El ángel exterminador del Ventorro

Algunos políticos y periodistas se han abrazado tanto a Carlos Mazón durante estos cuatro meses, que ya no saben cómo soltarse. Si lo dejan caer, quedarán en evidencia por haberlo secundado en su delirante huida hacia delante

¿Cuatro horas en El Ventorro? No: cuatro meses. Los que lleva Carlos Mazón sin poder salir del ya famoso restaurante valenciano, más enjaulado que atrincherado, vagando fantasmal por el comedor, incapaz de pisar la calle sin que lo abucheen o le hagan preguntas incómodas los periodistas, repitiendo la desgraciada comida en un interminable día de la marmota. Pero no está solo en su encierro, sino muy bien acompañado. Y no me refiero a aquella periodista valenciana, que bastante tiene ya la pobre con que su nombre quede ligado al episodio. Son otros los que llevan cuatro meses metidos en El Ventorro junto al presidente valenciano, no sabemos ya si atrapados o resistiendo.

En la mesa de El Ventorro se sienta hoy también Alberto Núñez Feijóo, justo al lado de Mazón. Junto a ellos, el portavoz del PP en el Congreso, Miguel Tellado, y varios dirigentes del partido. Están también los barones regionales, y toda la bancada de diputados del Congreso, además del gobierno valenciano al completo, el grupo parlamentario popular en Les Corts, y la totalidad de eurodiputados del PP. La mesa es muy larga, porque hay sitio también para varios directores de periódico, conductores de programas radiofónicos y televisivos, columnistas y tertulianos.

Es decir, todos aquellos que llevan cuatro meses respaldando a Mazón, visitándole y fotografiándose con él, aplaudiéndole, dedicándole largas ovaciones, haciéndole entrevistas a favor de obra, dándole credibilidad, difundiendo sus bulos y manipulaciones para descargarle de responsabilidad, intentando cargársela al gobierno central, a la exministra Ribera, a la AEMET, la Confederación Hidrográfica y cualquier funcionario; enredando con informes, horarios y mensajes, manteniéndole el apoyo político en el parlamento valenciano y en el partido, no exigiéndole la dimisión, mostrándole respaldo público hasta ayer mismo.

Todos fueron llegando al Ventorro en los días posteriores al 29 de octubre, y ahí siguen, sentados junto a Mazón, rellenándole la copa y cogiéndole la servilleta cuando se le cae al suelo. Aunque cada vez muestren menos entusiasmo en su apoyo, ninguno se va del restaurante, como los burgueses de El Ángel Exterminador de Buñuel. Cada vez que se acercan a la puerta, vuelven atrás y se sientan de nuevo, no saben cómo alejarse de él. Pero a diferencia de la película, aquí no hay ninguna maldición ni surrealismo: es que se han abrazado tanto a él, que si ahora lo dejan caer quedarán en evidencia por haberlo secundado en su delirante huida hacia delante.

A estas alturas ya da igual la hora a la que entró o salió del Ventorro o del Cecopi, si estuvo incomunicado, o si retrasó la alerta. No da igual a efectos penales, claro; pero en lo estrictamente político, el destrozo ya estaba hecho el 29 de octubre: el presidente de los valencianos no estaba en su sitio durante las peores horas de su comunidad. Y ya está. Mazón tuvo entonces la posibilidad de reconocer su error fatal, pedir perdón y dimitir. Habría sido un error gravísimo, pero habríamos aceptado que es humano equivocarse, y quizás hasta sentiríamos piedad por él, por la horrible carga sobre sus hombros para toda la vida.

Pero su enroque permanente, sus mentiras y versiones cambiantes, su indignidad y falta de respeto a las víctimas, no merecen ninguna compasión o empatía. Tampoco quienes continúan atrincherados a su lado en El Ventorro, y cuya única motivación para no dejarlo caer a estas alturas es no quedar todos con el culo al aire por haberlo apoyado.

(Junto al clásico de Buñuel, déjame que te recomiende otra en la muerte de Gene Hackman, uno de sus mejores títulos. Una película fascinante, representante del mejor cine de los setenta, y que también habla de mentiras, secretos y conspiraciones: La conversación, de Francis Ford Coppola. Una joya).