¿Demasiada igualdad? Pues esperen a lo que queda por hacer

No sólo no se ha ido demasiado lejos, sino que en absoluto se ha llegado al final del camino de la lucha por la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres. Todavía estamos recorriendo esta senda del feminismo

En los días cercanos al 8 de marzo de cada año es frecuente leer y escuchar un buen número de datos sobre la situación de las mujeres en muchos ámbitos – laboral, familiar, social… -. Y también, últimamente, datos sobre la percepción que se tiene sobre la igualdad entre mujeres y hombres. Datos bien preocupantes, según los cuales, dicho muy resumidamente, un porcentaje destacable – que varía según los medios – de jóvenes entienden que se ha ido demasiado lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres, hasta el punto de sentirse discriminados los varones. Siendo también de resaltar que se consideran más feministas los hombres de más edad que los jóvenes de entre 18 y 26 años.

Ha habido ya pronunciamientos relevantes advirtiendo de ello, como el del Lehendakari Pradales, que ha alertado de la existencia de una “corriente neomachista” a la que hay que hacer frente y que “está calando entre los jóvenes y hombres de mediana edad”.

No se puede negar que una parte de la ciudadanía perciba así la realidad. Pero sí se puede – y se debe – negar que esa sea la realidad. No lo es, en modo alguno. No sólo no se ha ido demasiado lejos, sino que en absoluto se ha llegado al final del camino de la lucha por la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres. Todavía estamos recorriendo esta senda del feminismo.

Porque la igualdad es feminismo, sin duda. No es feminismo “lo contrario del machismo”, como también hay quien resalta. No es feminismo la desigualdad contraria a la que aún perdura. Feminismo es, como digo, igualdad y lucha por lograrla. Porque igualdad es uno de los valores fundamentales de la convivencia y de garantía de la dignidad de todas las personas, tal como lo proclaman numerosos textos internacionales y la propia Constitución española.

No, en modo alguno hay “demasiada igualdad”, ni aquí ni en otros lugares del planeta. 

Miren, este año hemos celebrado un 8 de marzo especial, aunque no nos hayamos dado cuenta de ello. Pero es oportuno traerlo aquí. Digo que ha sido una celebración especial porque este año se cumple el 30 aniversario de la Declaración de Beijing, clave en el avance en igualdad de género y que ha promovido muchos cambios reales e imprescindibles, en muchos terrenos: protección jurídica, participación de las mujeres en muchos ámbitos y cambios en normas sociales, ideas y modelos del pasado que impiden esta igualdad.

El lema escogido este año por las Naciones Unidas para este Día Internacional de la Mujer ha sido el siguiente: “Para TODAS las mujeres y niñas: Derechos. Igualdad. Empoderamiento”. Lema que reivindica ampliar la igualdad de derechos, el poder y la igualdad de oportunidades, en un futuro en el que nadie quede atrás, facilitando el empoderamiento de la próxima generación. Para todas las mujeres de todo el planeta, sin excepción. Se pretende así lograr la gran gesta histórica – sin duda, lo sería, más que ninguna otra conocida – de que las generaciones ahora adultas sean las que cierren la brecha existente y que, a partir de la siguiente generación se alcance la igualdad de género real y efectiva.

No sé si llegaremos a verlo, pero, sin duda, estamos en el buen camino. No cabe, sin embargo, negar todas las dificultades y la realidad que cada día vemos. Una realidad que muestra todavía hoy altísimos niveles de violencia sobre las mujeres, desigualdad laboral, brecha salarial, diferencias en la asunción de las responsabilidades domésticas y de los cuidados y, en definitiva, diferentes oportunidades y condiciones de vida entre mujeres y hombres.

Ha de recordarse que, ciertamente, en los últimos 30 años en todo el mundo se han dado avances muy relevantes, particularmente en el terreno jurídico, siendo ya 112 países con Planes Nacionales sobre las mujeres y prácticamente todos los países – 193 – los que tienen adoptadas medidas legislativas y sanciones jurídicas contra la violencia sobre las mujeres. También en muchos países se ha logrado la paridad en la educación de las niñas, se ha reducido en una tercera parte la mortalidad materna, ha aumentado más del doble la representación de las mujeres en los parlamentos y se han abolido muchas leyes discriminatorias. 

Tengo que hacer notar que el término “avances” es realmente equívoco: los pasos dados en los últimos años no son tales, sino recuperación del tiempo perdido, de todos los años y siglos en que no fuimos iguales ni tuvimos los mismos derechos que los hombres, cuando siempre debió haber sido así. Pero no lo fue, por lo que toca ponerse al nivel, que es de lo que se trata.

Estamos en el buen camino, sí, pero aún seguimos en el camino, aunque con piedras y zancadillas y datos preocupantes. 

Así lo pone de relieve el Informe presentado hace muy pocos días por ONU Mujeres, titulado “Los derechos de las mujeres bajo examen, 30 años después de Beijing”, en el que se destaca que, siendo cierto que se han logrado avances, los esfuerzos siguen siendo insuficientes, subrayándose que 2024 casi una cuarta parte de los Gobiernos de todo el mundo informaron de un retroceso en los derechos de las mujeres. Informe que también pone de manifiesto que los derechos de las mujeres y niñas se enfrentan a un escenario sin precedentes de amenazas cada vez mayores – más altos niveles de discriminación, más débiles protecciones jurídicas y menor financiación para los programas e instituciones que apoyan y protegen a las mujeres. 

Y hay, asimismo, retos muy importantes para los próximos 30 años, según dicho Informe: garantizar eficaz y realmente el acceso de las mujeres y niñas a la tecnología y prepararlas para asumir liderazgos en el ámbito digital; educación e igualdad de oportunidades laborales para erradicar la pobreza que sacude particularmente a las mujeres; poner fin a la violencia sobre las mujeres; pleno poder de decisión subrayando la eficacia de medidas especiales temporales como las cuotas de género para asegurar la participación de las mujeres, asistencia humanitaria con enfoque de género en los conflictos bélicos y justicia climática.

Muchos de estos objetivos son de gran alcance y, en muchos puntos, no es sencillo que en nuestra vida diaria podamos hacer aportaciones concretas. Pero otros objetivos están a nuestro alcance, a diario, también en nuestro entorno. 

Uno de estos objetivos, el que tiene que ver con la igualdad laboral y de oportunidades, exige replantearse – ya, ya sé que lo decimos reiteradamente – la responsabilidad de los cuidados de las personas que dependen de nuestras atenciones y dedicación, algo que está totalmente en nuestra mano. Y es que, ciertamente, los cuidados recaen todavía hoy sobre las  mujeres de manera particular – un 37% de las mujeres se ocupa de ello de manera mayoritaria frente al 5,6% de hombres –, tanto para el cuidado de menores como de mayores y en las tareas domésticas. Lo que tiene claras consecuencias negativas para las mujeres a todos los niveles: menor posibilidad de condiciones de trabajo iguales, menor disfrute del ocio y tiempo libre y de relaciones sociales, mayor peligro de daño a la salud mental…

Sigue haciendo falta mucha lucha y muchos esfuerzos para lograr la real y efectiva igualdad entre mujeres y hombres, pero se va a lograr.

Quienes creen que hay “demasiada igualdad” no saben aún lo que queda por hacer, lo que les queda por ver, lo que vamos a conseguir. Es algo grandioso e histórico que cambiará realmente el mundo: es la IGUALDAD, sin que “los unos sean más iguales que las otras”, sino, sencillamente, mujeres y hombres iguales cada día en cada espacio de vida y en cada lugar.