La fábula macabra de Ayuso, la salvadora del mundo

‘Política para supervivientes’ es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es

Entre todas las características singulares de la televisión está la de poner nerviosos a los políticos. Su influencia en la opinión pública es real y está contrastada desde hace décadas. Es imposible subestimarla. Esta semana, ha conseguido que Isabel Díaz Ayuso alcance un nivel de excitación incluso superior al que es habitual en ella. TVE emitió el jueves en La 2 y el Canal 24 Horas el documental ‘7.291’ sobre los ancianos que murieron desatendidos en la pandemia en Madrid. Ayuso lo había despreciado hasta ahora por considerarlo parte de las campañas políticas contra ELLA. Sólo ha conseguido aumentar su audiencia y recordarnos todo lo que ocurrió en la pandemia hace cinco años.

La reacción virulenta de Ayuso no es una novedad. Ya pasamos por esto en los primeros meses de la tragedia. Cuando la primera ola del Covid-19 aún daba sus últimos coletazos, el PP de Madrid intentó vender un mensaje de éxito que resultaba inaudito en la región europea, junto al Piamonte italiano, que había sufrido el impacto más letal en número de casos y de fallecidos. Para responder a esas cifras, el PP madrileño hizo circular la idea de que “Ayuso se adelantó” a todos, incluso al mundo entero. Nadie se había adelantado. Cada país europeo llegó tarde con la vana esperanza de que lo que estaba ocurriendo en China no se repetiría aquí, y lo mismo cuando la pandemia llegó a Italia. Todos se vieron desbordados y los sistemas de salud sufrieron un colapso completo. Pero en Madrid se empezó a reescribir la historia de la pandemia para salvar a Ayuso, como se ha vuelto a comprobar esta semana. 

Después de negarse a participar en el documental y ante su emisión en TVE, el PP reaccionó con dos vídeos. Una intervención de Ayuso de diez minutos y un montaje de declaraciones de Pedro Sánchez, Salvador Illa y Fernando Simón en 2020. En su discurso, Ayuso mostró algo de empatía con los fallecidos en el primer minuto. El resto lo dedicó a atacar a sus adversarios. Esa ha sido siempre su prioridad. Acusó al Gobierno de Sánchez de haber desoído las alertas de la OMS desde enero, de no cerrar el aeropuerto de Barajas (algo que no hizo ningún país europeo) y se puso la medalla. El Gobierno no hizo lo que debía “a pesar de nuestros avisos desde Madrid”. 

En esa realidad inventada por Ayuso, no hay lugar a lo que ella misma dijo el 26 de febrero en una entrevista en Antena 3: “Lo más peligroso ahora es el miedo, más que el propio virus, que normalmente lo que deja como secuelas son síntomas menores que los de una gripe”. Con los datos de contagios en la mano, es cierto que en ese momento parecía prematuro dar la voz de alarma. Lo que ocurre es que Ayuso acusa a los demás de haber hecho lo mismo que ella hizo. 

Lo que dice ahora es que el Gobierno no actuó hasta que ella se puso las pilas. “No fue hasta que Madrid se puso al frente y tomó las riendas que el Gobierno central reaccionó”, dice Ayuso. Es cierto que Fernando Simón dijo en febrero que creía que se produciría un “impacto bajo o muy bajo en España”, como recuerda el vídeo de propaganda del PP de Madrid. Resultó ser un error, pero era un mensaje idéntico al del Gobierno de Madrid. En menos de dos semanas, todo cambió. Y por eso Ayuso se erigió en la mayor defensora ante una amenaza que ella misma había desdeñado.

A la hora de autoelogiarse, no conoce límites. “El mundo nos miró con asombro”, dice Ayuso en el vídeo. Lo que se leía en la prensa europea es que España, incluida Madrid, se vio tan castigada, si no más, como otras naciones como Italia, Francia y Reino Unido. 

El Gobierno de Madrid sí ordenó el cierre de los colegios el lunes 9 de marzo, el mismo día en que el Gobierno vasco tomó la misma decisión. En ambos casos, por un periodo de 15 días. En la historia alternativa trazada por el PP, Ayuso se adelantó a todos. El Gobierno central dudaba de esa medida o quería que todas las instituciones reaccionaran al mismo tiempo. El 5 de marzo, los contagios se habían doblado en Madrid en 24 horas. Quedaban pocas dudas sobre lo que estaba a punto de ocurrir. El 13 de marzo, Sánchez anunció la declaración del estado de alarma que llevaría aparejado el confinamiento.

Medidas similares se adoptaron en toda Europa. Dos días antes del estado de alarma, Ayuso no lo tenía tan claro: “No sé cómo se hace, no sé cómo se cierra Madrid. Realmente, no se cómo se podría hacer algo así”. De hecho, comentó que es “importante que no se transmitan estos bulos, porque hacen mucho daño”. A la hora de la verdad, la de las decisiones difíciles que tenían enormes repercusiones económicas, Ayuso no se adelantó a nadie. Estaba tan muerta de miedo como todos los demás gobernantes. 


Díaz Ayuso observa y toca el material médico del Hospital Zendal en su inauguración en diciembre de 2020.

La construcción del mito de la salvadora Ayuso continuó con el hospital Zendal. Con la Atención Primaria desbordada, los centros de salud no daban abasto. Políticamente, había un problema. No había personal suficiente y un ambulatorio que ya está funcionando no se puede inaugurar. Un nuevo hospital sí. Anunciar su construcción permitía difundir la imagen de un Gobierno que se movilizaba.

Coste inicial: 51 millones. Coste real a octubre de 2021: 170 millones. Sin ninguna utilidad después de la pandemia, sólo tuvo 489 ingresados en todo 2023. La única función permanente que se le ha podido encontrar es la de albergar un centro de cuidadores de pacientes con ELA y servir de centro de día para esos enfermos. 

Ayuso lo inauguró junto a su amigo Pablo Casado (por aquella época). Situado cerca del aeropuerto de Barajas, el centro sería muy útil “para un accidente aéreo”, comentó Ayuso ese día, algo que ocurre todos los meses en Madrid como sabemos.

Casado cometió el desliz de hacer una pregunta que no era tan extraña en en un hospital: “¿Hay quirófanos?”. Le respondieron que sólo había una sala de curas. Menos mal que no ha habido ningún accidente en Barajas desde entonces.

Nada ha causado tanta polémica y tanto dolor como el número de ancianos que fallecieron esos días en las residencias. El 12 de marzo de 2020, el Gobierno de Madrid anunció lo que llamó “un plan histórico” para afrontar la amenaza del coronavirus que incluía una promesa: “Las residencias se van a medicalizar y los mayores contagiados serán atendidos allí mismo”. Nunca se cumplió esa garantía de que los mayores enfermos recibirían todos los cuidados necesarios. Una semana después, la Consejería de Sanidad envió la primera de las cuatro versiones de un protocolo a las residencias que autorizaba a los geriatras de los hospitales públicos a negar la hospitalización a los enfermos de las residencias.

El consejero de Políticas Sociales, Alberto Reyero, de Ciudadanos, envió una carta el 22 de marzo al de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, del PP, en la que se oponía a la medida. “Eso abocaría a que desafortunadamente muchos residentes fallecieran en unas condiciones indignas”, escribió Reyero. No le hicieron ningún caso.

Las respuestas a las peticiones de hospitalización eran siempre las mismas: “Cuando llamaba, me pedían nombre, DNI y las escalas Barthel y LOBO”, según un testimonio recogido por el exconsejero en su libro ‘Morirán de forma indigna’. “Si tú decías que era mayor de 85 años, con mala puntuación en esas escalas, ya no había nada que hacer”. Pero los mayores con seguro privado sí tuvieron la opción de ser hospitalizados. 

En realidad, sí hicieron algo. Se encargó el refuerzo de la asistencia a las residencias a una empresa fundada por la hija de un antiguo alto cargo del PP, que había vuelto para asesorar a Ayuso. Su mayor experiencia profesional había sido ser jefa de ventas de Telepizza. Todo se limitaba a una visita de una empresa privada de ambulancias que poco podía hacer ante el terrible espectáculo que se encontraban sus equipos. La encargada del plan estaba eufórica: “Como sigamos así, nos vamos a hacer los reyes y los amos de la gestión sociosanitaria de Madrid comunidad autónoma”, dijo en unos mensajes internos conocidos después. El negocio y sus sueños no duraron mucho.

En los escasos diez días que duró su fracasada intervención, murieron en torno a 3.000 personas en las residencias de la región. En total, fueron 7.291 fallecimientos. Las puertas de unos hospitales desbordados estaban cerradas para los ancianos. La cifra definitiva procede de la información recabada por Infolibre de todas las derivaciones realizadas en la Comunidad de enero a junio. Son datos oficiales obtenidos recurriendo a la Ley de Transparencia. En las cuatro semanas críticas de la pandemia, hasta el 5 de abril, no sólo no aumentaron las derivaciones hospitalarias mientras se multiplicaba el número de enfermos, sino que cayeron un 37%. 

Se hizo lo mismo en los mensajes destinados a los médicos de Atención Primaria. En público, Ayuso negaba los hechos obvios para todo el mundo. “La sanidad madrileña no está colapsada como dicen los bulos”, afirmó el 21 de marzo en una entrevista en 13TV. Cuando meses más tarde le convenía decirlo, sí habló de urgencias colapsadas para justificar que los mayores murieran en las residencias.

El documental que el PP había ignorado ha regresado para atormentar a Ayuso. Con sus antecedentes, no es raro que de repente se le haya ocurrido decir que la cifra de ancianos muertos sería de unos 4.100. Como si eso fuera un gran consuelo. Sobre el protocolo que restringía la llegada de enfermos a los hospitales, ha negado su existencia, que ya quedó demostrada, de una forma harto confusa. “Dicen que existen protocolos. Eso es falso. Nunca existieron, pero sí se aplicaron en otras comunidades”, dijo en una entrevista el viernes en la COPE. No existieron, pero sí existieron en otras regiones. Todo muy creíble.

Mientras eran políticos los que la acusaban de dejar morir a los ancianos, Ayuso no parecía muy preocupada. Pero la emisión del documental pone en primera línea el testimonio de los familiares de los fallecidos. Y eso es lo que la ha sacado de quicio. Ha acusado a TVE de hacer “un despliegue sin precedentes para retorcer el dolor de las víctimas”. Lo ofrecido por TVE no es muy distinto a lo que han hecho otros medios por el quinto aniversario de la pandemia. Telemadrid también llevó a cabo el viernes una programación especial en la que dos espacios informativos se emitieron desde el Hospital Zendal. No cabe duda de que es un marco incomparable para un espacio de propaganda.

Al final, la mejor promoción que recibió el documental ‘7.291’ se la dio la propia Ayuso. Las audiencias sumadas de La 2 y el Canal 24 Horas llegaron al 15% de share y 1,3 millones de espectadores, cifras muy superiores a las habituales en las dos cadenas. Según TVE, la audiencia en la Comunidad de Madrid fue superior al 25% durante su emisión. 

El problema de Ayuso es que con los familiares de los muertos de la pandemia no funciona su estilo habitual. No le vale con atacar, presentar al rival como enemigo de Madrid y hasta de España o dedicarse a intentar sacar trapos oscuros de los demás. No le vale la descalificación permanente del enemigo, que hay que admitir que le ha funcionado muy bien en las urnas. Tiene enfrente a personas destrozadas por el dolor que quieren saber cómo murieron sus seres queridos y si recibieron la asistencia necesaria. Descalificarlos con ataques o simplemente ignorarlos solo refleja la falta de humanidad de la presidenta de Madrid.

La foto


Publicidad de combate contra Elon Musk y sus coches Tesla en Londres. 

La caída de Venezuela


Nicolás Maduro en su última toma de posesión como presidente.

Encontrar una visión de Venezuela que no sea totalmente partidista es realmente difícil. Por eso, creo que es muy recomendable el libro ‘Venezuela. Ensayo sobre la descomposición’, publicado por Debate. Su autor es José Natanson, periodista argentino y director de la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique, que ha realizado varias visitas al país a lo largo de años.

El libro es una crónica del hundimiento del sistema político y económico venezolano en la última década con múltiples referencias a los años de Hugo Chávez en el poder. Natanson establece el periodo posterior a las elecciones legislativas de 2015 ganadas con claridad por la oposición como el punto en que Venezuela dejó de ser una democracia con la decisión de Maduro de convocar una Asamblea Constituyente que dejó sin poderes al Parlamento. El libro también enumera todos los errores de la oposición, como su boicot de algunas elecciones y el lenguaje autoritario que en ocasiones no descarta la violencia como vía para llegar al poder.

Natanson define como “autoritarismo caótico” la forma de ejercer el poder por el Gobierno, que ha sido especialmente nociva a la hora de afrontar las consecuencias de la profunda crisis económica: “El autoritarismo caótico supone que no hay una cadena de mandos perfecta que aplique un plan consistente, una autoridad central capaz de controlar verticalmente lo que pasa. Por eso, el caos no es un accidente ni un resultado no deseado, sino la paradójica condición de posibilidad de la estabilidad política y de la vigencia del modelo autoritario”.

Aquí se puede leer una entrevista con Natanson de julio de 2024. Y en este enlace se puede leer un capítulo del libro dedicado a la dolarización de la economía.