es para que la UE alcance la autonomía estratégica y una capacidad de disuasión creíble, tanto convencional como nuclear, mi respuesta es que sí.

Y este aumento de inversión en seguridad y defensa debería ser financiado en una parte con presupuestos nacionales y en otra con fondos europeos mancomunados. La urgencia del asunto exigiría que, en el caso de no alcanzarse la unanimidad, lo que es probable, se debería acudir al instrumento contemplado en los tratados de la cooperación estructurada permanente por parte de aquellas naciones decididas a avanzar. En esta dirección, algunos sectores de la izquierda europea deberían de revisar su posición sobre esta crucial materia. A veces tengo la impresión de que caen en el contrasentido de desear una cosa y su contraria. No se puede pretender que no aumenten los gastos en defensa y al mismo tiempo desear una autonomía estratégica.

En una palabra, es inviable dejar de depender de EEUU en este asunto y no gastar más y mejor en defensa. La propia Administración americana lo ha dejado claro: tenéis que valeros por vosotros mismos. En el tema clave de la guerra de Ucrania, la posición de la UE y de EEUU es totalmente opuesta. La culpa de la guerra es de Ucrania, Zelensky es un dictador y si no se mueve rápido puede perder el país, ha declarado Trump. EEUU no moverá un dedo si Rusia se traga a Ucrania, e incluso lo más probable es que se la repartan entre ambos –uno en territorio y el otro en materias primas–. Sin embargo, el mensaje real es: quien tiene que darse prisa no es sólo Ucrania, sino la Unión Europea. Porque, ¿quién va a garantizar, a partir de ahora, la defensa de la UE? ¿Los EEUU de Trump y compañía? ¿Una OTAN controlada por EEUU? No seamos ingenuos, ese modelo se ha terminado, como casi toda la estructura e instituciones que se crearon a partir de la 2ª Guerra Mundial, pues Trump le ha dado una patada al tablero y la UE tiene que acelerar su integración o corre el riesgo de ir desintegrándose mientras aumentan las fuerzas de ultraderecha. Y una parte decisiva de esa mayor integración pasa por contar con unos medios de seguridad y defensa autónomos, capaces de ser disuasorios en términos convencionales y nucleares. En lo primero creo que ya lo somos si nos coordinamos mejor, en lo segundo tengo mis serias dudas.