Entrar a RedBar es adentrarse en una especie de pequeño universo aséptico y heterogéneo en el que casi cualquier plato tiene cabida. Una especie de no-lugar a pocos metros de la Plaza de España de Madrid, en la céntrica calle de San Leonardo. La fría estética de aeropuerto se combina con una enorme carta de 52 páginas en la que se alternan burritos, sushi o croquetas. Un espacio en el que la falta de personalidad es la mayor marca personal. Eso, y su apuesta por una apertura continuada durante 24 horas los siete días de la semana. O al menos ese era el propósito de su director corporativo, Felipe Alayeto.