¿Se ha ido demasiado lejos en el feminismo? ¿Y en las libertades (auténticas), en la democracia, en los cuidados que asisten a una sociedad que paga sus impuestos? Parece que también. Porque la motosierra está en plena actividad al otro lado del Atlántico con ganas de arrancar motores aquí.
Otro 8 de marzo. Complejo, éste. Como muchos otros. Cincuenta años desde que fue declarado como Día Internacional de la Mujer, cuando los “días de” así denominados eran algo excepcional y potente, no como ahora que parecen venir en serie. Corría el año 1975. Aquella generación tuvimos suerte: íbamos de ida. A por logros, a cambiar el mundo y lo cierto es que se consiguieron muchos avances. Despedíamos el grueso de la dictadura franquista aunque quedasen tantos restos que ahora pagamos. Ya veníamos con la costumbre de la lucha y, precisamente, exigir la igualdad de derechos de la mujer y el hombre era uno de los principales objetivos. Fue el gran hito de ese último cuarto del siglo XX.
Son ciclos, ahora toca lo contrario. Tanto, que asusta. Si hay un mito que encaje con la reivindicación feminista ése es el de Sísifo. Como ningún otro y se ideó en la Antigua Grecia. El mito. Ese trabajo arduo que consiste en armarse de fuerza y subir la piedra hasta la cima de la montaña. Y ver que al día siguiente ha rodado de nuevo hasta abajo y se impone volver a empujarla a la cumbre. Día tras día, siempre. Parece ilógico, pero no lo es. El gran Albert Camus le dio una vuelta y convino que esa tenacidad, absurda, es una mezcla de rebeldía, libertad, y pasión y de las pocas cosas que pueden realmente operar cambios en la vida real.
Ya no sé si a la larga o a la corta. Descubrí por mí misma el feminismo casi en la niñez al no entender por qué el prestigio de una casa ordenada correspondía en exclusiva a las mujeres de la familia. Lo de levantarse nada más cenar, llevar los platos a la cocina y dejarlos lavados, no fuera a ser que ocurriera algo y se encontrarán nuestro hogar en ese estado. Parece una anécdota, pero era un patrón de conducta para todo. Tantas obligaciones, tantas cortapisas en todos los sentidos. Y claro que me rebelé. Como tantas otras mujeres. No todas, desde luego, y de hecho se notan persistentes herencias de aquello. Se notan mucho en la actual derecha española. Ésa en la que comparece Alberto Núñez Feijóo para reivindicar “el feminismo de nuestras abuelas”.
Habiendo ejercido plenamente el feminismo como tal durante toda mi vida, los altibajos de Sísifo agotan de forma cíclica. Pero el enemigo sigue al acecho y no se puede desfallecer. No me malinterpreten: el enemigo no es el hombre sino la involución que se cuela ya por todos los rincones de nuestro vivir cotidiano y al que Trump y sus secuaces le han puesto el turbo. Con tal furia que igual se salen por el otro lado de la Tierra de tanto horadarla. A todos los niveles, es como una vuelta a las Cavernas.
Y leo en elDiario.es el documentado artículo de Marta Borraz sobre un reciente Informe Ipsos -internacional- que pone cara a esa involución. Una mayoría de ciudadanos en España cree que el feminismo ha ido demasiado lejos y ahora se discrimina a los hombres, aunque es el país de Europa en el que más personas se declaran feministas (un 51%). Reseñaba Borraz que el porcentaje ha bajado cuatro puntos en un año y el 60% de los hombres y el 43% de las mujeres piensan que la lucha por la igualdad perjudica a los varones. Punto positivo: no era el país de Europa más feminista y ahora sí. Muchas mujeres han contribuido a ello durante décadas. Con fuerte empujón en el gobierno de Rodríguez Zapatero y en el primero de coalición PSOE/Unidas Podemos. Y saco el paraguas para guarecerme solo por resaltarlo.
¿Qué barbaridad es ésta? ¿Volvemos a coser con la pata quebrada en casa? ¿a pedir autorización al marido o al padre para abrir cuentas corrientes? ¿a aceptar con resignación los deseos sexuales del hombre, si es el caso, cuando y donde le plazca, sin poder demostrar ni la atracción mutua?
No deja de ser Sísifo, sin embargo, porque esto de ir demasiado lejos en el feminismo es como si dijeran lo mismo de la verdad y todos los derechos, todos. ¿Se ha ido demasiado lejos en las libertades (auténticas), en la democracia, en los cuidados que asisten a una sociedad que paga sus impuestos? Parece que también. Porque la motosierra está en plena actividad al otro lado del Atlántico con ganas de arrancar motores aquí.
No se puede abandonar. Ningún otro colectivo ha sufrido la violencia como las mujeres. Han sido muchos años de ver mujeres acuchilladas, quemadas vivas o arrojadas por el balcón por quienes un día amaron. De asistir a sus entierros y ver las caras de sus familiares. Es un martilleante goteo que no cesa. Hablé con un maltratador condenado tras probar el juicio que mantuvo atada a su mujer varias horas. En prisión para un reportaje a cámara. Se enfadó con ella y le daba de beber agua del recipiente del perro y terminó por agredirla salvajemente con un hierro candente. Quizás ahora ya no lo haría, me dijo. Y allí descubrí que en la ley carcelaria un maltratador no sufre rechazo alguno de sus compañeros como sí sucede si han cometido otros delitos. Y se diría que algo similar ocurre en el conjunto de la sociedad. La mujer como objeto subordinado de deseo ha de erradicarse con una labor social continuada. Claro que, cada poco, nos encontramos con las manadas judiciales. De nuevo en Navarra, la Justicia rebaja la pena al violador de una niña de 13 años porque aparentaba ser “no menor de 16”. Es… de pasmo.
España vivió un despegue del feminismo que dio la vuelta al mundo en 2018. Al año siguiente, la derecha corrió a manifestarse perdiendo el oremus. Hasta Rajoy y Casado se pusieron un lazo reivindicativo. Porque el Día Internacional de la mujer es eso, reivindicativo. Olvídense de mandar bombones y flores, no es el Día de la madre, aunque algunas dirigentes como Ayuso así lo han interpretado otorgando para la ocasión algo así como premios a la natalidad. Las derechas al completo, incluidas algunas voces mediáticas, han aprovechado para olvidar el machismo que celebraba los pufos de corrupción con “volquetes de putas” para lanzarse a la yugular de los partidos de izquierda por no se sabe qué hipocresías que ni en sueños tiznan cuanto tocan. Tiene narices esa osadía desde un machismo ancestral, rancio, de miras estrechas y de cuño propio.
¿Ven como no se puede bajar la guardia? Tenemos la piedra de Sísifo a ras de suelo casi. Otra vez. Pero están listos si piensan que lo van a conseguir. Comprobamos con horror que el talibanismo ha logrado tapar a las mujeres en Afganistán, y aún afrontan riesgos y se mueven a la espera de que les echemos una mano. Mujeres y hombres. Y ya tarda esa mano en llegar. El resto de los talibanes de otro signo, los que se persignan la frente precisamente en los púlpitos del poder estadounidense en flagrante hipocresía con su vivir cotidiano, no lo van a lograr. Porque somos muchas las mujeres y porque ya hemos escalado hasta donde antes no se llegó.
Las mujeres estamos en todas partes. Miren en los hospitales el ingente número de cardiólogas y hasta cirujanas cardíacas. En la investigación y en tantas y tantas otras profesiones. Van al espacio y están al pie del cañón con los hijos, si es el caso. Están donde hay que estar, por cierto. La piedra de Sísifo se encuentra ahora inmensa, la han engrosado hasta con grasa y baba, pero somos muchas a turnarnos cada mañana para subir a la cumbre de nuestros derechos, de los de todos.
Tiempos terribles vivimos por la estupidez de quien entrega el poder a depredadores sin escrúpulos. Tiempos de armarse para la defensa, dicen, detrayendo recursos del día a día de sociedades completas, en salud, en educación, en servicios…. ¿También se había ido demasiado lejos cuando todavía hay tantas carencias? ¿Nos va a atacar Rusia y nos defenderemos con las armas de su colega estadounidense, el verdadero expansionista? El 8 de marzo casi se diluye en ese magma. Esto no puede continuar así. Aquí seguimos también para tratar de impulsar la cordura. Luchar en tiempos convulsos tantas veces aporta un plus de cierta sabiduría. Esa tenacidad, absurda, es una mezcla de rebeldía, libertad, y pasión y de las pocas cosas que pueden realmente operar cambios en la vida real, en la idea de Albert Camus.