Espías hasta en la ducha

Hay que poner límites a la voracidad inquisidora de los servicios de seguridad. Ya saben demasiado sobre todos y cada uno de nosotros. Ahora también quieren acceder a las copias encriptadas en la nube de nuestros datos

En el modelo de control de la población imaginado por George Orwell en su novela ‘1984’, el mero hecho de reclamar intimidad era altamente sospechoso, revelaba intenciones antisociales. El rostro de Big Brother estaba en todas partes, recordando que él vigilaba todo lo que se hacía y hasta lo que se pensaba. Pero ello no debía preocuparte si eras un buen chico o una buena chica.

A lo largo de toda la novela, Big Brother es enigmático, nunca llega a aparecer en carne y hueso, nunca se conocen su nombre y apellidos, tan solo es mencionado por su cargo y función. Orwell deja abierta la posibilidad de que ni tan siquiera sea una persona real, de que sea un concepto. Un magma anónimo de organizaciones y empresas que escrutan permanentemente las intimidades de ciudadanos y consumidores, y los pastorean a su conveniencia. Es decir, lo que estamos viviendo en estos tiempos ya claramente distópicos.

No soy terrorista ni narcotraficante ni pederasta. Pago religiosamente mis impuestos y mis multas. No oculto mi visión progresista del mundo ni mi gusto por los libros, el baile y el fútbol. Pero, qué quieren que les diga, no me gusta que me espíen. Valoro mucho mi privacidad. La considero sagrada. Esto, supongo, me convierte en sospechoso. “Si no tienes nada que ocultar, no deberías preocuparte”, dice el argumentario de Big Brother, asumido hoy por la mayoría. Pues no, no tengo nada delictivo que ocultar, pero, insisto, no me gusta que me husmeen.

Mi inquietan, pues, noticias como la recién publicada por este diario. Resulta que el Reino Unido está presionando ferozmente a Apple para que deje abierta una puerta trasera a través de la cual su policía y sus servicios de inteligencia puedan desbloquear las copias cifradas de iCloud, el servicio de almacenamiento en la nube de la compañía de la manzana. Uso iPhone y iPad y guardo en iCloud cierta cantidad de información personal en forma de copias de seguridad de mis dispositivos, marcadores web, notas de voz, mensajes de texto, fotos, recordatorios, calendarios y documentos en PDF. No quiero que nadie fisgue allí, como no quiero que nadie fisgue en los cajones de mi mesita de noche. No confío en la bondad congénita de los servicios de policía y espionaje. Están llenos de Villarejos de turbias motivaciones personales o políticas. Yonquis del manejo de la información y la desinformación, del tú grábalo todo por si acaso.

Esa gente quiere espiarnos hasta en la ducha. La información publicada por este diario señala que la pretensión británica no es una excepción. Otros gobiernos europeos y la mismísima Bruselas quieren que Apple y otras empresas les dejen puertas traseras abiertas en sus servicios de encriptación. Argumentan, por supuesto, que es que para que ellos puedan combatir más eficazmente a los criminales. En Francia emplean el pretexto del narcotráfico. En la Unión Europea, el de la lucha contra la pornografía infantil. Allá y acullá, el del terrorismo. 

 Pues no, hay que poner límites a la voracidad inquisidora de los servicios de seguridad. Ya saben demasiado sobre todos y cada uno de nosotros. En lo que llevamos de siglo XXI, Internet nos ha llevado a regalar los secretos de nuestras mentes y nuestros corazones a demasiada gente. Nos dicen que es por nuestro bien y lo aceptamos de mejor o peor grado. Es por nuestra seguridad, se nos dice en el caso de los gobiernos y sus servicios policiales y de espionaje. Es para hacernos la vida más fácil, en el de los gigantes digitales privados. 

En realidad, ni tan siquiera es gente. Son algoritmos, programas capaces de deducir lo que somos a partir de la información que les vamos dando de forma más o menos voluntaria. Porque hay que reconocerlo: les damos esa información sin que nos pongan una pistola en la nuca. El sometimiento digital, como todos sus predecesores, necesita el consentimiento de sus víctimas para ser eficaz.

Sin embargo, hay gente más allá de los algoritmos, al final de la cadena. Gente con intereses: políticos que desean nuestros votos, funcionarios de la ley y el orden que quieren tenernos bien localizados y controlados, millonarios que quieren serlo aún más vendiéndonos todo tipo de cosas. Puede que algún día los artefactos de inteligencia artificial terminen gobernando el mundo por si solos, pero de momento tienen amos, como le ha reconocido DeepSeek a Gerardo Tecé.

En estos tiempos, policías y espías se frotan las manos cuando tienen que investigar a alguien y comprueban que ha subido a Internet una cantidad extraordinaria de información personal. Me da igual, yo soy inocente, suelen decir los pardillos. Bueno, puede que ahora te de igual, pero puede que mañana no. Puede que algún día seas como el Winston Smith de la novela de Orwell y representes un peligro para un sistema totalitario. Entonces, a cualquier Villarejo le bastarán unos cuantos clics para saber sobre ti lo que quizá no conozca la persona con la que duermes a diario.